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Las cosas buenas del virus

Se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío. No tengo los conocimientos necesarios como para divulgar eficazmente lo que subyace a vacunas de nueva generación como la de Pfizer. Normalmente una vacuna consiste en inocular un virus debilitado que, sin embargo, genera una respuesta inmune. La de Pfizer opera en el llamado ARN Mensajero, es decir, la proteína que dice a los sintetizadores de proteínas cómo deben ensamblarse. Los expertos explican que esto es un enorme salto cualitativo en las terapias génicas y que está llamado a revolucionar campos como la oncología o la demencia senil. De las otras 13 vacunas en curso, todas de algún modo añaden una importante novedad en su campo, por no hablar del poderío intelectual del esfuerzo combinado resultante de la enorme inyección de dinero a la investigación. Procesos de fabricación más baratos y rápidos, de detección, de terapia…

En definitiva, gracias al dichoso covid la medicina se abre a campos terapéuticos que hasta la fecha apenas pasaban de modelos teóricos. Probablemente, gracias a todo este esfuerzo investigador en el futuro se salvarán muchísimas más vidas que las que nunca pudo soñar en matar el covid.

Estoy leyendo un libro del historiador Henry Kamen sobre los mitos fundacionales de España. Es un somero análisis de cómo la historia oficial de España (y cualquier otro país) es un compendio de mitos, de la reconquista a la leyenda negra, de la “raza” al “tesoro del idioma”. Explicaciones romanticonas que intentan sustentar la idea de una nación como un proceso sostenido en el tiempo, como una suerte de “voluntad colectiva” que surfea la historia.

Por ejemplo, ¿por qué Castilla fue acumulando tanto retraso respecto a Centro Europa? ¿Qué falló para plantarnos en el siglo XX como un “un país en vías de desarrollo”, que nos explicaban en el colegio, en medio de una Europa occidental vanguardia de casi todo? Las respuestas a esta pregunta han sido de los más variadas, desde lo que apuntan a la Inquisición, al esfuerzo en América, al clericalismo, a que los demás países nos tienen manía, al retrógrado carácter nacional…

Desegáñense, el caso es que no hay (nunca hay) una respuesta unívoca  pero si repasamos el periodo del XVI a la Guerra de Independencia, veremos que por ejemplo Castilla, en claro contraste con Alemania, Francia, los Países Bajos, fue un remanso de paz. Hubo guerras, sí, pero escasas comparados a los Alemanes, franceses o neerlandeses, que llegaron a encadenar varios siglos de tortas. Como hay paz, hay estabilidad, como hay estabilidad, una inercia conservadora. Y  otra cuestión, ¿dónde invertía la corona en aquella época? En las guerras.

Así que un territorio en guerra era un territorio en el que se inyectaban ingentes recursos económicos procedentes, muchas veces, de los espacios en paz. Las guerras aparejan grandes redes logísticas, fábricas, armadas, oficios, innovación. Transferencias de conocimiento y recursos desde los espacios en paz a los espacios en guerra.

Los ciudadanos del siglo XX tenemos una imagen de la guerra como desolación máxima. Y es verdad. La antigua Yugoslavia, Irak, Siría, han perdido décadas de desarrollo porque las bombas han destruido estructuras que cuesta décadas acumular (eso sin contar con la sangría humana, el dolor, el sufrimiento…) Pero eso es porque en el siglo XX las guerras mutaron en bestiales orgías de devastación masiva (y cuidado, masacres como la IIGM o la del Vietnam generaron también su progreso tecnológico). Antes eran guerras muy focalizadas en tal asedio, en esta gran batalla… El potencial destructivo de los tercios de Flandes no era comparable al de un único B-52.

Así que la paz de Castilla bien puede ser que fuera el precio que se pagó por el subdesarrollo posterior, o al menos uno de los factores.  Y esto no es para nada un cántico a la guerra como tampoco lo es al covid el celebrar las expectativas que abre su cura a la medicina. Más bien es una mera triste reflexión de como progresamos. A tortas, siempre a tortas. Eso el que no se queda por el camino.


Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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2 Comments

  1. Desengáñese. España y todos los partidos políticos lo incentivan, es un país que odia y pone todo tipo de trabas a la ciencia, a los empresarios, a los que trabajan. Sólo se enaltece a los funcionarios que están un par de horas de su jornada laboral en José María de vinos o comprando el pan, de esos somos una potencia mundial. Por eso todos los jóvenes de Segovia se tienen que ir fuera a trabajar salvo que tengas “enchufe”, aquí sólo puedes ser camarero o recoger fresa, no hay sueldos de más de 1.000 euros, contratos temporales de por vida, no puedes poner en alquiler un local o piso porque si quieren te pagan o no y además te lo destrozan o le pegan fuego sin consecuencias. Los precios por eso del alquiler de la vivienda, poca y mala, son muy altos. No puedes comprar pisos baratos salvo hipotecarse hasta las cejas. Unido todo ésto a impuestos hasta por respirar. Ésto es España. Segovia en el siglo XVI, la ciudad más industrial de la Corona de Castilla y 50.000 almas. Mire a ver ahora. Ciudad de pensionistas y del cochinillo, y si no fuera por eso seríamos un despoblado. Un páramo.

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  2. Los expertos en historia económica creo que coinciden en destacar que el desastre español se debe al proteccionismo.
    A toro pasado es fácil. Otra cosa es porqué se optó en su día por él. Y me da que el largo periodo de reyes absolutistas es en gran parte responsable.

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