Cuando vuelan las perdices
Terminado noviembre, podemos hacer un pequeño avance de lo que nos hemos encontrado en el campo cuando se ha levantado la veda. Y qué le voy a decir a usted. Un poco de todo tirando a menos. Tirando y poco. San Frutos fue roñoso este año en perdices. Pero no se le puede echar toda la culpa a él. Una primavera y un verano un tanto atípicos, solo podían traer una temporada mediocre.
Y en esas estamos.
Como digo perdices las justas. Liebres a la gallega, es decir, depende y los conejos pues por corros, pero muchos menos que el año pasado.
Si la temporada pasada te asomabas a algunos vivares, corrían media docena de conejos delante de ti y te costaba elegir candidato al corte de pelo.
Este año, si ves correr uno tienes suerte. El que corre por lo general tiene menos, ya que la distracción es menor y revolcón suele tener un 1 fijo.
También tengo que decir, en lo personal, que debido al otoño que he tenido, me he manchado poco las botas, pero si lo suficiente como para coger el aire al asunto.
En algunos cotos me han comentado que el conejo ha subido de población. Me alegro y mucho. Pero este asunto suele ser pasajero. En cuanto uno coja un constipado (mixomatosis o hemorrágica) se quedan las bocas de los vivares a buenas noches. Y las perdices a aguantar a todos lo que tienen por costumbre comer todos los días y además a los deportistas de escopetas, más furtivos y otros elementos con tractor y cosechadora, que están consiguiendo que las patirrojas, en algunos términos, sean un buen recuerdo.
Y eso que ahora entramos en diciembre. El mes cazador por excelencia. Decía Miguel Delibes que el mes de diciembre era el que más gustaba al cazador de verdad. Y es cierto. Ya las tierras están dadas la vuelta y sembradas. Empiezan los hielos y los fríos. Las perdices escasas y sabias. Las liebres ya asentadas. Y los conejos resabiados que conocen por nuestros nombres a cada miembro del coto y salen un rato a tomar el sol entre la clase de latín y la de griego clásico.
Además el campo suele quedar más despejado. No hay seteros, ni niscaleros (con mis respetos) ni cazadores de última hora que salen los dos primeros días y guardan la escopeta.
Y entonces, al amanecer, entre el frío de hielo y el sol de invierno, huele a Castilla. Y tú sabes que están y ellas saben que vienes. Y comienza una lucha de inteligencia contra instintos, poderío físico contra querencias. Y cuando llegas a casa, después de un día de caza de diciembre, cansado, con barros, dolorido y te metes en la ducha antes de comerte un cocido, hayas triunfado o no, entiendes por qué tienes esta maldición en tu alma.
Y le das gracias a Dios.
30 noviembre, 2014
A uno, que no es cazador ni quiere, entre Delibes y usted me hacen entender ese gusanillo que llevan dentro. Pero ante todo el respeto que tenía don Miguel y tiene usted hacia la Naturaleza (con mayúscula). Se le echaba de menos doctor.