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Retirarse o que te retiren

Hoy vengo a hablarles de mi retirada del fútbol amateur hace ya una década. Lo sé, les decepciona que escriba de algo tan banal cuando el mundo está patas arriba, pero si el ministro de exteriores, Albares, ha decidido que su máxima prioridad es la oficialidad del catalán en Europa —entiendan, queridos lectores, que asuntos como Israel, Palestina, Líbano, Rusia, Sahara, la inmigración descontrolada o la entrada de Ucrania en la UE, sean de calado menor—, yo me sumo a su causa y convierto los asuntos de andar por casa en los más importantes.

Me he dado cuenta de que, desde hace algún tiempo, cuando me encuentro a alguien caminando con muletas y me dice que se ha fastidiado los ligamentos, yo automáticamente pregunto «¿jugando al fútbol?», como si el hecho de que me responda que sí, cosa que sucede con frecuencia, certifique el acierto de mi decisión de haber dejado hace ya diez años las ligas municipales, interpabellones, provinciales y toda suerte de fauna futbolística. En esas competiciones nos juntábamos estrellas que no llegaron a brillar —aunque no lo supieran—, tuercebotas, chupagoles, barrigones y aquella subespecie que creía estar disputando la final de la Champions League y te arreaba cuatro patadas en un partido si jugaba en el equipo contrario, o si estabas en el suyo te soltaba frases del tipo «hay que ir a muerte a ese balón dividido», «mete la pierna» o «saca el codo en el córner».

Yo iba a aquellos partidos a cumplir el expediente, compartir un rato con los amigos, sudar alguna que otra copa de la noche anterior y, si caía un gol, tener ya material de ficción para contárselo al primer insensato que se interesara por cómo habíamos quedado. Eso de rematar de cabeza un saque de portería y descolocarme el cerebro o luchar un balón dividido con un tarugo que le daba igual dar a la pelota que a la tibia ajena, no lo veía claro. Los ratos que me tocaba descansar además eran esclarecedores: lo buenos que parecíamos cuando estábamos en el césped y lo malos que éramos desde la perspectiva del banquillo, dando órdenes a algún compañero para que hiciera lo que no hacíamos los demás.

El otro día me encontré a un antiguo árbitro y organizador de estos torneos que dan vida a los fines de semana y me preguntó si seguía jugando. Le contesté que no, que me hice un Toni Kroos y dejé el fútbol antes de que el fútbol me dejara a mí, hecho que barruntaba que no tardaría en suceder. Creo que Kroos me copió, pero no tengo pruebas.

En una liga municipal de fútbol 7 llegamos a la final contra pronóstico, ganando todas las eliminatorias previas en los penaltis y como se consiguen los mejores premios, haciéndole creer al rival que no teníamos ninguna posibilidad con tanta vehemencia que también nos lo creíamos nosotros. Nada más empezar el último partido me quedé solo delante del portero. Yo ya pensaba en la prensa, mi foto en portada y algún titular recurrente jugando con las palabras, pero el gol lo fallé y un defensa vino por detrás y me puso el tobillo del revés. El partido continuó conmigo en el suelo: el árbitro consideró que fingía; «levántese», me ordenó. Acabé en urgencias, sin ovación, sin copa, con muletas dos meses y sin partido de despedida, y mi mayor queja cuando le contaba a alguien el incidente era que el chaval no había venido a disculparse. «Es que los jóvenes de ahora van a por todas», me dijo un amigo. Y tanto, le respondí, si hasta se tomaban en serio el calentamiento y llegaban media hora antes al partido, cuando a nosotros el árbitro nos hacía cada semana el gesto de tocarse el reloj creyendo que ya no llegábamos.

En todo deporte siempre llega una nueva generación a decirle a la anterior que se ha quedado obsoleta, que su época ya pasó. Puedes seguir ahí, por supuesto, pero el ritmo ya lo empiezan a marcar otros y toca afrontar un momento que no esperabas: el de preguntarte si seguir jugando y poner en el tapete tus rodillas, o dedicarte a otro deporte en el que no tengas que explicarle a un chaval veinte años más joven que antes eras bueno y que es el fútbol el que ha cambiado, que tú sigues siendo el mismo. Así que te miras el catálogo y eliges entre volverte ‘runner’ y comprarte unas medias de compresión, darle al pádel, salir a caminar por la montaña y contarlo en Instagram, ir al gimnasio o investigar cuáles son las mejores horas para ir a la piscina cubierta y tener una calle para ti solo. Al fin y al cabo, lo más importante en el deporte, y tal vez en la vida, es marcharse con dignidad de donde fuiste feliz antes de que otros lo decidan por ti.

Disfruten de este domingo de otoño.


Author: Alberto Martín

Profesor universitario y escritor

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2 Comments

  1. Magnífico como siempre. Bueno, cómo casi siempre, no se lo vaya a creer.

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    • Muy amable, estimado Lucas. Me mantendré alerta para no creerme nada, prometido.

      Saludos y gracias por leer este artículo.

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