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Agapito Marazuela o la dignidad

Les voy a contar una anécdota. Esto es el 20 de noviembre de 2000. Yo apenas llevaba un par de años viviendo en Segovia y hacía pocas semanas había empezado a trabajar en la Diputación de Segovia como “periodista”, bajo las órdenes directas del hoy denostado ayer peloteado Atilano Soto. La Diputación era para mí un mundo extraño, no tenía claro qué podía hacer y qué no podía hacer. En esto, el secretario de Miguel Angel de Vicente, Antonio Sanz, un tipo socarrón, muy particular y que aún hoy me honra con su amistad, va y me dice. Luis, saca la cámara que tenemos que llevar la corona de flores al cementerio, nos sacas una foto y tal, tú ya sabes…¿Cómorrr? ¿Quién se ha muerto?, pregunto yo. Antonio, como con el fastidio de tener que repetir lo obvio va y me replica, ¿qué día es hoy? ¿No es 20N? Pues entonces hay que llevar la corona de flores al cementerio, coño, no es tan difícil de entender. ¿Te estás refiriendo al 20N-20N? pregunto estupefacto. (Lo que se debía estar riendo Antonio por dentro, pero es muy buen actor, así que siguió con el malentendido). Pues claro tío, a los caídos.

Ay la madre que me parió. Si se entera mi padre, pensaba yo por dentro. El de la Diputación era un buen puesto, pero leches, ¡llevar flores a Franco! (o quién sabe si algo peor), eso ya pasaba de castaño a oscuro. Acaso viendo mi cara descompuesta Antonio va y me dice: tú solo tira las fotos y ya está, no te metas en líos. Eso ayudó a dorar la píldora. Después de todo, mi cometido era tirar una foto y punto.

Ya de camino al cementerio, Miguel Ángel de Vicente y Antonio siguieron con la broma, pero a De Vicente se le escapaba la risa tonta cuando decía, Luis, entiéndelo, aquí somos muy de la tradidición. “Me están vacilando”, pensaba yo. No puede ser. Será otra cosa. Pero miraba la corona de flores con la bandera de España, el escudo de la Diputación y toda la mandanga y, ostras, era 20N… Blanco y en botella…

Entrando en el Santo Ángel de la Guarda nos entremezclamos con un grupo de gente. Para mi alivio, estos iban con banderas de la república, alguna de la hoz y el martillo. Y varios con dulzaina. Miré  a Antonio, para entonces mi cara era definitivamente un me estoy volviendo loco. No entiendo nada.

Agapito-MtrazuelaNo saben el alivio que sentí cuando vi que el homenajeado era Agapito Marazuela. Yo había oído hablar de él como la gran figura del folk castellano, pero no sabía nada de su pasado comunista, de su condición de represaliado. De su enorme integridad moral, ni mucho menos de la fecha de su muerte. Cuando volví al despacho hice acopio de todo lo que encontré sobre Agapito. Me quedé asombrado. ¿Como podía yo pretender ser periodista de la Diputación ignorando la enorme personalidad de Agapito? Intenté subsanar eso.

De todo el siglo XX, pienso, Agapito Marazuela fue el más lucido e importante segoviano. Amén de su alucinante trabajo musicológico del que soy (¿y quién no?) rendido admirador, su biografía denota en toda su crudeza las grandezas y, sobre todo, miserias del siglo. He leído bastante sobre él y la palabra que mejor le define es la única palabra que realmente considero un valor absoluto: Dignidad. Una vida digna que supo sobreponerse a los estragos de la opresión, la cárcel y la derrota. Veo su estatua en el Socorro y para mí ese es un monumento a la dignidad. Ese viejito pobre, con un ojo a la virulé y medio sordo, que ya mermado de facultades sopla en la dulzaina un canto a la grandeza de lo humilde, de lo que viene del pueblo. Grande Marazuela.

En Segovia, he tenido el privilegio de conocer grandes ejemplos de dignidad. Son tiempos inciertos (todos lo son). En la política, en sus barrios suburbiales como pueda ser la comunicación, es fácil perder la dignidad echando flores a un dictador solo por llevarse algo al puchero. De hecho desconfíen de todos quienes se presenten como flores inmaculadas de la integridad (en 25 años de profesión no he conocido ninguna, y más digo, que aquel que más habla más debería callar). Para terminarlo de arreglar, somos los hombres capaces de sustentar cualquier indignidad entre altares de palabras. Elaborados y magníficos discursos que convierten en digno lo indigno. Para esos momentos, qué bueno es contar con ejemplos como Agapito Marazuela. A la menor duda basta preguntarse ¿qué haría él? Y al menos saber a que atenerse. Al final, la dignidad no descansa en palabras, sino en hechos. Y me gustaría dedicar esto a otro segoviano digno, mi suegro, Justo Bravo, que nos dejó a principios de este 2015. Un privilegio vivir con personas así.

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