Queridos lectores/as:
Los días se acortan, las noches se alargan, las orquestas siguen su curso descuartizando a la Potra salvaje y escribir sobre la gestión ferroviaria de Óscar Puente —largamente ’apreciada’ por la ciudadanía segoviana que va y vuelve de Madrid para ganarse las habichuelas— no tendría mérito. Estaríamos todos de acuerdo, unos lo dirían y otros se lo callarían; ya saben, no hay que parecer fachas. Así que les someteré a la tortura de leerme una tercera, y ahora ya sí que sí, última entrega de escenas de verano.
**Un padre y su hijo, que tendrá unos siete años, caminan por la calle. Se produce una de esas situaciones que ocuparía horas en las tertulias deportivas: el chaval tropieza con la pierna de su progenitor y cae encima de éste haciéndose daño los dos. He visto la jugada clara, no haría falta moviola. Debaten de quién es la culpa y, como pasa en la vida, la visión de lo que ha pasado nunca encuentra un punto en común porque la realidad es un invento; sólo existen los puntos de vista. Ambos afirman convencidos que el responsable es el otro y el padre, con necesidad de ir cerrando el debate mientras le sacude las rodillas al crío, concluye que tarjeta amarilla para los dos. El chico no está muy convencido, pero se da cuenta de que no va a sacar nada mejor, retirarse a tiempo no es nunca una victoria, a él no lo engañan, pero tampoco se puede permitir el lujo de perder, así que acepta la pena y sigue su camino sabiendo que es la única víctima.
**Dos señoras se encuentran en la cola del supermercado, un momento que sirve para ponerte al día con un amigo al que ya no ves o que es una tortura si delante tienes a alguien que conoces de vista y te marcas frases de la talla de ‘qué tal andas’ o ‘cómo van las vacaciones’. Una de las mujeres pregunta por el marido de la otra y ésta le contesta que se ha jubilado hace un mes y que ahora está «viviendo la vida», sin especificar a qué se refiere. Me lo imagino haciendo puenting o comprándose un horno para aprender a cocinar pan. Probablemente esa es la expresión que más significados tiene: vivir la vida es planificar el viaje más largo y lejano posible, regresar a las fiestas de tu pueblo donde esperas que nada haya cambiado desde que te marchaste prometiendo sin argumentos que volverías los fines de semana, quedarte en tu ciudad en agosto e irte en septiembre cuando el resto del mundo ha vuelto, pasear por la montaña sin cobertura o juntarte en una barbacoa con tu gente y preguntarle con tu botellín en la mano al cocinero cada veinte minutos si necesita algo. Quizás el único ingrediente realmente necesario es el de elegir bien con quién queremos compartir esos momentos.
**Voy al cine a ver la película ‘Segundo premio’, sobre el grupo granadino Los Planetas. Hay una escena en la que los dos amigos quedan para echarse en cara todo lo que llevan acumulado. En el bar, también con el botellín en mano como si fuera un escudo, permanecen en silencio, mirando cada uno a un lado, tal vez decidiendo si vale la pena declarar una guerra o dejarlo como está y esperar que el otro, que es el que siempre tiene la culpa, cambie. El espectador está deseando que uno de ellos salte, pero ese momento nunca llega y al final terminan riéndose, como si nada hubiera pasado o hubiera pasado lo suficiente como para retirarse a tiempo. En esta sociedad acostumbrada a que gana el que tiene la última palabra, hay veces que no nos queda más remedio que jugar a empatar, como el niño que se cayó encima de su padre, sobre todo cuando echamos un vistazo a nuestras cartas sin marcar y vemos que no son mejores que las de los demás.
Feliz domingo.
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