Otra vez en la AP2, de vuelta de la playa. Yo creo que es la carretera más monótona de España. Tal vez por ello este año los avisos luminosos alertan continuamente de, cuidado, “Robberies in the highway“. Más o menos cada cinco kilómetros, alternados con otros bilingües sobre el riesgo de incendio. De manera que los pobres turistas que cruzan España pongamos de la Junquera a Cádiz, deben soltar un tremendo “uf” al llegar intactos al destino. Es para acojonarse cuando cada cinco minutos te dicen, ojo, que aquí si no te roban te quemas, más o menos como Afganistán. ¿Y este es el lugar de vacaciones top de la civilizada Europa?, deben preguntarse arrepentidos de venirse para Málaga con lo fresquito que está uno en Cardiff, mientras por la memoria circulan las “noticias” de los tabloides ingleses sobre violadores en Benidorm, envenenamientos masivos en Palma, tiburones en Salou…
El caso es que si tienes que comer en determinadas áreas de servicio de la AP2, robar te robarán. Ya lo podrían avisar también los electrónicos de la DGT: “A 5 minutos, el peor restaurante de España. No pare”. Y como sea que hay sitios excelentes -de los que ya he hablado en otras ocasiones- vamos a dar nombres y apellidos. Me refiero a áreas de restauración como la de los Monegros, que tienen en común el estar gestionadas por la multinacional Areas, presente en 91 aeropuertos, 84 estaciones de tren y 227 estaciones de servicio de Europa y América. El peor sitio del país para comer en mi humilde opinión. Caro y malo.
Vale que en general, tienen muchos servicios complementarios, que si váteres limpios para niños, amplio horario, maquinitas de bolas, venden tabaco y hay parque de juego infantil (aunque suena a temeridad dejar al retoño en el columpio de Los Monegros a 40 grados a la sombra), pero lo de la comida no tiene nombre. Y pase que sean los bocadillos más caros del país, a 13 euros la bicoca. Sí, ya sabemos que -desgraciadamente- este no es El Moreno de San Esteban, ni mucho menos el Aragón y Castilla de Ariza. Queda lejos del batallero (y de buenos precios) Rausán. Hasta el Burriquin les da varias vueltas…. ¡Pero leches!, ya que cobras bocatas a precio de lechazo cúrrate algo las cosas. Que el pan no sea goma pura, que el embutido no sepa a plástico de embalar, que haya una cierta variedad más allá de bocatas de nombre exóticamente largo pero de invariable interior (hay más variedad en el bar de un hospital). Los carteles cuentan una cosa y la barra del mostrador otra muy diferente. Por quedarse en algo bueno, al menos no hay moscas muertas pegadas en el cristal.
Hombre avisado que soy, los evito como la peste. Pero esta vez no quedó otra. De cabeza al Areas -así, sin acento, como tampoco sabor tienen los bocatas-, que debe ser lo más parecido al náufrago de la AP2 que, desesperado, decide beber agua salada. Y no se crean que era yo el único habitante de aquel purgatorio gastronómico. Ni mucho menos, lleno, que estaba lleno. Y vale, estoy dispuesto a suponer que algunos serían viajeros desgraciados como yo, apeados de la ruta por algún imponderable, pero otros muchos me resultaron gente sospechosa. ¿Qué hacen aqui? No están por la comida, eso está claro. ¿Se esconden entonces de la justicia? Pienso que sí, de otro modo, no encuentro explicación: saben que allí nadie les encontrará jamás.
Es evidente que algo falla en Areas. Y creo que es que es una hostelería desalmada, tanto en el concepto comercial como teológico. No hay alma en la comida que despachan. Hasta el bar más cutre que conozco lleva a gala el hacer bien algo, ni que sea una única cosa; en aquel no pondrán doble capa en el papel de váter pero los cubitos de hielo son de agua mineral; en el otro se curran el tema gaseosas… Casi todos buscan un aspecto ya alimentario ya ambiental en el que basar su personalidad, ni que sea por distinguirse de una máquina de vending. De las hamburguesas del MacDonalds, por ejemplo, el mediático Pepe Rodríguez de Martecheff decía una cosa muy sabia: “no entiendo como algo tan mal hecho puede saber tan bien”.
Pero en estos otros establecimientos nada funciona. Los jefes están a otra cosa. Leerán estas líneas y comentaran divertidos: “mira lo que dicen de nosotros, qué la gente nos visita para eludir la justicia, jjajaja”. Lo suyo es el balance; un aeropuerto más, un ahorro de costes por allá… El pan sabrá a suela de chancleta pero no les va a mal.
Y esta es la cosa. A los restaurantes tradicionales parece que les queda poco futuro y en su lugar proliferarán las máquinas de vending y la bocadillería industrial. Hagamos algo al respecto: no comer nunca en los establecimientos de Areas, la multinacional.
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