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El periodista hecho cifra

Tengo un cabreo de los gordos. (Y usted dirá que cuándo no es fiesta). Tres informadores más —y van unos veinte en un lustro— están desde el lunes en la calle. Aparte de que se trata de Pilar y Reyes, con las que ya en aquellos primeros ochenta compartía estudio y con las que en treinta años he pasado más horas de plantones, esperas y trabajo informativo que con algunos de mis amigos más íntimos. Además de que se trata de Ignacio, al que siempre admiré por su capacidad de sacar adelante con solvencia la emisora de Cuéllaren cuya inauguración también participé, como Reyes y Pilar, que allí estábamos todos.

¡Menuda patata de empleo que elegimos! Comprenderá que se me haga difícil digerir este chorreo incesante de cabezas de profesionales de la información rodando periódicamente en nombre de las dificultades económicas. No valen los galones, ni siquiera los de la antigüedad o los conocimientos (sean por diablo o por viejo, que ambos son importantes); no valen las montoneras de horas no cuantificadas ; no valen los resultados, buenos o malos.

Las cifras —casi siempre adaptadas a la necesidad del momento— mandan, te cuenta el empresario de turno reduciendo las personas a dígito. Y a la calle que el puesto, o se amortiza porque sí, o se cubre con otro que cobra menos, echa más horas, corta y pega notas (o informaciones de otros sin siquiera reconocerlo) como un descosido y no osa protestar jamás. Y lo peor es que nos dejamos.

En este punto debería subirme a un alto con un megáfono para hacer un llamamiento al gremio todo para que se levante y luche: sueldos dignos, trato justo, fuera la precariedad, respeto… ¡Y una leche! Mire, en este circo, salvo excepciones, se salva el que puede y como puede. Incluso hay la tira de rastreros —no todos, ni siquiera la mayoría— que hasta se alegran de la caída del de al lado.

Recuerdo, sin ir más lejos —y con profundo dolor, no lo negaré— aquella aciaga tarde de febrero, hace un año, cuando el medio que dirigía entonces iba directo al cierre patronal (no me tire de la lengua, que me caliento) y los que se dirigían a ti lo hacían para darte ánimos… El caso es que uno de esos tipos con los que en otros momentos he compartido espacio laboral va y nos dedica a toda la plantilla —ocho profesionales en ese trance de despido inminente— un bonito comentario en facebook en un arrebato de asquerosa sinceridad: “aunque lo sienta por mis compañeros, personalmente me viene muy bien. No voy a ser hipócrita”.

El tipo, para el que no tengo adjetivos que sean publicables, pensaba que desaparecida la competencia a la empresa que le paga a él, tendría más seguro su puesto… Bien majo el chaval. Hoy es parte de una regulación en su empresa, pero aguanta tratando por todos los medios —por todos— de agradar a sus jefes.

Y hasta cree que le funciona y yo espero de corazón que no se equivoque, pero la experiencia vista en otros medios –mire canal 9 o algunos casos aquí, en nuestro ámbito  cercano— me dice que el servilismo sólo sirve para caer en la cuenta de lo bajo que es quien lo ejerce, justo en el momento en el que firma la carta de despido, que cuando las empresas convierten los nombres en números…

Ya ve, son miserias internas —quizá le he contado demasiado— que supongo que podría encontrar en otros grupos profesionales, aunque hoy me centre en este, por lo que me afecta, sí, pero también por su trascendencia a toda la sociedad, que la pluralidad y el rigor informativo son garantía de democracia.

Verá: si un periodista se dedica a demasiados “temas” a la vez —y ya ve que las redacciones son cada vez más cortas— no profundizará en ninguno. Vamos, que le va a contar lo que le manden por escrito o una versión de parte, no incluirá respuestas por no poder hacer preguntas y difícilmente encontrará el modo de ser objetivo. Para eso —ahora puede entender que el intrusismo en esta profesión sea masivo— vale cualquiera que sepa cortar y pegar. De ahí a informar, hay un trecho enorme.

Si un periodista con sueldo y trato de peón sin cualificación aguanta su trabajo como puede y sabe que largarle no es problema alguno para su empresa, pues tiene claro que cada mañana ha de preguntarse qué gusta a su editor y a su entorno y de aventuras, las justas. Pastilla de jabón para los amigos y silencio absoluto —o caña si se ponen a tiro— sobre los contrarios. Ahora ya conoce el secreto de por qué se repiten constantemente personajes y temas en ciertos medios. Si encima su sueldo es miserable, cualquiera que le enseñe un caramelo puede convertirse en una tentación demasiado difícil de rechazar aunque el precio del dulce al final sea caro. Usted ya me entiende.

Cuando un empleado de la información se encuentra ante una convocatoria de grupos o personas que quieren decir algo, pero no forman parte de los grupos “noticiables” del párrafo anterior, relegará ese asunto a un segundo o tercer plano, lo llevará mal, o simplemente no lo tratará…

Puedo seguir, pero no quiero cansarle. Sólo quería hacerle partícipe de algunas cosas que pasan en este colectivo, que ya ve, aunque afecta directamente a mis alubias y mi conciencia personal y profesional —si hombre, sí. Hay periodistas con conciencia, no lo dude— pues resulta que también le afecta a usted y a la salud de la propia democracia.

Tengo claro que proteger a los periodistas y su trabajo es un problema social y por eso me sumo a las reclamaciones de la Fape, la APS y los incipientes colegios para que las instituciones, los sindicatos, los colectivos y la sociedad pongan fin a la degradación forzosa a la que se está sometiendo a un pilar básico de nuestra forma de organizarnos.

No le pediré que salga a la calle, que proteste y nos apoye activamente, que ya tiene usted bastante con lo que tiene en esta situación de crisis. Pero no diga que no lo sabía si un día acaban yendo a su casa y quizá ya no encuentre a nadie que pueda hacer un titular y hable por usted… (No sabía cómo meter una referencia a Niemöller, pero al final, mire, clavado).

Me he puesto tremendista. Perdone la pataleta, pero pensar que le puedo decir esto por escrito me hace pensar que soy libre para hacerlo y así voy manteniendo la fe en una vocación que, por sus muchas exigencias, a veces me hubiera gustado que no me cazara como lo hizo.

Si total, sólo pido dignidad y respeto.

)

Author: Fernando Sanjosé

Segovia (1967). Periodista.

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