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Cartelera Segovia: Mortadelo y Filemón

Les recomiendo vivamente Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo; lo que es yo, desde luego, me metí una panzada de reír, que falta me hacía. ¿Es usted de aquellos a quienes lo que más les gusta de Los Simpson son las aventuras de Rasca y Pica? ¿Consideran que las persecuciones del Coyote o el gato Silvestre son la esencia de la Warner? ¿Tuercen el morro cuando tienen que acudir a alguna película ñoña de la Disney? Pues ya están tardando. Siempre he pensado que la moralina estúpida de la Disney nunca podía traer nada nuevo, una fábrica de veganos si acaso. Así que agradezco a Javier Fesser esta recuperación de los orígenes del animado, persecuciones una detrás de otra y tortas y más tortas a la salud de este “saco de las hostias” nacional que siempre ha sido Filemón Pi.

Naturalmente, para ir bien las tortas deben tener su guión. El yunque debe caer sobre la cabeza de Filemón después de que este arrastre la cabeza por una autovía de adoquines, se estrelle contra una pared, caiga de cabeza sobre un clavo, con los pies sobre un tablón en el que se apoya un bidón, que salta por los aires, da tres vueltas de campana y así hasta el barroquismo traumatológico más exarcebado. ¡Qué delicia!
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Pero hay más razones para aconsejar la nueva mortadelada. En lo tocante a animación yo valoro especialmente la originalidad de la iconografía. Considero que una de las virtudes del dibujo es ofrecernos un mundo (arquitectónico, paisajístico, incluso morfológico) 100% original. Para eso dibujamos en lugar de tomar fotos, para modificar la realidad y obligar al espectador a soltar un ¡uuala! Nuevamente vuelvo a la contraposición con Disney, donde la escenografia no suele ser demasiado sorprendente si la comparamos al genial de toda genialidad Miyazaki o a la Pixar de los buenos tiempos.

Y es en este apartado donde el Mortadelo de Fesser alcanza su plenitud.

La obra de Ibáñez es un retrato esperpéntico -vallecinclanamente esperpéntico- del desarrollismo español de los 60-70, del tardo-franquismo. Cuando en los libros de texto se nos decía “que había países desarrollados, subdesarrollados y en vías de desarrollo”. El de los niños de aquellos años se correspondía a este tercer eufenismo, un quiero y no puedo, un país que no acababa de dejar atrás el paletismo rural ni acababa de entrar en los refulgentes neones del “primer mundo”. Un James Bond desastrado que en lugar de martinis bebe en botijo y que en vez de un Aston Martin gasta un SEAT 1400 sport coupé. Ese, ese es el icono-caricatura de nuestra realidad de niños setenteros.

La estética de Fesser sabe atrapar esa atmósfera de magnetófonos de teclas aceitosas, publicidad desastrada, Olivettis grises con las tipografías reventadas. De hecho, Fesser ES esa estética concreta -el cacharrismo- y pienso en El Milagro de P. Tinto o la primera entrega de Mortadelo (luego, cuando el hombre se pone en plan agitador de conciencias, ya me interesa menos). Una estética que los españoles -y parece que a diferencia de cualquier otro país- llevamos en nuestro ADN desde los tiempos de Goya. La irredenta España del esperpento, la de una vocal del CGPJ sacando sacos de pasta de Andorra, Barcenas y sus papeles y el pequeño Nicolás haciéndose pasar por botones Sacarino del superintendente Mariano. Descascarillados bloques de aluminosis a lo Trece Rue del Percebe. Cacharrismo hispánico que conforma el primer plano de la película de Fesser. Y como prueba el helicóptero marca SEAT de Jimmy el cachondo. Solo a un español se le ocurriría utilizar los interiores de un 600 para ambientar un helicóptero de combate decorado con pegatinas de la ITV descoloridas por el tiempo. “Soy español, ¡casi na!”
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Con estos mimbres casi dos horas de carcajadas. Puestos a señalar algún inconveniente, cierta falta de guión. Tantos piñazos y hostiazos pueden cansar al espectador, más que nada, por cierta falta de guión. Pienso que hay en la obra de Ibáñez historias potentísimas, más allá del villano nihilista que desea destruir la TIA o perpetrarle un “aquello” al desgraciado Filemón. Y me retrotraigo mil años para verme a mi mismo flipando con aquel álbum de Bruguera, “a todo color” y la asombrosa gesta contra el Gang del Chicharrón, unos malandrines que tras destrozar la infraestructura hidráulica nacional revientan el mercado de bacalao para matar de sed al personal y forrarse vendiendo botellines de agua a treinta duros. Acojonante.

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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