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Escenas de verano (Vol. 1)

Querido lector/a, si ha pensado que con «escenas de verano» me refería a las que montan Emiliano García-Page y Javier Lambán cuando se indignan con los cambios de opinión semanales de Pedro Sánchez, debo avisarle de que los decepcionaré.

**Un hombre sube a un autobús y se sienta al lado de una chica joven. Él estará por los sesenta y ella por los veinte, y sin previo aviso el tipo se pone a hablar y bate el récord mundial de minutos sin hacer una pausa. Las ganas de conversación de una desconocida, cuando alguien le plantea batalla dialéctica sin opción a escapar, se miden por las veces que intenta volver a ponerse los auriculares y refugiarse en la música; le cuento al menos cuatro. Juraría que la chica está pidiendo auxilio con los ojos, pero el resto de pasajeros bastante tiene con no saltar en marcha cada vez que al buen hombre le suena a cincuenta decibelios una notificación en el móvil. Cualquiera podríamos haberlo avisado y de paso rescatar a la chica de la turra, de hecho, un señor muy aspaventero levanta los brazos irritado a cada sonido, pero de ahí no pasa, como Lambán y García-Page. Es más cómodo esperar que sea otro el que baje al barro y a mí me van dando ideas para que el director del Acueducto 2 no me despida por dejar esta columna vacía.

**Aún recuerdo aquella campaña publicitaria en la que el ministerio de Irene Montero reivindicaba que en la playa cabían cuerpos imperfectos. Supongo que se trataba de lo típico de cuando llegas a un trabajo y tienes poco que hacer, algo toca inventarte para parecer útil, aunque sea proclamando lo que lleva toda la vida sucediendo y quieres disfrazarlo de novedoso. La playa es el gran refugio de los que tenemos un físico que no ganará un concurso de belleza. Las redondeces que hemos moldeado durante el invierno se exhiben con naturalidad, que mire quien quiera, siempre las lorzas ganadas van a ser tema recurrente. Estamos en un punto en que la gente bastante tiene con que no se le corte a media mañana la ensaladilla rusa y la tortilla que se va a comer bajo la sombrilla a cincuenta grados.

**El asterisco anterior viene a cuento de una conversación de dos hombres de mediana edad, cerveza en mano y tirados en la arena cerca de mi toalla. Debaten sobre si un amigo común, un tal Rodrigo, está “rellenito o gordo”. Sigo el debate interesado, esperando que alguno de los dos haga un Albert Rivera y se saque del bañador de flores un gráfico de lo que sea reafirmando su posición en algo tan vital para la humanidad. No sé, por ejemplo, estadísticas de la evolución del peso en los diez últimos años o una foto del antes y el después. Un debate puede durar lo que quieran sus contrincantes, de ahí mi sorpresa cuando vuelvo del agua y las tapitas que se habrá comido el tal Rodrigo los meses anteriores y su alergia al gimnasio siguen en el epicentro de la conversación. Desde que me fui a bañar no dejé de pensar en el límite donde acaba estar rellenito y empieza la gordura para estas dos personas. Al fin y al cabo, las decisiones más absurdas, y sobre todo las más importantes, las tomamos muchas veces apoyándonos en una fina línea que suele estar en el lado contrario al que creemos.

**Entro a un bar a cenar con mis sobrinos. El dueño se acerca y se interesa por ellos, lo que le sirve de puente para hablarme de su familia. Viudo, con tres hijos que trabajan en el extranjero y a los que les va muy bien. Incide en que los tres fueron a la universidad, viven lejos y sólo los ve en Navidad porque no puede desatender el negocio y ellos están muy ocupados, pero no hay queja alguna, lo cuenta con el tono indescriptible que expresan las cosas que tienen que ser así. En el orgullo, que demuestra sin ser consciente, suele estar siempre el sacrificio. Darlo todo para quedarte solo, que es lo que me repite con palabras que a la vista parecen diferentes.

Al día siguiente vuelvo y me atiende de nuevo el jefe; no me ha reconocido, parecería que han pasado veinte años desde la noche anterior. Tal vez, si mientras me sirve el café le pregunto por su familia, se extrañe de que yo sepa quiénes son, como si fuera la primera vez que hablamos, porque a veces la soledad es bastante más fácil explicársela a un extraño que a alguien al que serías capaz de reconocer por el sonido de sus pisadas.

Disfruten de agosto, queridos lectores/as.


Author: Alberto Martín

Profesor universitario y escritor

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