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Huyan de las redes sociales (si pueden)

Durante años fuimos accediendo a las redes sociales bajo premisas similares: estar en contacto con gente cercana y reducir la lejanía con los de fuera, compartir gustos culturales, recomendaciones, opiniones que se asimilaban con cierta comprensión lectora, juegos, seguimiento a marcas y artistas de interés… Pero ese formato dio un vuelco cuando compañías como Meta, Twitter o posteriormente ByteDance (propietaria de TikTok) revolucionaron los algoritmos y priorizaron que se vieran en primer lugar contenidos procedentes de terceras personas, no de seguidores y amigos, y en el caso de las marcas que la masa de seguidores que habían acumulado no viera las publicaciones si no era previo pago publicitario.

Aquel fue uno de los orígenes de la polarización. Personajes sin criterio, sin formación y sin ningún interés por la moderación, ganaron seguidores, peso mediático y se convirtieron en referencia para quienes pensaban como ellos. Pero culparlos a ellos sería tratar a la audiencia como víctima o incapaz de generarse una dieta mediática coherente. Los usos y la información recibida en redes sociales como Instagram, Facebook, X o TikTok nada tienen que ver con lo que buscábamos en su origen. Y eso ha favorecido que se imponga lo más bajo del ser humano, aquello que sólo es capaz de exponer si es desde la cobardía del anonimato o formando parte de una masa que ataca a quien no piensa como ella.

Adolescentes pasando horas mirando la pantalla, tiempo en el caso de los jóvenes que se roba de cualquier conato de comunicación con los padres, es decir, de educación; adultos comportándose como adolescentes y creyendo en pleno 2025 que lo que se dice en los bajos fondos de Internet no representa la realidad y que por eso vale soltar cualquier patraña que saca a la luz nuestra mezquindad; una sociedad tuerta perdiendo el tiempo en dirimir qué contenidos son reales, cuáles un bulo y cuáles directamente son ficción generada por IA… Ante la ausencia de herramientas para esa separación, todo se pone al mismo nivel y la verdad y la mentira se convierten en un mismo hecho.

El escritor Antonio Muñoz Molina, probablemente una de las voces más coherentes de la cultura española, no está presente en las redes sociales y tuvo que soportar cientos de insultos porque Grok, la Inteligencia Artificial de Elon Musk en la red social X, mintió e identificó en una foto del escritor un Rolex de miles euros que en realidad era un Festina de tan solo 120. La plataforma corrigió el error y no borró el mensaje inicial, obligando a Muñoz Molina a soportar el acoso mediático, lo que confesó que le afectó a su salud mental. Nadie se identificó después como causante del problema, siempre son los demás.

El actual jugador de Osasuna, Víctor Muñoz, tuvo que cerrar sus cuentas en redes agobiado después de fallar un gol la temporada pasada en un Real Madrid—Barcelona, defendiendo la camiseta blanca. Los comentaristas deportivos Juan Carlos Rivero y Alba Oliveros son tendencia digital negativa en cada retransmisión por la forma en la que hacen su trabajo. La Oreja de van Gogh lleva días aguantando insultos por recuperar en la banda a Amaia Montero sin haber hecho un referéndum. Juan del Val en vez de celebrar el Premio Planeta tiene que justificar que lo ha ganado entre ataques y acusaciones de incompetente; los partidos políticos empiezan a capar las respuestas a sus contenidos porque solo responden los ‘del otro lado’ insultando. Los chavales ante una pelea en la puerta de un instituto dedican más tiempo a grabar para colgarlo en Internet que a ayudar a la víctima, entre otras cosas porque en casa debe ser que nadie ha tenido tiempo de inculcarles lo correcto. En Torrepacheco se formó una guerra civil partiendo de una agresión real y de un vídeo falso incendiario… Y así podría seguir con miles de tipologías diferentes.

Lo espectacular se come cualquier intento de explicar las cosas con detalle y criterio. En treinta segundos tiene cabida una explicación de la II Guerra Mundial, de cómo sacarle partido a tu lavavajillas, de Gaza o de cómo educar a tu gato… Y todo comparte espacio y tono como si tuvieran la misma relevancia. Y mientras celebramos como un triunfo que la IA —esa que dominan un puñado de poderosos— nos haga la lista de la compra, nos escriba los mails y nos atrofie (más) el cerebro, seguimos aceptando que los perjuicios que nos están aportando las redes sociales siguen siendo anecdóticos respecto a sus beneficios, que existiendo ha quedado en segundo plano respecto a cómo están reconfigurando para mal a la sociedad y a las personas. Quizás, ahora mismo no habría acto más ‘heróico’, entre comillas, que salir corriendo de ahí.

Disfruten del domingo, queridos lectores/as.


 

Author: Alberto Martín

Profesor universitario y escritor

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