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La curiosidad como salvavidas

Venía esta semana dudando entre escribir sobre la fe inquebrantable del ministro Bolaños en el Fiscal General del Estado o acerca de los padres garrulos que aún no se han enterado de que sus hijos no van a llegar a primera división y siguen berreando en los partidos de fútbol de críos de ocho o nueve años. Pero si escribo sobre esto último me meten en la cárcel y si lo hago de lo primero cualquier opinión no superará a la ficción que se ha instalado en Moncloa como homenaje a David Lynch.

Así que les contaré en este primer artículo de 2025 que el otro día tuve la oportunidad de impartir unas charlas en el mismo colegio a alumnos de 16-17 años, de 13 y de 10, en ese orden, además. Este dato es importante porque a medida que cambiaba de aula me encontré entre los estudiantes más naturalidad, más ganas de participar y sobre todo menos pudor a la hora de exponerse en público y opinar. Cuando pregunté a los más jóvenes —los de quinto de primaria— por qué creían que en esa clase estaba habiendo mucha más participación que en la de los mayores, con toda la coherencia me dieron tres motivos: vergüenza, miedo a hacer el ridículo y nervios porque los están mirando. A su vez les pregunté por sus aficiones y me dijeron muchísimas: baile, deportes varios, quedar con los amigos, leer, pintura, videojuegos, música en el conservatorio, patinaje… De forma natural, sin miedo a la risa de otros, levantaban la mano, ávidos por aportar su granito de arena. En cambio, si esa misma cuestión la pongo sobre la mesa con chicos y chicas de veinte años en otros ámbitos educativos, suelo encontrarme con que las respuestas incorporan el verbo en pasado: han ido abandonando sus aficiones por lo que ellos llaman ‘falta de tiempo’. Pero no es cuestión de la juventud, no me malinterpreten: si la pregunta la hago a cualquiera de nosotros, igualmente recurriremos al comodín del tiempo y las obligaciones, como si nos eximiera de todo. Quizás damos por sentado que hay una etapa de explorar y descubrir, que damos por cerrada muy pronto, y otra mucho más larga de recordar como algo lejano lo que se encontró y nos enriqueció como personas.

  ¿Qué sucede en ese intervalo de tiempo para que los comportamientos sean tan diferentes? Hay un punto de partida obvio donde crecer significa ser más consciente de lo que nos rodea, y por extensión aumentar las preocupaciones con las que cargar, aunque muchas de ellas tengan más de invención que de realidad. Pero eso no responde a mi pregunta. También creo que Internet y las redes sociales forman parte de la causa que planteo por un motivo: la gran afectada en el día a día de cualquier persona que tiene delante continuamente una pantalla es la curiosidad, que es la que hace que descubramos, que nos ilusionemos, que escuchemos otras voces, que nos sorprendamos, que nos obligue a buscar aquello que provoque sensaciones y que no nos haga abandonar a las primeras de cambio algo que durante años formó parte de nuestras vidas. En el momento en el que hemos aceptado que sea un dispositivo móvil el que nos aconseje qué ver, qué información recibir, cuál ocultar, quiénes son los emisores (de dudoso calado) del contenido que vemos, qué series consumir en unas horas sin apenas digerirlas ni comentarlas con los amigos… hemos convertido nuestro mundo particular en un lugar mucho más pequeño que nos quita tiempo de calidad y que sólo nos muestra la parte que queremos escuchar, que es probablemente la que menos debería importarnos.

A lo mejor deberíamos reflejarnos en esos niños y niñas de diez años de los que hablaba al principio, ajenos aún a la contaminación total de la tecnología, de la apariencia, y corregir los errores que tantas veces cometemos los adultos al soltar por el camino la naturalidad con la que nos movíamos en la infancia. Es un error sacar de nuestras vidas aquello que un día conocimos y disfrutamos gracias a la capacidad de ser curiosos, de ser nosotros los que saliéramos ahí afuera a descubrir una realidad más amplia que la que teníamos frente al espejo.

Que tengan un feliz domingo, queridos lectores/as.


Author: Alberto Martín

Profesor universitario y escritor

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2 Comments

  1. Muy buen artículo. Felicidades.

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