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Repoblación y excedente urbano

En los años sesenta del siglo pasado se produce el trasvase al sector industrial de una buena parte del sector agrario. Lo que no absorbe nuestro creciente sector secundario se incorpora al desarrollo industrial de otros países europeos: Alemania, Francia, Suiza. Las divisas de los trabajadores españoles en el extranjero también echaban una mano a la mejora de la economía. Al tiempo, asistimos a un replanteamiento del sector terciario, el sector servicios, merced al auge del turismo.

Este nuevo equilibrio entre los tres sectores sitúa a España en el grupo de países industrializados con un sector servicios al alza, no muy lejos de Italia o de Francia. El economista Ramón Tamames lo explica bien en las distintas ediciones de su libro “La estructura económica de España”. Lo que damos en llamar “España vacía” incumbe a diferentes Comunidades Autonómicas, en mayor o menor medida, y es el resultado de la última gradación natural del péndulo.

La digitalización y los avances tecnológicos transforman profundamente nuestro modelo productivo, con mayor ahínco en el sector servicios. Cambian los modos de trabajo y se crean nuevos oficios. La aparición de robots capaces de desempeñar quehaceres reservados a hombres y mujeres tal vez traiga una respuesta similar a la invención de las selfactinas, que hilaban sin tanta ayuda manual; algunos trabajadores se sintieron perjudicados y dañaron los nuevos ingenios. Como todo nuevo paso de la técnica, la revolución tecnológica trae efectos dudosos que ya figuran en el prospecto: demasiados selfis y aumento del egocentrismo, dependencia de la tableta y ensimismamiento prolongado, comunicación personal artificiosa y balbuciente. Y ya más en serio: posibles desventajas, por saturación informativa, en el planteamiento de un modelo de educación, y fallas en la cohesión social por la despersonalización de las relaciones.

Es claro que toda mutación técnica es irreversible. Ahora, Alejandro de Macedonia no contemplaría la conquista del mundo a lomos de Bucéfalo y con un manuscrito de la Ilíada comentado por Aristóteles como documentación básica. Una parte de España se ha quedado fuera de juego, suspendida en el tiempo, a causa de las distintas fases de la modernización. Paradójicamente, volverá a moverse con los nuevos ritmos gracias a la fase aguda de esa modernización que la apartó.

Durante la campaña electoral del pasado abril llegamos a Ribota. Nos había llamado un muchacho para que viésemos los problemas de acceso. Llovía a rachas. Escuché que votaban una veintena de personas, y que votaban casi todos. Había un bar. En la puerta, una señora surgió de un pequeño grupo de vecinos; preguntó si veníamos de parte de Soraya Sáez de Santamaría. Le dije que no, sin entrar en más detalles. Me acordé del bar en otro pequeño pueblo, Cerro Colgado, junto a Cercedilla, en la sierra de Madrid, sesenta y cuatro años antes. Aquel bar tenía teléfono, el único en el pueblo. Mi padre y yo bajábamos hasta allí, mi padre pedía una conferencia, tardaban alrededor de una hora, esperábamos sin prisa. Mi padre trabajaba en unos estudios de sonorización de cine. Preguntaba si había llegado la película, en caso contrario seguía con nosotros, hasta la próxima conferencia con Madrid. Así planificaba su ocio y su trabajo; mientras esperaba que le pusiesen con la operadora se tomaba un café y leía el periódico que le prestaba el dueño del bar. No había diferencias entre Ribota en el último abril y Cerro Colgado en agosto de 1955.

Conocí al embajador Fidel Sendagorta en Egipto. Gracias a él he tenido conocimiento de las opiniones y experiencias del comunicador colombiano Juan Carlos Iragorri, con quien Sendagorta mantuvo amistad en Harvard. Iragorri interactúa con Washington y con diversos medios colombianos desde un pueblo de Soria que cuenta en invierno con dos habitantes; presumo que con Iragorri serán tres. El periodista genera información para digitales, radio y televisión, le siguen un buen número de personas al otro lado del Atlántico. Dice que es feliz, que internet y alcantarillado son indispensables, que algún beneficio fiscal claro que ayudaría. Yo añado que un bar también.

Iragorri es un ejemplo. Nuevos profesionales, enteramente digitalizados, quieren combinar su trabajo con una vida analógica. Prefieren que el ocio transcurra pegado calladamente al rumor, lejos del estruendo y del tumulto. Son el excedente urbano de cualificación alta que puede ocupar esos pequeños pueblos malamente habitados. No se trata de amarrar a los que todavía quedan y allí nacen y viven, pero su decisión de moverse no puede venir impuesta por la adversidad.

Independientemente de donde hayan nacido todos los españoles, merecen oportunidades semejantes. Por otro lado, tenemos la ocasión de atraer a quienes piensan que pueden cumplir  cualquier sueño en un lugar soñado y exclusivo. No es descartable que formulen otras formas de consumo y, a su vez, fomenten nuevas inversiones. Es un movimiento natural, pero necesita un impulso organizativo que oriente ese capital humano. Todo esto se inscribe dentro de la necesaria modernización de España. Si consideramos la España vacía separada del conjunto daremos la espalda al impulso reformista y España se nos irá de las manos, habitada o deshabitada. No se engañen; no hay repoblación fuera de ese impulso reformista que debe impregnar toda la sociedad y conducir la voluntad de sus gobernantes. En este proceso de recomposición del modelo económico la repoblación de las zonas afectadas exige perspectiva y criterio.

Los problemas no son modas, y menos para quien los sufre. Las modas pasan, los problemas piden que los tratemos como tales, cada cosa en su sitio. Hay viento de cola para aprovechar el excedente urbano. Si no nos aplicamos quedarán palabras y selfis, resignación y olvido.

Author: Opinion

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1 Comment

  1. Una cosa, Eduardo: qué opinas del affaire Alfonso MARTÍN?
    Me interesa tu opinión más que este rollo patatero.

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