(ANEXO recorrido GR88 (14) del Condado de Castilnovo a Sepúlveda)
De Segovia a Sepúlveda con su primer Conde (y II)
(Parte I)
Atanasio Oñate y Salinas, Conde de Sepúlveda, nacido en Sepúlveda el 2 de mayo de 1809, fallece en el Real Alcázar de Madrid a las 8,30 horas del día 18 de Marzo de 1893.
Dato que podemos constatar en la crónica publicada, por un periódico local segoviano, el día 22 (Mariano Sáez y Romero en su libro Las calles de Segovia indica como fecha de fallecimiento el 18 de Mayo de 1893). Fue sepultado en Sepúlveda.
El día 19 de marzo su cuerpo llega a Segovia trasladado por ferrocarril, eran las 5 de la tarde. El 20 a las nueve de la mañana, el obispo de Segovia oficia misa por su alma en el convento de Santa Cruz la Real. Desde allí parte el cortejo fúnebre hacia Sepúlveda.
El año de su fallecimiento, 1893, la Corporación municipal segoviana toma el acuerdo de denominar el tramo de paseo que va desde la plazuela de Santo Tomás a la estación de ferrocarril, como ‘Paseo Conde Sepúlveda‘.
Acuerda igualmente pedir a la familia Oñate un retrato para el Salón de Sesiones.
Retrato que parece nunca llegó a destino
El recorrido del cortejo fúnebre dio pie al paseo ciclista que realicé el 19 de marzo de 1993 por el antiguo GR88 -desviándome puntualmente a algunos pueblos que no toca el sendero segoviano-.
Con esta gira campestre quise conmemorar el centenario de su fallecimiento:
“Torrecaballeros, Sotosalbos, Torre Val de San Pedro, La Velilla, Pedraza, La Matilla, San Pedro de Gaillos, Aldealcorbo, Condado de Castilnovo, Sepúlveda”.
Actualmente la ruta se puede realizar, por el antiguo GR88, sin tropezar con tráfico rodado.
Siguiendo las entradas de este Blog (entradas 7 a 13): De Segovia caminamos hacia el término de Torrecaballeros entrando por Cabanillas del Monte.
Continua el recorrido por la Cañada Real Soriana Occidental hasta Sotosalbos y, posteriormente, desviándonos por Pelayos del Arroyo y Santiuste de Pedraza, se llega a La Velilla y Pedraza.
Desde la Villa de Pedraza la senda más recta pasa por Orejanilla y Valleruela de Sepúlveda, accediendo al Condado de Castilnovo.
Una vez en Valdesaz seguimos al núcleo de la Nava que nos conduce al río Caslilla. Por su vega realizaremos una majestuosa entrada en Sepúlveda
La llegada a Sepúlveda por el hortelano valle del río Caslilla nos recuerda los ecos festivos de una crónica periodística del año 1909:
“Hoy han celebrado los hortelanos de esta Villa la tradicional fiesta de soltar el agua en la ribera del Caslilla, en cuyo punto han saboreado una suculenta merienda, reinando la más franca alegría, entre los que á ella han asistido. Después de la merienda han formado un animado baile de dulzaina, subiendo desde dicho punto à la Plaza Mayor y después à la plazuela de San Esteban, donde ha durado hasta el amanecer. ¡Viva el buen humor de los hortelanos de Sepúlveda! […]”.
Crónica alegre que contrasta con la que podemos leer al día de la llegada del coche fúnebre con los restos del Conde de Sepúlveda:
“En esa hora indefinida entre la tarde y la noche […] todos los habitantes de Sepúlveda, sin distinción de clase […] La comitiva en la curva de San Juan ¡Que cuadro tan grandioso! Mil formas movibles que acusan seres humanos colocados en las cumbres de los promontorios, al ser miradas desde la hondanada, dibujan un confuso contorno en los espacios. Estas formas, que parecen tienen cabeza unida al firmamento, se deslizan rápidas y silenciosas por las pendientes laderas […]”.
Este texto, nos lleva a su vez al escritor segoviano Ignacio Carral, cuando nos describe Sepúlveda en el semanario Estampa. Revista editada en los años treinta del siglo pasado:
“Vuestro primer pensamiento es el de catástrofe. Atalayáis un barranco profundo, erizado de rocas encrespadas como olas de un mar que se hubiera súbitamente petrificado en plena tempestad. Frente a vosotros, montones de casucas, colgadas sobre el abismo, agrupadas absurdamente, como si de una mano despreocupada las hubiese arrojado desde lo alto, caigan donde caigan. Algunas, verticales; pero las más, inclinadas temerariamente sobre el río, casi horizontales unas veces, y otras haciendo emocionantes equilibrios sobre el pico de una peña”.
El ‘paseo conmemorativo’ en pos del conde fue provechoso, aunque cansado. Tomando al pie de la letra el dicho popular que versa “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”, me entretuve con un buen cuarto de cordero asado por los que la villa es famosa.
Si visitamos la villa a finales de agosto, podemos despedirnos con los cohetes y dulzaineros de sus fiestas de los “Santos Toros”.
Quizá nos reciban dulzainas y cohetes, como en la visita de la Infanta Isabel en 1895. Entonces dió la bienvenida un arco adornado de flores y follaje: “a S.A.R. la Serenísima Infanta Doña Isabel, la Villa de Sepúlveda”.
A su paso por el arco hubo suelta de palomas, dos “bouquets” y, a su llegada a la Casa Consistorial, acordes de la Marcha Real.
La Infanta recorrió el pueblo. Visitó las cinco iglesias, el cementerio, el convento de Religiosas Franciscanas, la escuela de párvulos que éstas dirigen y las cuatro de ambos sexos que la población sostiene.
Durante su estancia hubo bailes al son de dulzaina y tamboril:
“[…] presenciando su S.A. aquel hermoso cuadro de costumbres del país desde el balcón de la sala de juntas de la hermandad de la Virgen […]”.
Rondalla de despedida:
“¡Ay qué arco tan bonito!
Porque se marcha la Infanta
¡Qué triste se queda ya!
Prenda de la Casa Real”.
La Infanta se despide de la población tarde:
“Bien entrada la noche, abandonó la población à pie… En ese momento se encuentran iluminadas la mayoría de los edificios, ofreciendo à la vista un panorama por demás fantástico, que debió sorprender agradablemente à la Infanta cuando, ya en marcha, pasó frente à la población”.
Atrás voy dejando Sepúlveda. En el mirador del pintor Ignacio Zuloaga, frente a frente con la población, recuerdo los cuadros del pintor: Mujeres de Sepúlveda o Gregorio de Sepúlveda.
El arte del pincel se enroca en mi cabeza con otro arte, el del cincel, de los escultores hermanos Barral y de cientos de barrales que han tallado esta Villa a lo largo de la historia.
Sepúlveda es un gran monumento a la arquitectura popular, una estela conmemorativa de tiempos pretéritos, cincelada desde los verdes valles hasta el altozano. Agua, tierra y cielo unidos.
21 octubre, 2016
He disfrutado mucho con este artículo sobre mi tatarabuelo. Gracias
21 octubre, 2016
Muchas gracias. Siempre es nuestra intención agradar y dar a conocer historias que puedan ser ‘andadas’ y disfrutadas, en un intento de que se nos conceda esa mente sana en un cuerpo sano que cantaba Juvenal; que falta hace hoy en día 😉 Un cordial saludo, JP