Ocurre periódicamente y ha vuelto a pasar este 28 de diciembre, cuando un intenso olor a purines —residuos procedentes de la orina y excrementos de las granjas porcinas— se ha esparcido por la ciudad causando el malestar y los comentarios con el gesto torcido de los segovianos y los visitantes, muy numerosos en estos días de Navidad en la capital.
Es difícil concretar el origen exacto del desagradable aroma, en cualquier caso procedente de granjas porcinas o, como parece en este caso, relacionado con tareas agrícolas por las que se esparce el purín en las tierras a modo de fertilizante en los municipios del entorno de la capital, lo que dificulta, casi imposibilita, la adopción de medidas puntuales que solucionen esta situación.
Lo cierto es que cuando se producen estas “oleadas”, el Ayuntamiento de la capital se dirige sistemáticamente a la Junta de Castilla y León para reclamar precisamente soluciones a través de la aplicación de la legislación y el establecimiento de medidas para la gestión de los purines, elementos que emiten a la atmósfera sustancias como amoniaco o metano de las que procede el intenso olor que puede llegar a hacerse patente a kilómetros de distancia de su punto de origen.
El pasado mes de julio se anunció la inminente reapertura de la planta de tratamiento de estos elementos, en Turégano. La planta se puso en marcha en 2005 pero cesó en su actividad en 2014 mientras que llegó a tener capacidad de asumir unos 100.000 metros cúbicos, casi una quinta parte de la producción total de este residuo en las granjas de la provincia.
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Y así nos va.
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