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Vacunados a medias

Pues ya está, medio vacunado que he quedado. Como sea que trabajo en un instituto desde la dirección provincial me conminaron a presentarme voluntario al frente de vacunación. Y allá que fui presto a exponer mi brazo a la prosperidad y sanidad de la patria, amados educandos y, claro está, la salud particular de uno, que no es cosa menor, que diría M.Rajoy.  Vacunarse mola y salva vidas, entre ellas la mía (¡espero!). Así que contento y agradecido.

Miedo entre docentes, conserjes y limpiadoras (los del autobús escolar siguen reclamando qué que pasa con ellos, están sin vacuna y no es el único colectivo). Por razón de edad, servidor entró de rebote en la tanda después de que Europa señalara que la vacuna low cost de AstraZeneca no da trombosis, y que hasta los del 56 en adelante resisten razonablemente el trance. Y bueno, a decir verdad, me cumple informar que al momento presente no tengo el párpado caído ni malestar, ni otro síntoma que unas enormes ganas de merendar, cosa por lo general habitual a la hora en que me pongo el gorro de periodista. Es más, siguiendo las instrucciones de la profesora de Ciencias Naturales para el caso de no presentar malestares, ni siquiera me he tomado un paracetamol post-vacuna. Bien es cierto que, tal como nos ilustraron desde la dirección, sí que me endosé un gramo dos horas antes del puyazo. Así que lo mismo mañana…

Más o menos el tema va así. Te plantas en el Pedro Delgado, ni colas ni nada. Un policía local te dirige a la  “toma datos” que te apunta en una lista y te hace subir para arriba. Soy el 200 y muchos, o sea que como hay dos controles, esta mañana han pasado cosa de 500. Allí esperas tres o cuatro minutos. Tarareo el “novio de la muerte”, que siempre ayuda en estas situaciones. Cuando me dicen “pase”, paso al set 3, donde, tras exhibir mi tarjeta de la Seguridad Social y confirmar datos telefónicas, una enfermera me pregunta ¿izquierda o derecha? “Cargo al PP”, suelto la bromita, las típicas que abochornan a mis hijos y, en general, a todo el que me oye menos a mí, que me siguen haciendo gracia. Como decir “33” cuando me miran las anginas o “ahora ya nos podemos tutear” según el proctólogo acaba la revisión/profanación (es lo que tiene el humor Benidorm, propio de mis canas, que hay mucha incomprensión en el mundo).

Quedo en panza viva ante la comunidad docente segoviana para finalmente ser inoculado. Me recompongo y me indican: “pase a sentarse”, y me señalan como una sala de “desespera” porque por lo visto, un bombero -sí, todo un pedazo de bombero- se ha desvanecido esta mañana, y no ha sido el único. Belonefobia, miedo a las agujas, parece ser. Si eso pasa con el cuerpo de bomberos, ¡que no pasará a los profesores de filosofía, alfeñiques ontológicos! Así que me tiro quince minutos en prevención de bajadas de tensión y me entretengo con un pasquín de instrucciones para el certificado de vacunación y qué hacer ante los efectos secundarios. Que ya digo que de momento como un torero. A mi alrededor, la gente se hace selfies y los comparte por Whatsapp… “Listo para el servicio”.

Advierto que vacunarse induce una sensación de invulnerabilidad que conviene matizar. No en balde, los más lo estamos solo a medias y no desarrollar síntomas no quiere decir que dejes de contagiar. Previo al Pedro Delgado,  y siguiendo a pies juntillas las indicaciones de la dirección, me he hidratado a conciencia por los bares del centro. Precisamente al salir de uno de ellos me doy de bruces con una… ¡despedida de soltero! Sobre 15 tíos y tías, ya talluditos, con sombreros y matasuegras. Bien es verdad que medio escondidos en un callejón anexo a un establecimiento cuyo nombre no daré porque no soy un balconazi.  Me digo que en verdad está el mundo lleno de chalados irresponsables. Con la que cae y no se les ocurre otra que quedar en Segovia a celebrar una despedida de soltero.

Me fijo en un grandullón, que luce un ridículo sombrerito amarillo de plástico, tiene cara de buena persona, la verdad. Y desde luego no es ningún francés de los que habla la prensa y nadie ha visto. ¿Chalados o tipos a los que no les queda otra que retomar la Vida? ¿O las dos cosas? Es la esencia contradictoria del loco mundo saliéndome al paso, asumo.

Tras un año aplazando la boda, hay que casar al hermano. Bien que en petit-comité, al final quince sí que somos… ¿Y entonces? ¿Nada, ni un detallín de alegría para con los novios, ni un apunte de celebración? ¿Ni un triste que-se-besen? Sí, ya sé que no y yo no lo haría… Y en cualquier caso, de ahí a irse a Segovia a dar la turra disfrazado de payaso… Pero me pongo en la piel de la gente. Así somos. Y comprendo a los hijos que saltarán desde Madrid para ir a ver a madre y a la abuela, que no ven desde diciembre. Y comprendo -que no justifico, pero vaya si le comprendo- al del bar, acosado por mil deudas que no mirará DNIs cuando le toque cantar el menú. Y la vida que intenta asomar la cabeza, por más que según asome vendrá el virus y nos asestará un garrotazo de contagios. De hecho está en ello y así funcionan las olas. En abril lloraremos otra vez y culparemos al Gobierno.

Es razonable y es lo justo y lo beneficioso para todos decir: ¡quédense en casa! Además es fácil. Pero, más que multas, que no digo que no, necesitamos desesperadamente que lluevan vacunas ¡ya! y la triste realidad es que a fecha de hoy Sanidad no sabe si les llegarán lotes la semana que viene. Felizmente, servidor ya se ha vacunado, al menos por la mitad.  Uno más, uno menos.


Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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2 Comments

  1. Pues enhorabuena D. Luis.
    Los demás a seguir al albor de lo que nos depare la presunta competencia y el buen hacer de los políticos de turno .

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