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Cartelera Segovia: El Francotirador

francotiradordestacadaSi hay algo más seguro y fiable que Harry el Sucio tirando de Magnum 45,  es que ir a ver una película de Clint Eastwood es disponerse a disfrutar de una muy buena película.  Al gran talento del director carmelitano, se suma que siempre se rodea de magníficos equipos (los Oscar técnicos a sus películas son legión). El Francotirador -American Sniper- no es una excepción. Tiene ese ritmo sosegado y redondo, pero con pulso permanente. Tensión narrativa, concisión, veracidad, algún que otro chispazo de humor, drama… Soy un rendido admirador de sus películas.

El argumento es conocido. El tejano Chris Kyle es (fue, es una historia real) el mejor francotirador de los Navy Seals durante la segunda invasión de Irak (en activo de 2003 a 2009, en Ramadi, Faluya, Bagdad), capaz de abatir a un “insurgente” a 2.100 meros, con 255 bajas en su haber, 155 confirmadas. Entre ellas, niños. De hecho la película empieza así, con la terrible imagen de un solvente Bradley Cooper apuntando, primero a un niño, que se dispone a lanzar una granada a un carro de combate en Faluya, y luego a su madre. Como siempre, Clint no se anda con tonterías. Al grano desde el minuto uno. Niño, no lo hagas, piensa Kyle, pero el niño lo hace, y pam, tiro en el corazón. Con semejante presentación la pregunta que nos lanza Eastwood es obvia y tan vieja como el mundo. ¿El fin justifica los medios? ¿Vale todo?¿Dónde está el límite?

Sin embargo, lo que veremos durante las dos horas de película no son exactamente los dilemas morales de un “paco” de primera línea, más bien son las peripecias de un heroico Seal en las sórdidas batallas anti-insurgencia, trufadas con el viaje vital de un hombre obligado a deshumanizarse para “cumplir con su trabajo”. Para eso y sagazmente, Clint contrapone una y otra vez la vida en el frente con la retaguardia, adentrándonos en la realidad de un conflicto del que el propio Clint abjuraba. A medida que se vuelve más y más letal, Kyle se robotiza, lo que queda patente en la relación con la esposa y los hijos, en tanto la guerra proyecta una espiral de locura sin solución de continuidad.

Un planteamiento ya clásico del cine bélico, y muy especialmente, del buen puñado de películas basadas en invasión de Irak. La guerra como deshumanización llevada al extremo. La guerra como viaje a la locura. Como mucho, Eastwood se permite dos momentos para la esperanza. Uno, cuando se repite la situación de Kyle encañonando a un niño, si bien esta vez el niño abandona el RP y sale corriendo. Bienintencionado más que real guiño a la posibilidad de progresos en una guerra interminable (y a lo que pasa en Irak ahora mismo me remito). Dos, Kyle cambia, en un momento dado se dice que “ya basta” y rehace su vida abandonando el ejército -la muerte-. Lamentablemente, y cuando el protagonista vuelve a ser un hombre feliz, se topa con la realidad:  Kyle murió en 2013 asesinado por un marine demente. Eastwood lo deja ahí, pero a buen entendedor….

Se ha dicho, y con razón, que la película es enormemente pro-americana. No podía ser de otra manera, el guión parte de la propia autobiografía de Kyle (el “demonio de Ramada”, según los iraquíes) un soldado de élite que, como muchos americanos, ve el conflicto como un pulso entre buenos y malos, siendo ellos -los americanos- los buenos. En este sentido, en American Sniper son los integristas los que torturan, masacran y transgreden el orden moral, en tanto los americanos están allí para enderezarlo (mejor o peor, eso ya…). No hay en la mirada del Seal duda ética que valga. Cuando Kyle aprieta el gatillo y abate al niño, no hay en su decisión conflicto de culpa (aparente). Kyle es un militar al que se le encomienda minimizar las bajas de compañeros desde su tronera de francotirador. Y punto. Sentado frente a la mesa del psiquiatra, sumido en una depresión a su regreso a Texas, Kyle lo describe perfectamente: “No sufro por los hombres que he matado, sufro por los compañeros que no voy a poder salvar”.

Y es en esta tesitura, en principio tan maniquea, donde Clint (85 años de excelencia cinematográfica) se nos revela como un grande entre los grandes. Donde otros hilvanarían un siempre incompleto discurso moral anti o pro, Clint reparte bien las cartas y deja que sea el espectador el que juegue la partida filosófica. Como ha hecho magistralmente en Sin Perdón, o en Cartas desde Iwo Jima. Dejando al espectador sacar sus propias y desoladoras conclusiones.

Gran película.

 

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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