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La miseria de la cultura

Es difícil ser sarcástico con Clara Luquero. Es un encanto de señora. Vale, sus ruedas de prensa son de alto riesgo, entendiendo por tal que algún día, cabeceando de sopor, algún periodista se abrirá la frente con el canto de la mesa, que es lo que tiene el interminable desfilar de lo que en el gremio damos en llamar “luqueradas”,  microteatro (señores que te cobran por pintarse en vivo el cogote), luego Titirimundi v. 3.1 beta Max (ahora en 4D), música sefardí “amenizada” con la lectura pública de siete ensayos de la Zambrano, para lo más pequeños, taller, marquetería conmemorativa del centenario de Platero el burro… Y así hora tras hora, mientras uno se pregunta dónde quedó la  adrenalina de Arahuetes, cuando escenificaba aquellos arrebatos dignos del Comandante Chávez  y parecía inminente un asalto a sangre y fuego de la Guardia Urbana a la delegación de la Junta seguido de la invasión de Palazuelos…. ¡Qué tiempos!

Exagero, exagero… lo sé. La cultura está muy bien. Muy bien y es muy bonita. ¡Y lo que cunde!

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Al principio uno preguntaba, y cuánto vale esto, y cuánto lo otro. Luego comprendí que es todo una milonga. En general, los actos se financian parte con cargo a partidas de aquí  y parte de allí, y réstale taquilla, y súmales horas de los carpinteros, publi a cargo de alcaldía…  Vale X, asegura un fulano. Pero uno está ya muy mayor para según que actos de fe…. En realidad, la entropía es tal que no creo que ni ellos mismos tengan una idea exacta del valor de las cosas.

Sólo se sabe que -atención- ¡la cultura es una inversión!

Hace un par de meses asistimos a la presentación de un trabajo sobre el impacto económico de Titirimundi. Muy seria, Clara Luquero nos vendía que, amén del progreso espiritual que siempre supone la cultura, estos eventos traen dinero a la ciudad, y se pueden cuantificar. ¿Cómo?  Fácil, se mira el número de madrileños, se traduce por un cochinillo cada cuatro, más pan, más vino y marchando el titular de “El impacto de Tal asciende a X millones”. Debe ser una moda y alguien que se ha currado un Excel, porque en La Granja también vinieron con las cuentas del Gran Capitán por aquello de “lo mucho que gira el Real Sitio” gracias a sus mágicas noches…

Y ojo, no es dinero que se quede en el exclusivo haber del señor Cándido y Cia (y mucho que me alegro, que bien se lo merecen). No. Es dinero que va para pagar camareros, tras pagar a proveedores, que a su vez compran cosas, se anuncian en los medios…

Desde luego, nadie niega el impacto en el sector hostelero segoviano de cualquier cosa que atraiga a mil o dos mil o treinta mil. Ya sea mediamaratones o el Hay Festival.  Pero uno se pregunta, ¿esta es la economía del conocimiento que tanto nos habían prometido? ¿Rentabilizar a golpe de pinchos y cañas las fiestas del pueblo? Parece que los responsables de cultura se han quedado en las fiestas del instituto.

Evidentemente Segovia es una plaza turística. Y no hay mucho más, la verdad. Fuera de eso, jubilados, funcionarios y un puñado de industrias de servicios las más de ellas, distribuidoras de rango provincial, así que hay que cuidar el motor. Tampoco se pueden pedir peras al olmo, el sector turístico es el de más bajo valor añadido (menos que la agricultura). Su beneficio está en lo que se cobra por servir -magistralmente, aclaro- una cena, una tanda de cervezas… En otras palabras, es un motor de dos cilindros, que permite viajar a 60 por hora. Dándose bien…

¿Quiere esto decir que uno opine que Clara Luquero debe invertir en investigación molecular, invertir en astilleros o dejar las luqueradas? Pues  no. Pienso sinceramente que hay que poner el foco en otro lado. Pienso que Segovia (ciudad y provincia, y España en general) debe desburocratizarse, markitinearse, wificarse, modernizarse desde la gestión.

Por ejemplo. La Fundación Caja Segovia busca desesperadamente algún recurso para musealizar el Torreón de Lozoya (caso que no se lo acabe quedando el Sareb  y lo convierta en un pádel). Al punto se me ocurre que en España funcionan bien unos cuantos museos, sustancialmente, el del Real Madrid y El Prado. Vayamos al Prado, un museo impracticable, supersaturado, con miles de pinturas ocultas en los sótanos. En un mundo ideal, una plaza como Segovia tendría una extensión de El Prado en el Torreón (supongo que la idea ya se ha dicho por activa y por pasiva). El ministerio de Cultura, anualmente, programaría muestras itinerantes con esos fondos hoy muertos por su red de extensiones. La marca “Prado” tiraría del sector cultural. Pero no, es más fácil concentrar a mil o dos mil funcionarios en un cacho edificio en la Castellana, y a cabecear… Te pondrán mil reparos, que si el seguro, que si el estandar 40/30 para la prevención de cacos y humedades, el estudio sismográfico y la ley de Protección de Datos. Que si sacar un cuadro de La Gran Vía es caro-carísimo de la muerte, que esto no es ir con la Kangoo y cargar tres cuadros… Besa, no es tan fácil como parece,  te dirán, con sonrisita de suficiencia…. que si tal y el cual… Las excusas nunca se acaban cuando se trata de trabajar más (o empezar a hacerlo).

Claro que se supone que pagamos a los políticos para eso, ¿no?, para encontrar soluciones a los “reparos”. Naturalmente, esto no es el mundo ideal, y como no lo es… ¡¡¡marchando una muestra de trajes regionales!!!

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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