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El regreso es el nuevo progreso

Pasado el susto y el disgusto, los bares se han llenado esta semana de gente con gusto por el pasado. Empezó con personas emocionadas de haber leído sin tablet, cocinado sin vitro e informado sin móvil. Paisanos orgullosos de descubrir la voz de sus vecinos, comprobar la madera de sus puertas con sus propios nudillos y rescatar el transistor a pilas del trastero. Familias jugando en las plazas y aplaudiendo la llegada de la luz como si la trajera el mismo Prometeo recién mangada del Olimpo. Y terminó con el personal fascinados con otro mito, el espectáculo vaticano de la elección del representante de Dios. Una liturgia de una fineza tan divina que no necesita ni Dios. Las velas dan más luz que los led y el silencio más autoridad que el BOE.

En cuanto volvió la luz, nos pusimos a buscar al “Mazón del apagón”. Todos enfocando a Sánchez con las linternas, que señaló a los “súper ricos” y a “los lobbies”, sugiriendo a los jefes de las empresas eléctricas y a los que defienden sus intereses como culpables. Aunque esos intereses sean los suyos, los directivos nombrados por él y los lobistas, sus mentores. El infierno son los otros, aunque sean tuyos. La culpa es renovable, aunque ensucie para siempre.

Se entiende el apuro de la mala suerte y la injustica del señalamiento permanente, pero criminalizar a quienes, de manera transparente, hacen negocio y tratan de influir en la toma de decisiones de los poderes públicos es un desahogo estéril que el ciudadano no comprende. Porque los gobernantes tienen la obligación de tener un sistema que aguante la compra de la energía más limpia y barata del mercado y de escuchar intereses privados para tomar las decisiones públicas. Si el mercado o el lobista ha ganado de más es que el gobernante ha trabajado de menos.

Todos defendemos intereses propios, todos somos lobistas y buscamos ayuda entre quienes son capaces, de seducirnos, primero, para que confiemos en ellos y después para defendernos. Les entregamos un voto, una inversión, una fe y ellos generan un relato, un boato y nos devuelven unas reglas de juego donde poder jugar cómodamente. Si nos gusta les llamamos activistas y si no, lobistas.

La Iglesia es el mejor club de activistas del mundo. Lobby con piel de cordero de Dios. A favor de la paz, pero contraria a corregir las desigualdades que generan guerras. Eso sí, con un espectáculo que podría tener una representación musical en la Gran Vía, destronando al otro León, con Richard Gere cantando “unpapamericano, mericano”. Solo son señores, más bien homófobos, más bien misóginos, que se encierran y se eligen sin campaña ni programa. Solo es un ritual de fe, pre político, pero ese apagón medieval es más fascinante que cualquiera de las primarias abiertas y asamblearias de los partidos, (que creo recordar que la último es la de Pedro Sánchez, porque Feijóo fue ungido por Santa Isabel). Fascina a España, que celebra la pedrea del segundo apellido, fascina, incluso, especialmente, a las izquierdas más ateas y anticlericales. Aquellas que anunciaron que el comunismo mató a Dios, pero dejaron viva su liturgia y ésta ha vuelto para vengarse en forma de cultura pop digital. Dios está en los cielos y el Papa en la nube. Y claro, Miguel Ángel, Rafael y Bernini ganan al Gernika. Y el latín al spanglish. Y Bach a Bad Bunny. La púrpura brilla más que todo el cobre del AVE.

Uno se hace sindicalista y le dan una trompeta y una gorra en el pabellón Pilar Bardem. Si se hace liberal le dan una pulserita y un polo en un mitin de Tellado. Pero si se hace católico te dan perdón eterno envuelto en las benditas sedas. Vas a comparar. Y al fondo de la barra se oye: “dinero de verdad, cocina de verdad, tradiciones de verdad”, como si el progreso estuviera envejeciendo mal. Lo de antes molaba más. Old Scholl. Old is cool. Que te dan ganas de esconder el sprtiz y pedir un aguatónica.

Tanto se ha emocionado la izquierda con el Papa que cree que va a ser el antiTrump. Incluso le piden ya transparencia en la gestión, que abra el Cónclave y que lidere las políticas progresistas de inclusión. Y yo me imagino esa secuencia en la que el cowboy le dice al cura que le acompaña “aparte, Pater”, antes de desenfundar. No se emocionen mucho. Léanse las normas del club que hay detrás de los cortinajes. Empezando por los privilegios.

Pero por lo menos, la Iglesia pide perdón. Todo el rato. Y lo da. Regalado. Por mi culpa, por mi grandísima culpa. Las democracias deberían aprender a pedir perdón, porque el Espíritu Santo puede convertir a un cardenal en infalible, pero no a un político. Y también a respetar las liturgias de la democracia. Saltárselas son siempre saltos para detrás, que hacen más atractivo al regreso que al progreso.


Author: Gonzalo Vázquez

Periodista

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