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El virus que quiso cerrar Benidorm

Esto empieza a ponerse feo. Llueven las (falsas) multas, se montan caceroladas de protesta, autonomías que amenazan con romper la baraja… Cada vez son menos los que aplauden en el balcón. Conforme baja el saldo en las libretas de ahorro suben los que discrepan por tanto confinamiento. Sesenta días ya.

Pero hay algo que no debemos perder de vista. ¿Por qué el covid19 ha pegado tanto en España? Respuesta:  Porque somos el país del mogollón. Nos gusta el mogollón.

Cuentan que a suecos, holandeses y escandinavos en general les basta y les sobra con que el gobierno les diga, ojo, no montéis cirios, nada de mogollones. No necesitan estados de alarma ni cansinos presidentes sermoneando en la tele tres horas seguidas. Si a los suecos se les dice que por su salud deben separarse un par de metros en espacios públicos, lo hacen. Sin problema. No se mezclen con los vecinos (¿qué vecinos?). Al curro van en bici. Si el metro va lleno, aguardan al siguiente. Puestos a comprar en el Lidl, no se plantan el sábado de 12 a 14 a bañarse en microbios. Allí nadie llega a casa todo orgulloso y dice, qué suerte, me he colado en la farmacia y he dado tanto la brasa que he conseguido Ibuprofeno sin receta… Sospecho que cuando vean una playa convertida en una cuadrícula y el poliplayas les asigne el espacio H30 se dirán ¡qué buena idea!, ya era hora. No se les ocurre montar un desfile de moros y cristianos en pleno confinamiento, ni corridas taurinas, ni sesiones masivas de zumba, ni quedar cincuenta para ir en bicicleta… ¿Hacen el tontolaba? Sí, también, pero a la sueca… Sin mogollón.

Reconozcamos que para estas cosas son más cívicos. Claro que es la suya una vida recogida de por si. Los españoles hacemos cuatro viajes para ir al trabajo, dando tiempo a comer en casita. Salimos tarde,  justo a la hora de atizarse un par de cañas con los del curro. No va uno solo al cine, ni se mira de solana el partido solo en casa; hay que hacerlo en el bar, sobaco con sobaco, o montar un sidral en casa del amigo con pantalla gigante y bodega premyum. Si eres de Madrid, el domingo se sale sí o sí. Al pueblo o algún sitio animado ni que te den turno a las cinco para comer los restos. Se vuelve en mogollón, todos a la vez. Siempre al mogollón, en montonera, revolcados… Es nuestro estilo de vida. Si en la playa no hay nadie, ojo, peligro, seguro que hay medusas. En cambio si hay siete millones de tíos encajados con sus toallas y sombrillas en una hectárea, allí que se va uno. Seguro que el chiringuito es de lujo.

Bar de Sevilla estrenando la fase 1. Arriba, cacerolada en Madrid.

Es de bobos, sí, lo sé. Pero no está tan mal. Me gustaría que hubiera un anti-coronavirus, un virus que castigase el aislamiento y premiase el mogollón. Ya verían ya como el gobierno sueco se aprestaba entonces a dictar venga de leyes impidiendo a los paisanos el volver a casa hasta tres horas después de terminado el curro, prohibiéndoles ver fútbol en grupos menores de seis, obligándoles a entrar en las tiendas de 20 en 20, a tener a los hijos a pan y cuchillo en casa hasta pasados los 30; a duplicar periplos en el autobús para partir la jornada laboral. A besuquearse con las abuelas en las residencias y a hablar a voz en grito a medio palmo de la cara del contertulio. Si tal fuera, mientras en Estocolmo se montaba una dictadura higienista, aquí asistiríamos ojipláticos al show, caray con los suecos, que la poli les va cosiendo a porrazos por algo tan sencillo como practicar la promiscuidad social. La OMS nos daría el premio al civismo sanitario y Salvador Illa saldría en la portada del Times como “el hombre que salvó España” (e Illa recogería el premio con cara de no entender y como diciendo, ¿yo?… pero si yo no he hecho nada).

Pero no es el caso. El sars cov-2 es un virus sociópata y agrio. Un tipo gris, sin amigos y todo rencor. En la escuela de virus le hacían bullyng hasta los profes. El virus gilipollas, el único al que multan por subirse a un tren sin pagar. Un resentido que en venganza nos  enseña el camino de la escandinivización como estilo de vida impuesto por los tiempos. Aunque a decir verdad, ellos, los suecos, se mueren antes, tienen más problemas con el alcohol y encabezan el ránking de maltratadores. Pero es lo que hay. De casa al curro, olvídate de los bares; con los amigos, cenas bimensuales a golpe de albóndigas del IKEA (¡ecs!); ni procesiones de semana santa, ni verbenas populares, ni botellones, ni partidazas de tute ni mandangas. Este virus es como una institutriz amargada con la cara de una Greta Thunberg de setenta años. Una miserable que la tomó con los latinos y su despreocupado ritmo de vida. El mogollón mata. Es verdad.

Vale, OK, pero hasta los suecos precisan una dosis gorda de Benidorm al año para ponerse berracos con cerveza barata y comida medio normal. ¿O no? Y si cierran Benidorm… ¿Qué será del mundo? ¡Arriba el ánimo! Los españoles volveremos a las andadas, ¿saben por qué? Porque somos un mal necesario. Somos el mejor bar del mundo.

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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3 Comments

  1. Eres grande Besa, eres grande…

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  2. Es curioso ver como los participantes en la cacerolada si guardan las distancias de seguridad, pero no se deja un espacio para que los paseantes en su hora puedan pasar libremente y sin peligro. otra cosa son los curiosos que se amontonan alrededor del “espectáculo” a menos de un menos unos de otros.
    otro comentario a los paseantes recíprocos, a la hora de pasear al perro salgo a pasear al perro, a mi hora de paseo ¿me saca el pero a mí? a la hora de4 pasear a mi madre salgo yo con ella, después de las 8:00 ¿me saca ella a mï? y luego están los que no tienen horario, ¿cuantos paseantes de más de 70 años nos encontramos después de las 8:00?.Yo soy el primero en dar la cacerolada, pero primero ctendre que cumplir con mi parte:

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