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Saber decir adiós

El anuncio de la retirada del futbolista alemán Toni Kroos ha situado en el centro del debate la conveniencia de dejar la competición en el punto más alto de una carrera. Pero más allá del fútbol, irse de un lugar en el momento adecuado, y hacerlo pronto, está al alcance de quien ha sido consecuente durante toda su vida y ha hecho lo posible, de forma casi inconsciente, para que su entorno lo eche de menos antes de que se haya ido. Y es arriesgado, porque de alguna manera priva al entorno de la parte final de la película, la más jugosa, esa en la que la monotonía o el hartazgo convierte la rutina en un lugar poco agradable para los oídos.

Marcharse antes del minuto noventa o del último cuarto, y no estoy hablando sólo de deporte, conlleva escuchar reproches, algunos condescendientes y otros premonitorios; aquellos que te susurran que estás cometiendo un error y que aún tienes mucho por dar en el lugar que vas a abandonar, ya sea un terreno de juego, un puesto de trabajo o la pareja con la que llevas un año o toda la vida, que vienen a ser sinónimas. Implica tomar el mando y decidir de forma autónoma cuándo detener el desgaste lógico de estar muchos años en el mismo lugar, ese espacio de tiempo en el que lo que hacemos se da por hecho y el error se castiga con más vehemencia que cuando todo era novedad y comprensión.

Pero luego aparece Nadal y le amplía a uno la perspectiva. Es el don de Rafa, que jamás ha restado en nada que no sea un saque del rival. Amplía la visión de que existen varios modelos de retirada, porque al igual que en el caso de Toni Kroos, me refiero más que al deporte a la vida, sin filtros ni inteligencia artificial. En un mundo cada vez más huérfano de referentes, un tenista nos recuerda que la vida también es dejar de ganar, acostumbrarse a perder, envejecer y poner sobre el tapete que lo más importante no es la victoria sino el proceso para lograr algo que ilusiona, sea un torneo oficial o llegar al final del día sabiendo que has hecho algo bien, aunque sólo tú te hayas enterado.

Su derrota en primera ronda de Roland Garros tiene más de aprendizaje que muchos de sus torneos conquistados, pues muestra que la superación no tiene nada que ver con ganar y que lo fácil suele estar conectado con el camino más corto. No es su caso esto último: más de un año de recuperaciones y recaídas para llegar a París, perder en primera ronda y que en España celebremos su esfuerzo como un Grand Slam más, nos confirma que tan digno de aplauso es retirarse en la cima de la montaña como hincando la rodilla en el suelo con orgullo y sabiendo que se hizo lo correcto: intentarlo hasta no poder más.

Feliz domingo, queridos lectores/as.


Author: Alberto Martín

Profesor universitario y escritor

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