El colegio electoral donde voto, el actual Diego de Colmenares, tiene una cancha de fútbol sala que muchos segovianos hemos disfrutado de jóvenes, en parte gracias también a ese toque prohibitivo que nacía de la obligación de saltar la valla para juntarse con los amigos los fines de semana.
Dos chavales juegan allí —el domingo de elecciones— con una pelota tan desgastada como el ciudadano que va sin ilusión a dejar su voto europeo pensando más en la cerveza y la tapa que esperan como premio de consolación. Al acercarme a los chicos, justo cuando estoy en el córner, le digo a uno que me pase la pelota y que si meto gol olímpico (sin portero, claro) les pago un refresco. Me la da dudando más que santo Tomás de que pueda conseguir mi objetivo, hay pocos metros entre la línea y la portería y haría falta mucho efecto en el disparo. «Estos jovenzuelos no saben de lo que soy capaz», pienso convencido.
Coloco el balón por su mejor lado, que no sé cuál es, pongo los brazos en jarra y por un momento creo que la verdadera final se está jugando en esa cancha y no en las elecciones europeas. Los chavales esperan expectantes, no saben que el otro día perdí una apuesta sobre si Stevie Wonder seguía vivo y noto que ahora sí confían en mí; ya se ven con la Coca Cola fría en las manos. Al fondo, dos policías nacionales me vigilan: creo que están decidiendo si llevarme al calabozo o suspender las votaciones hasta que lance; ambas me parecen coherentes. La vida son las prioridades que cada uno quiera tener y en ese lanzamiento el mundo entero se juega mucho, aunque en ese mundo sólo quepamos los dos chavales y yo.
Miro la pelota, miro la portería. «Yo he metido muchas de estas antes de que nacierais, imberbes», ese dato se sustenta en un nulo rigor científico para que canten victoria antes de tiempo, así que me lo guardo para mí. Qué más da que no lleve ropa deportiva si el talento y la clase se llevan por dentro o no se llevan. Por fin lanzo y el balón, que tenía que atravesar los dos postes y el larguero, se aleja humillado a no menos de cinco o seis metros. Si alguien hubiera visto mi lamentable tiro sin saber nada, habría pensado que mi objetivo era distanciar lo máximo la pelota de la portería.
Los chicos se quedan cabizbajos, entre resignados por quedarse sin bebidas y horrorizados por haber llegado a creer en algún momento que tuvieron posibilidades de ganar el reto. Yo también bajo la mirada, pero para buscar las causas del fallo: las zapatillas no eran de deporte y le he dado con la puntera, el balón no estaba bien hinchado, alguien pasó por detrás y dijo orgulloso que votaría a Alvise… Todo ha podido influir, pero cuando voy a acercarme a los chicos para justificarme, sus caras de decepción me suplican que lo deje ahí, que no se me ocurra contarles que el fútbol de ahora no es como el de antes. Lo intento también con los agentes de policía, pero niegan con la cabeza; he decepcionado a todos. Pedirles otra oportunidad sólo empeoraría la imagen que he dejado y ya nunca podré ser Koeman en Wembley, Iniesta en Sudáfrica o César Muñoz en Segovia.
A la vez que avanzamos en el presente, que es donde tenemos que gastar toda nuestra energía, encontramos de vez en cuando refugio en el pasado, porque no hay nada más manipulado que el recuerdo que tenemos de aquello que nos hizo felices. No hablo de que algo fuera mejor o peor, hablo de que era diferente, porque el pasado no es un lugar estático que está ahí como una enciclopedia abandonada, esperándonos sin más, sino que se va transformando a medida que rememoramos una etapa ya superada. Por eso nos gusta tanto contar anécdotas y en mi caso pensar que hace dos décadas ese tiro lo habría metido sin dificultad, porque en el fondo nunca estamos hablando de lo mismo, así que incluso, cuando pasen los años, es probable que esté convencido de que sí fue gol olímpico ese chut terrible que lancé en una mañana de elecciones creyendo que era verdad aquel dicho de ‘el que tuvo retuvo’, aunque nunca llegué a saber qué fue aquello que «tuve».
Feliz día, queridos lectores/as, y vayan entrenando a lo que sea, que llegan las fiestas de san Juan y san Pedro.
16 junio, 2024
Una divertida anécdota
🙂
Gracias por compartir.
17 junio, 2024
Magnífico!