*Últimamente me siento al lado de personas que discuten vía audio por WhatsApp. Me pasa a menudo en el metro, en el autobús y en los trenes de media y larga distancia en el hipotético caso de que funcionen y no me dejen tirado en el andén, circunstancia que se está convirtiendo en cotidiana y que, como con todo lo que pasa con este gobierno, me estoy acostumbrando.
Debería existir un contrato invisible por el que se prohíbe usar el audio como método para decirle a la pareja que algo ha molestado o que a la relación le queda lo mismo que al jefe de la UCO en su puesto. Es el doping de los enfados, pues permite borrar antes de enviar, mandar el contenido al inframundo de los mensajes eliminados que lo decían todo y quedaron en nada, y volver a empezar si se considera que no se está siendo vehemente a la hora de exponer los argumentos. Se pierde la espontaneidad de soltar lo primero que viene a la cabeza. Además, el destinatario no ve la cara del emisor, que es donde está la información de verdad, no en las palabras. Juntar un puñado y soltarlas a voz en grito a un teléfono no tiene mérito.
Una chica se sienta a mi lado en el Metro, coge el móvil y le dice a Juan que está harta. La clave para confirmarlo es la cantidad de veces que lo llama por su nombre real; seguro que cuando iban bien las cosas era «Cuqui» o «Cari». En cada repetición hay una muestra de cansancio que no sé yo si esta pareja remonta. Juan recibirá en diferido la noticia, su chica está hasta las narices de lo dejado que es. De hecho, para reafirmarlo lo mismo el tipo escucha el audio, salta el doble check azul y no contesta en el momento por pereza, lo que agrandaría el enfado de su todavía novia. El resto del vagón duda si bajar en su estación o quedarse a ver qué responde el susodicho, porque al volumen que lo ha grabado no se ha quedado nadie sin su ración de telenovela de andar por casa.
Las discusiones vía WhatsApp carecen de diálogo y de búsqueda de punto de encuentro. Se trata de soltar un discurso y esperar que llegue la respuesta, escucharla a velocidad 1,5x o 2x, como si estuviera hablando Pepita Pulgarcita, y volver a la carga hasta crear un conato de podcast donde la respuesta del otro importa poco. Es un ejemplo más de que la tecnología que venía a mejorar la comunicación de las personas lo que hace, si se usa mal, es distanciarnos.
*Seis chavales de unos once años juegan una pachanga en un estadio improvisado con césped de cemento que no tendrá piedad de sus rodillas. Es una de esas calles donde hay un letrero que impone un ‘prohibido jugar a la pelota’ cuya única obligación es ignorarlo. Es un tres para tres de manual, no hay portero ni táctica y todos son árbitros, como en la liga profesional. Uno chuta de lejos y el contrario para el balón con la mano, provocando las quejas del rival al grito de «¡mano, mano!». La sorpresa viene cuando el infractor protesta y niega la acusación. Al principio pienso que está de broma, pero el crío se mantiene erre que erre, se enfada y amenaza con el peor castigo que se puede regalar en la infancia: subirse para casa y romper el equilibrio numérico del partido. Uno de los chicos pregunta en alto que quién cree que ha sido mano y el verdadero varapalo se lo lleva nuestro protagonista cuando los compañeros de su equipo se cambian de bando y se suman a la postura mayoritaria. Mira desolado a los suyos, cinco votos contra uno, la victoria se antoja imposible. Lo han abandonado cuando más los necesitaba y al final acepta poco convencido que la democracia tiene estas cosas: es imperfecta.
Me quedo con ganas de inscribirme en el club de los perdedores, acercarme al chaval y decirle que tiene razón, que no la ha dado con la mano, que he visto la jugada y los otros cinco se equivocan, porque yo quiero estar de vez en cuando en su equipo, el de los que les aburre tanto la realidad que prefieren inventar mundos paralelos que pocos tienen capacidad para ver, esos que permiten negar la evidencia y crear nuevas historias en las que se está a salvo del ruido que escupen quienes no les interesa nuestra tranquilidad.
Feliz domingo queridos lectores/as.
1 junio, 2025
Haya paz. No es un artículo que merezca la confrontación entre lectores por temas políticos.
Gracias igualmente por la lectura. Saludos.
1 junio, 2025
Con los amenos que son los escritos de Alberto,
De verdad señores “comentaristas” dejen de utilizar este espacio para sus disputas políticas tan absurdas como patéticas.
Queremos seguir disfrutando de buen hacer del escritor y no queremos leerles a ustedes. Váyanse de aquí. Este no es su lugar.