Ruinas de Casarás.
(Serie La Granja, 5. Ampliación de entrada anterior Pradera de la Fuenfría y La Camorca)
“Casarás fue un monasterio de templarios que más tenía de fortaleza que de casa de oración. Lo dicen todavía sus altas torres almenadas, los anchos fosos que rodean sus murallas y el ábside monumental de su gran capilla que todavía se levanta por su parte sur desafiando todos los embates de los elementos, que más que en parte alguna se desencadenan con fuerza arrolladora en lo alto de la montaña donde está situado”
El texto anterior es de la versión que da Jesús de Aragón en uno de los capítulos de su obra, La sombra Blanca de Casarás, editada en 1931.
Interesante novela, reeditada en 1995, que narra la leyenda en torno a la figura del caballero templario Hugo de Marignac y el tesoro del Temple, del que fue depositario y que quizá esté enterrado por la zona.
Dimos con la novela hace más de cuatro décadas. La encontramos en los anaqueles de la biblioteca de nuestro buen amigo Pompeyo Martín. Libro que adquirió, tras mucho regatear, en la librería de viejo del señor Cantero.
Eran tiempos sin Internet, ni los sofisticados buscadores que en la actualidad nos facilitan la investigación. Conservo la fotocopia del ejemplar con cariño. En él aparece el ex-libris de su propietario. La fotocopia era, en los setenta del siglo pasado, una novedad por estos lares segovianos.
Como se afirmaba que el espíritu de Hugo vagaba por el pinar, además de estar enterrado un tesoro templario en Casarás, decidimos, como no podía ser de otra manera, encontrarnos con el fantasma por si nos contaba algo.
Hemos pasado más de una noche vivaqueando junto a las ruinas y podemos asegurar que, salvo el chupetón de una vaca y el consiguiente sobresalto al amanecer, nunca hemos topado con tal ser inmaterial.
Lo que sí puedo garantizar es que seguimos su pista unos años durante la década de 1980, espoleados por el montañero, experimentado viajero, compañero del Grupo de Montaña ‘El Nevero’, amigo y sobre todo maestro: César de Mosteyrin –Ver Nota 2–.
Desde que tropezamos con la novela a finales de los 70 comenzamos a recopilar datos –Ver Nota 1–.
El primer Cuaderno Monográfico dentro del Boletín El Nevero, que editaba el Grupo de Montaña y su Asociación Cultural, estuvo dedicado a la historia de Casarás.
Para recabar datos sobre Casarás, se pidió información a la Real Sociedad de Alpinismo Peñalara.
Teníamos noticia de un artículo publicado en 1934, en una sección de su conocida e interesante revista.
El título de la sección era ‘Para leer en el refugio. Leyendas de Castilla’. El escrito se titulaba La Cueva del Monje, estaba firmado por Arnaldo España.
Cuando tuvimos ante nuestros ojos el relato, comprobamos que hablaba de un senescal de la orden de los Templarios y al final lo coloca en la Cueva del Monje:
El mago quedó petrificado por la acción del tiempo y es fácil contemplar su silueta desde muchos puntos de la serranía; en especial los que miran hacia la pradera aquella del lado Noroeste de la Peñalara, donde aún eciste “La Cueva del Monje”, denominada así en recuerdo de sus episodios.
En el peregrinar por encontrar más datos de nuestro posible caballero y, quizá, de su verdadera existencia, César de Mosteyrín, como siempre, se llevó la palma de inquieto intelectual y viajero impenitente.
En 1985 estaba en el Archivo General de Simancas. Conservo un cartón a modo de tarjeta postal -a las que era muy dado Mosteyrin-, circulada desde Valladolid, en la que me cuenta que anda tras las huellas de Hugo de Marignac y Dª Blanca, dama a la que secuestró el monje. Pero no tuvo éxito en la misión.
Misión que lo llevó hasta Francia, creo recordar que a París, a un archivo sobre el Temple; tampoco hubo premio.
Finalmente, en una búsqueda bibliográfica de archivo, encontramos una ficha que nos dio la pista real y definitiva sobre Casarás. Fue en un trabajo publicado en Anales del Instituto de Estudios Madrileños.
Estudio de 1971, realizado por el agustino Gregorio de Andrés O.S.A., con el título La Casa Eraso (Casarás) del Puerto de la Fuenfría (Historia de unas nobles ruinas).
Nos quedamos sin fantasma pero disfrutamos de datos para acudir al paraje e imaginar lo que fueron los restos ante los que más de una vez nos habíamos inmortalizado a través de la fotografía y los ‘retratos de fuelle’ -dibujos en cualquier papel- del amigo César
Casarás.
Tras nuestras cordadas por los caminos y anaqueles de los archivos, indicados en la nota 1, partimos, desde la Fuente la Reina, al encuentro de Casarás.
Para llegar al manantial indicado nos remitimos a la entrada dedicada a la pradera de la Fuenfría y el cerro de la Camorca.
El paraje de la Fuente de la Reina es uno de los puntos de encuentro de la calzada romana y el fallido proyecto de la vía conocida como carretera de la República, fomentado por Indalecio Prieto durante la Segunda República. Ruta que intentaba revitalizar el antiguo paso de la Fuenfría desde Cercedilla hasta Segovia.
Para acercaerse a Casarás hemos de tomar la calzada romana. Pronto encontramos postes indicadores de la zona que nos ocupa: ruinas de Casarás y la ermita aneja.
Los restos de la construcción, a unos 200 metros de la calzada, están a unos dos kilómetros del Puerto de la Fuenfría, aproximadamente.
Nos encontramos junto a lo que fue pabellón de caza de Enrique III. Posteriormente lo agrandaron y mejoraron otros reyes: Enrique IV y Carlos V. Hasta que Felipe II lo convirtió en suntuosa residencia real, por consejo de su secretario Francisco de Eraso.
De ahí la deformación del paraje de Casa Eraso a Casarás.
El mapa de Francisco Coello -1849-, del Diccionario Geográfico de Pascual Madoz, así lo especifica. Puede ser el inicio del equívoco. En conversación con gentes del lugar, escuchó que fue un vetusto cenobio de templarios, Casarás o Casa Heras.
Dice también que sirvió de hospedaje de reyes, y no se engañó, pues en este albergue se aposentaron reyes y princesas.
En Real Cédula, otorgada en El Escorial en 1565, podemos leer:[…] que se den las carretas y carros necesarios para la casa de la Fuenfría que Su Majestad ha ordenado construir por Herman García, maestro de obras, para llevar madera, piedra y ladrillos […].
El diseño se encargó al maestro de obras Gaspar de Vega, en planicie a 1 kilómetro de la venta de la Fuenfría; a caballo entre las de Santa Catalina y Santillana. Se acabó en 1571 y quedó bajo la superintendencia de Francisco Eraso. Más tarde quedaría a cargo del maestro de obras reales Juan de Herrera. También se utilizó para guardar y conservar nieve para el Palacio de Balsaín en verano, por lo que se llegó a conocer como “Casa de la Nieve”.
En 1592 visita el palacete el gentilhombre flamenco Juan L’Hermite, ayudante de cámara de Felipe II. En sus memorias refiere:
[…] es una casa solitaria que S. M. tiene a medio camino en lo más alto de la montaña, ésta toma su nombre de tal mansión, o quizá mejor la casa de la montaña, llamándose comúnmente del Puerto de la Fuenfría.
Tras conocer años de grandeza, la construcción del paso de Navacerrada, desde Villalba a La Granja, termina con el transito real por la zona.
Las crudas condiciones climatológicas invernales y el abandono de la ruta y el edificio terminan por deteriorar su fábrica, completándose la ruina.
A 200 metros de la fachada y al borde de la calzada romana había una ermita. Estaba bajo la advocación de Ntra. Sra. de los Remedios, capilla que termino de arruinarse en el siglo XIX, transportándose la imagen de la Virgen al pueblo segoviano de Revenga.
Datos
Ida y vuelta: 11,600 km. 3,5 h.(Aprox.)
Puente de la Cantina / Fuente de la Canaleja: 1320 m – 0,0 km.
Fuente La Reina: 1640 m – 5,0 km.
Ruinas de Casaras: 1700 m. – 5,8 km.
Al poco de llegar a su destino en Segovia –Delegado Jefe de Telégrafos-, en enero de 1971, empezamos a toparnos por la sierra con un hombre de larga barba que pronto se unió a los grupos que marchaban por el monte.
Para un mozalbete como yo, de catorce años, que disfrutaba con salir a la montaña todos los fines de semana y fiestas de guardar, toparme con un personaje como don César fue un descubrimiento que haría tambalear mi concepción de patear el monte.
Con los años lo fue todo en mi concepto de ‘caminar y conocer’ (una de las máximas del senderismo organizado, del que Mosteyrín fue pionero en estas tierras.
Trazó algunas rutas señeras como la ruta del Duero y el GR-88, bucle del GR-10 por la provincia de Segovia).
Siguió interesándome hacer cumbres y conocer rutas, pero siempre con el gusanillo de saber dónde pisaba, sin llevar orejeras a cada paso.
Con don César realizamos y planificamos muchas excursiones que, la mayoría de las veces, desembocaban en nuevas rutas por el afán de encontrar algún vestigio de algo o conocer una alternativa al camino programado anteriormente.
Dominaba varios idiomas, de los que dio clase. Cuenta su nieto que llegó a traducir hasta 10; aunque su pasión tardía fue el Esperanto.
Dominó la lengua que concibiera Zamenhof, como pocos. Enseñando a varios segovianos sus sencillas reglas; o intentándolo, como a mí.
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