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El niño tiene razón: una agricultura justa pasa por usted

Miquel Montoro.

El otro día la Resistencia entrevistaba, por así decir, al niño mallorquín -13 años- Miquel Montoro, el agroinfluencer, el que nos explica las propiedades salutíferas de las naranjas, nos enseña a plantar patatas o ensillar burros, siempre en su mallorquín extremo -donde “tranches” son “taronges” (naranjas)-, pero da igual, pues el lenguaje de la azada es universal.

Daba una solución parcial al problema de la intermediación del producto agrario. Dejarse de miserias; si un producto de temporada cuesta 50 céntimos más, cómprenlo. Vale la pena. Y es así, somos unos miserables.

Soy urbanita pero por ascendiente materno me críe en la cultura del aceite: En el pueblo, La Granadella, se hacía, se hace y se hará el “mejor aceite del mundo” sin discusión posible, por más que los vecinos de al lado -Llardecans, que sabrán, pobre gente- digan que el suyo tampoco es malo. A primeros de diciembre puedes pillar aceite nuevo a 7€ litro el eco. Sino por internet. El Degustus premyum sale a 22€ el litro.

Mi madre y mi abuela paterna mantenían muchas guerras de baja intensidad. No era la menor la del aceite. Influenciada por burdas teorías americanas esparcidas por médicos sin escrúpulos, sostenía mi abuela que el aceite de oliva causa el reuma y que el de soja lo cura. Así que cocinaba con aceite de soja siempre. Un desastre. Mi madre, y el tiempo le ha dado la razón, miraba a su suegra con resentimiento; llamarle a eso aceite, tendrá valor!… Todo el mundo sabe que el girasol vale para lo que vale,  fritangas guarrindongas de croquetas congeladas, para mayonesas acaso (pues la de oliva queda muy fuerte). Para freír huevos un hojiblanca, pero para aliñar, de un arbequino premyum no habría que bajar. Cultura general básica.

Fui educado, pues, en un estricto supremacismo oleícola. Ya en Segovia, y como no siempre tenía a mano el de la tierra, me enzarcé con picuales andaluces de calidad (los traía de Jaén el entonces secretario de la Diputación, don Luis, que pasaba el pedido por toda la casa) y caray, eso no eran precisamente olivas rellenas. Se lo dije a mi madre, que me miró con desprecio como diciendo para sus adentros: vale que te vuelvas un castellano mariquita comechorizos (ese es otra guerra y que pide otro artículo), pero lo del aceite… Un día mi madre, que amén de puntal del KKK oleícola, es una mujer muy inteligente, vital y culta, se trincó una excursión de jubilados a Úbeda y Baeza (dos paraísos, así sin más). Volvió triste y compungida, pues tras recorrer varias almazaras certificó que la lista de “mejores aceites del mundo” debía ser ampliada. Ya se sabe, el nacionalismo se cura viajando. Entendámonos, que no es bueno sembrar dudas, el del pueblo sigue y seguirá siendo “el mejor del mundo“, pero ahora la lista incluye unos cuantos “mejores del mundo” más.

Llevemos el asunto al mundo cordero. Antes de venirme a Segovia yo consumía lo que podríamos llamar una suerte de corderosaurius. Según te haces al lechal del país, por más que cueste un 30% a mayores, no hay vuelta atrás. Siendo indulgentes, y teniendo a mano bien de manteca, un ternasco aragonés puede tener un pase para el estándar Castilla. Pero hasta ahí. Una vez, en Peñíscola pasé por el trance de ver a unos pobres murcianos siendo estafados con un asado de cordero. Aquello era pura crueldad.  ¡Olía a tomate frito Solis! ¿Pero como puede haber tanta maldad en el mundo? Eso sí, la ración a 8.75.

El problema del campo y del mundo en general es el low cost. Las grandes cadenas de distribución aprietan sin piedad, pues a su vez hay un accionista detrás, y detrás un banco y detrás del banco… Así pasa que si la oliva va cara el proveedor de Mercadona compra una partida marroquí, cosechada a cinco euros el jornal por 70€ que sale en mi pueblo. En buena medida,  pues, la causa del low cost somos nosotros y nuestra repugnante cultura del chollo; compramos algo, vale, es una mierda, pero está a mitad de precio. Y encima alardeamos de ello en los grupos de whatsaap. Mira, aceite virgen extra a tres euros, presume el nota luciendo un frasco de lo que parece (si es que no es) meado de rata.

También sucede que el sector primario ha cambiado. Hoy manda la producción integrada, algo patente en Segovia donde las movilizaciones agrarias están pasando desapercibidas. El porcino está muy alto, lo que significa buenos precios para el cereal (al menos, si la situación en China no cambia). En hortalizas, en el Carracillo, donde hay que invertir a mansalva, predominan empresas grandes con la producción muy verticalizada que llegan a acuerdos con el agricultor. Tú pones la tierra y las horas de tractor, nosotros ponemos lo demás y pagamos a tanto el kilo cosechado. Las contrataciones de peones se hacen las más de las veces desde ETTs por cuenta de las empresas. En Andalucía o Cataluña, en cambio, en lo tocante a producción frutal (la aceituna y el tomate lo son), el sector está mucho más atomizado y el modelo más extendido sigue siendo el del pequeño productor que corre con todos los gastos. La presión de precios a la baja les machaca. La falta de transparencia en los precios también; se queja el de las naranjas de vender a 0.20 el kilo; pero su vecino, que también llora, la vende a 0.18€. Antiguamente, el que vendía bajo precio recibía visita de los carlistas y asunto apañado.

Vale, la noble causa carlista se perdió irremisiblemente pero aún podemos ayudar. Aunque no cocinemos, no es lo mismo aliñar la ensalada con salsa blanca del Lidl  que con aceite del guay. El frasco de aceite (?) con yogur sale a 2 euros, a 8 el litro. Por un poco más te atizas un chorro de aceite griego de los de ponerse a bailar.  Unos spaghetis, por ejemplo, compren buen producto artesanal (en Asaco, por ejemplo, que es de Segovia). Un generoso chorro de Jabalquinto, arbequino, lo que tengan (pero bueno no, lo siguiente). Albahaca, queso rallado (por usted), y por eurete y medio se acaban de encajar una de lujo. Se pilla un cogollo, un tomate de Martín Muñoz (siendo temporada, no ahora, obvio), y padentro. Que el cuarto de lechal sale a 25€. Ni pestañear, ¿qué pretende? ¿Que el día de mañana nuestros hijos zampen vacovejas australianas con regusto a alfombra? ¿Amasijos de tendones que no las quieren ni  los chinos come-muerciélagos del coronavirus? Un poco de respeto.

Los agricultores se quejan de que los precios son hoy los de hace treinta años. La culpa en gran medida es del consumidor. Las distribuidoras nos han maleado a golpe de low cost, apretando precios. ¿Vale la pena ahorrar los tres euros de más al año que te costará tirar siempre de garbanzos de Valseca en lugar de bolas de almidón de a saber dónde? ¿Desplazarse al barrio de al lado porque el pan (¿pan?) sale a 0.45 la barra? ¿Competir con el vecino por quien compra en la tienda más barata? Miren si hay gilipolleces en las que ahorrar: jabones de Marsella, el papel del culo, las bolsas de basura, en zumos de leche y danacoles… Cápsulas de café Nespresso, paellas hechas con arroz (¿arroz?) vaporizado Brillante, corn flakes de avena frita en palma…  Un cortavientos Norway de 80 pavos, que ya de por sí se come el diferencial de precio-año del aceite premyum. Y además luciendo la bandera de Noruega, todo orgulloso. ¿Pero estamos tontos? ¿Nadie ve que eso es como estamparse un letrero de “soy paleto” en el mismísimo frontal? Nada, ni por esas… Esperamos a que acabe la ESO y metemos a Miquel de ministro de consumo, total, al menos este tiene ideas claras.

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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2 Comments

  1. Genial, Don Luis.
    Espero, ansioso, el articulo del chorizo.

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  2. Así es como consumidores debemos comprar productos naturales, sino no 100% ecológicos, al menos de agroecología, donde se respete el medio ambiente y los derechos de los trabajadores. el sistema de libre mercado del capitalismo, empuja al agricultor-ganadero a la ruina, ganan los intermediarios y las grandes superficies y la sociedad como consumidores llenamos el estómago con alimentos de baja calidad, donde el precio es determinante para tomar nuestra decisión. Otro mundo es posible, y eso empieza por las decisiones que tomamos cada día.

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