free web stats

Mi primer San Frutos

Pues ahí estaba yo, el ojo puesto en el libro de la vida, presto a -haciendo gala nuevamente de mi fama de “perspicaz”-, descubrir qué extraño mecanismo posibilitaba que un libro en apariencia de  granito se voltease en vivo y en directo.

-¿Seguro que pasa la hoja? -pregunté por enésima vez no muy convencido.

-Fijo -me reiteraron,  sino mal asunto -y volvieron con sus amenazas de que el mundo se acaba, etc… etc…

Me lo decían con una cachaza sospechosa. El “voy a hacer el pardillo que no veas, de esta me doctoro” dominaba mi mente desde que, algunas horas antes, me vaticinaron el milagro con gran énfasis y yo decidí aceptar la apuesta. Pues vale, le echamos una ojeada. Es verdad que varios metros por debajo del santo vi una suerte de pasquín; me hice la composición de que era como un cartel explicativo del prodigio en ciernes y no le concedí mayor importancia, centrando mi atención en el santo de granito.  De modo que cuando acaeció el prodigio y el personal estalló e un “¡milagro, milagro!” y “viva san Frutos”, ni me cosqué. Me la había comido con patatas, como a carcajadas mis amigos no dejarían de recordarme durante el resto de la noche y aún años después. Hay que reconocer que mis amigos segovianos se lo curraron a fondo, insistiendo desde la víspera en la fenomenal magnitud del suceso, incluso -para mayor vergüenza- me abrieron paso entre el gentío para ponerme en primera fila explicando a la concurrencia que “el pobre este no ha visto el milagro nunca”. Los aludidos, amable y sospechosamente, me dejaban paso eso sí, entre guiños cómplices que no hacían presagiar nada bueno. Previamente, me habían enjugado en cerveza y cubatas, que eso también ayuda. Y yo buscando mecanismos secretos entre las piedras de la Catedral.

Mi primer San Frutos. Era 1995 y -luego sabría- que la tradición era bastante nueva. Una carrinclonada (de carrincló, me temo que es una lerinada intraducible) de castizos. En fin, me resarcí con las sopas, que me supieron a gloria, y la juerga posterior que fue de las de “pronóstico grave, pero volverá a andar”. Aún no tenía claro que Segovia iba a ser mi ciudad por muchos muchos años, pero ya me lo barruntaba. Pacientemente aceptaba los ritos iniciáticos que mis nuevos amigos me imponían. Soltar “majos” a lo burro y chatear de pie (nunca en terraza), apañarme para beber una caña con una mano con la otra sujetar un pincho de oreja y con la otra un cigarrillo y con la otra un palillo y con la que quedaba libre una servilleta de celulosa y un chusco de pan, bañarme en esa especie de glaciar licuado que es El Pontón… Y otros que no puedo contar.

San Frutos me pareció y me parece una fiesta cojonuda. Muy auténtica y mucho mejor que las de San Juan y San Pedro. Estaba todo aquello del villancico, que este año cumple 150 años, el Mester (que por ahí andarán) y el ir a pájaros, las setas… Años después, y acertadamente, se añadió lo de recitar el romance desde el templete. Una fiesta muy auténtica, donde lo folclórico se mantenía extrañamente fresco. Piénsese que yo venía de una ciudad de aluvión catalana, con las tradiciones antiguas disueltas en nuevos (y politizados) ritos y donde lo folk local, con todo su mérito, era ya “vintage”, un nostálgico vistazo a un pasado muerto. En Segovia, en cambio, la tradición seguía bien viva, aunque fueran tradiciones reinventadas no hacía tanto.

Luego está la figura del santo en sí, que me parece un santo muy molón. Muy ecológico, feminista (por aquello de poner orden en la segoviana costumbre de despeñar señoras) y con un trasunto histórico bien curioso, los eremitorios de la Extremadura Castellana de finales del periodo visigótico, principios de la dominación musulmana.

Han pasado 30 años. San Frutos me sigue pareciendo la fiesta de Segovia por antonomasia, y me alegra que miles de devotos convergieran en la plaza un año más. Las raciones de sopa se terminaron, que las 1.300 previstas se alargaron hasta las 1.500 y ni aún así hubo para todos. El milagro, una vez más, que nadie fenezca aplastado en las rejas de la catedral, y que seguimos aquí, viendo pasar el libro de la vida. Larga vida a San Frutos.

 

 

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

Share This Post On

2 Comments

  1. Entrañable fiesta. Echo en falta la exposición de setas. La micología es una afición propia de estas fechas y generalizada entre los segovianos.
    Era didáctica, divertida y práctica.

    Post a Reply
  2. Me han encantado las luces de este año en la catedral. Nunca la había visto tan bonita.

    Post a Reply

Responder a Nicalero Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *