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Trump chinado

Agobiado porque quiere cambiar mucho en poco tiempo. Simulando retar serenamente a todo el mundo, aunque solo quiere pegarse ansiosamente con China. Donald Trump tiene la misma edad que la esperanza de vida de los ciudadanos que gobierna. Al presidente chino le pasa lo mismo. El tiempo es la explicación de todos los finales. Trump, rico hijo de rico. Jinping, político hijo de político, se citan a pelear al final de su destino. El americano ha sufrido tres atentados el año pasado. No le hablen de peligro. El chino vivió su infancia en una cueva porque su padre fue acusado de traidor. No le hablen de apertura. En lugar de oír crecer a los nietos, han decidido medirse sus colgonas obsesiones. Matar el mundo que vivimos antes de morir. Cuando a alguien le dicen que es demasiado mayor para hacer algo, procura hacerlo muy rápido. Los hombres de más de setenta siempre prometen cosas para toda la vida. Es la “vejhez”, una madurez de mierda que, en lugar de ceder el protagonismo, protagoniza con malos modos la vida de quien no lo ha tenido tan fácil. Las democracias en nuda propiedad son las nuevas dictaduras.

Desde nuestra mentalidad social liberal europea, lo de Trump nos parece un bullying de repetidor. Y lo es, pero Donald tiene un plan, a su modo, precipitado, torpe, un plan faltón lleno de faltas, pero un plan al fin, un plan sin fin que consiste en que los aranceles sean el mecanismo para financiar el pago de los intereses de su deuda nacional sin subir impuestos ni imprimir dólares.
Sabe que en el corto plazo habrá peligro, pero cree que en el medio saldrá fortalecido. Llora ahora y ríe luego. Trump quiere tomar el control. Del mercado mundial, nada menos. Echar un pulso a la mano invisible de Smith porque Ricardo ya no le renta. El problema es que los plazos del mercado no se pueden renegociar. Tomar el control de la economía de mañana descontrola el dinero de hoy. Al encarecer los productos importados, Trump busca reactivar sectores locales como la agricultura, la industria, o incluso pequeñas manufacturas, haciendo que sea más rentable producir dentro del país. ¿Pero cómo? ¿Con salarios miserables, sin derechos laborales, sin tecnología barata, sin chips, sin materias raras, sin inmigración? Un Apple sin China es imposible. Y un Tesla también. Hasta la gorra de Trump se hace en China. La globalización va como una moto porque no tiene marcha atrás.

Los norteamericanos, que exigen que evitemos “europrejuicios” supremacistas sobre ellos, los untan sobre China como mantequilla de cacahuete en bagel, viéndola como una gran fábrica silente, atrasada y sucia, cuando la realidad es que China lleva años preparándose para esto. En 40 años ha pasado del 1 al 18% del PIB mundial. China no ha invadido nunca nada. No exporta revolución ni ideología, ni hambre ni pobreza, ni chapas ni valores, no pregunta por los derechos humanos, como un europeo, ni por la seguridad, como un americano. China pregunta cómo hacer negocios en los países que se quedaron ociosos. China solo consume un 30% de lo que produce. China enseña su esfuerzo y esconde su fuerza. Quien quiera hacer política distinta que la haga dentro del partido único. China es un mercado cerrado que se beneficia de la apertura de los demás, de un sistema global en el que produce barato, exporta masivamente y, además, absorbe tecnología extranjera. El COVID alejó a China de los países desarrollados, pero la acercó a los subdesarrollados. La guerra de los prejuicios cruzados se juega en los mercados. China es puro pragmatismo pero que nadie espere que bese el culo viejo de Trump. Aunque te hayas asegurado que tu amigo ruso, el dueño de la gasolinera con dinamita en el sótano, vaya a mirar para otro lado, un culo solo en un mercado tiene más posibilidades de ser vandalizado que besado.

Europa, mientras, sigue tratando de separar matones con regulaciones. Montesquieu sujetando los cubatas en un parking. Y España ni eso, unos criticando a Sánchez por tomar la iniciativa de ir a Pekín y otros animando a Irene Montero a parar la guerra, como si la política internacional fuera simple como las rimas de una tonadilla partisana. La Historia repite las rimas, pero cambia de sitio las estrofas. Antes perder la vida que nuestro modo de vida.


Author: Gonzalo Vázquez

Periodista

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1 Comment

  1. Es complicado saldar las deudas de los políticos que se creen estrellas del rock o que “regalan” el dinero a causas metafísicas incomprensibles.

    No apoyo al Trumposo pero creo que todo se reduce a prevenir antes que curar.

    Si quienes dirigen los países se centraran en facilitar la vida de los ciudadanos y no en complicárselas nos iría mucho mejor.

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