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Cincuentenario de Bezoya: un sueño, un empresario, una empresa

Antonio Ceballos-Escalera y Contreras.

A finales de la década de 1960, el abogado segoviano Antonio Ceballos-Escalera y Contreras, Vizconde de Ayala, concibió la idea de comercializar el agua que manaba de la hoya de La Becea y bajaba fresca y rápida por el río Milanillos hasta los prados de Ortigosa del Monte (Segovia). Unas aguas purísimas, que ya desde mucho antes íbamos a recoger en damajuanas, trayéndola hasta la casa familiar en Segovia, porque a su madre le probaban bien para sus dolencias. Aquellas expediciones se completaban con la recogida de legumbres en la huerta del Molino que allí tenía mi abuela, y con la pesca de cangrejos con reteles. Al día siguiente, entre la horticultura, el agua tan rica y la salsa de los cangrejos, el jardín de casa, sobre la muralla y bajo el gran cedro plantado por Castellarnau, era una fiesta.

Antonio Ceballos-Escalera (1923-2010) fue vástago de dos conocidas familias segovianas: su padre era el Marqués de Miranda de Ebro, coronel de Artillería y heredero del mayorazgo segoviano de los Meléndez de Ayones, y su madre, admirable mujer segoviana, era la hija pequeña del 7º Marqués de Lozoya, alcalde que había sido de Segovia. Tras licenciarse en Derecho, Ceballos se especializó en Derecho de Familia, campo en el que llego a tener un prestigioso bufete y recibió importantes reconocimientos. En 1956 se casó en la catedral segoviana con una hija del doctor Alfonso Gila, médico y empresario, cabeza de otra familia muy distinguida en la ciudad. De esa unión vinimos al mundo cinco hijos.

Pero Antonio Ceballos, a más de su profesión jurídica, tenía una fuerte vocación empresarial, que le llevo a empeñarse en numerosos negocios, aliado con sus parientes y sus amigos. Así, fue constructor en Segovia de varios edificios señeros, como el principal de la plaza del Conde de Alpuente, y otros. En Madrid abrió sucesivamente, a partir de 1969, hasta ocho establecimientos de hostelería, varios de los cuales siguen abiertos y gozan de buena parroquia.

En ese contexto vital, el inquieto Antonio Ceballos pensó que podría ser un buen negocio el embotellado y comercialización de las aguas purísimas de la finca de sus padres, a los pies de la Mujer Muerta, la mencionada de La Becea, que había pertenecido a su abuelo materno el Marqués de Lozoya. Eran, por cierto, los años en que en España se comenzaba a apreciar el agua mineral embotellada, cuyo mercado dominaba casi completamente la famosa Agua de Solares, hasta que fue denunciada por embotellar agua del grifo, y ya vino a menos, dando espacio a otras marcas.

Por eso los inicios no fueron fáciles, ni mucho menos. Con el acuerdo de sus padres y tras costear algunos estudios y análisis, el 19 de octubre de 1970 se constituyó la mercantil Ortigosa S.A., con un capital de doce millones de pesetas, cantidad notable en la época; al año siguiente se aumentó ese capital societario. Antonio Ceballos fue su presidente, y entre los accionistas recuerdo a su cuñado el más tarde celebre diputado autonomista y constituyente Carlos Gila González. También a sus padres y hermanos, a sus suegros, y a varios de sus amigos íntimos.

Recuerdo los debates sobre el nombre del agua embotellada. Antonio Ceballos y sus socios quisieron darle el nombre de Agua de Lozoya, para asociarlo al prestigioso del agua del rio Lozoya, que surte a Madrid desde la construcción del Canal de Isabel II, allá por el 1851. Pero el registro de marcas y patentes no lo consintió, y finalmente se vino a llamar Agua de Bezoya, por contracción del nombre de la finca segoviana: La Becea de Lozoya.

Fueron tiempos de grandes preocupaciones, porque Antonio Ceballos puso en este negocio ‘alma, vida y corazon’, como suele decirse, y en la familia queda el recuerdo de que tal empresa fue como su sexto hijo. Las negociaciones con el Ayuntamiento de Ortigosa del Monte fueron algo ásperas, porque numerosos vecinos creían que les iban a robar el agua. Pero pronto se levantó en Ortigosa la planta embotelladora, y se hicieron las conducciones desde los manantiales de montaña. La planta era entonces una sencilla nave industrial con un interior revestido de blanquísimos azulejos, donde se instaló la primera máquina embotelladora que, además, ponía la chapa metálica en la boca y pegaba la correspondiente etiqueta. A su lado y con mucho acristalamiento se encontraba el laboratorio, lleno de tubos, probetas y máquinas rarísimas. Supongo que sería el último berrido tecnológico. Recuerdo que cuando se puso en funcionamiento, nos dejaron a los chicos pulsar diferentes botones y aquello echó a andar con mucho tintineo de los vidrios. Y no puedo olvidar que, allí, todo el que trabajaba era del pueblo de Ortigosa; y que aquello se logró por un empeño especial de nuestro padre, frente a otros socios.

Conservo en mis manos la primera de las botellas que salió de aquella planta, y varias muestras de las etiquetas que les ponían -por cierto, muy bonitas y artísticas, con la Mujer Muerta nevada, sobre fondo azul-. También algunas de las primeras cajas de cartón, serigrafiadas, en las que viajaban las botellas.


Las dificultades de la distribución y la comercialización fuera de los límites de la provincia, que no de la producción, llevaron a la empresa a una situación complicada, y entonces Antonio Ceballos hubo de resignarse a poner esa parte del negocio en manos de terceros. Que, merced a su amistad con Tomas Pascual, no fueron otros que el Grupo Pascual Hermanos, de Aranda de Duero. A ellos se vendió la empresa embotelladora, conservando la familia la finca y los manantiales, por cuya explotación se ha pagado desde entonces un canon por litro. Y así siguen las cosas, desde hace ahora cincuenta años, sin apenas sobresaltos, merced a la excelente relación entre ambas partes.

En este medio siglo, el Grupo Pascual ha convertido a esta empresa en una de las mas importantes de nuestra provincia, generando 1.700 empleos directos, indirectos e inducidos, y un valor de 187 millones de euros. Ha apostado por el respeto al medio ambiente, y ha abierto hace ya años una segunda planta embotelladora en Trescasas, tomando el agua de la Sierra de Segovia famosa -que algunos han dado en llamar Sierra de Guadarrama, y hasta Sierra de Madrid, Dios les perdone-.

A mi padre le hubiese gustado ver el buen suceso que tiene hoy aquella idea aparentemente descabellada que tuvo hace casi sesenta años, que logró poner en marcha en 1970, y que tantas preocupaciones y disgustos llegó a darle. También tuvo satisfacciones y, con los años, buenas rentas, que con su proverbial generosidad compartió con sus padres y hermanos.

Sirvan estas líneas para recordar la figura y las andanzas segovianas del inquieto y emprendedor Antonio Ceballos-Escalera, hoy que ya son muy pocos quienes, en Segovia, se acuerdan de su paso por la tierra. Y debieran acordarse, porque de aquellas ideas, de aquellos empeños de Ceballos, se han beneficiado y se siguen beneficiando muchos cientos de personas, sobre todo vecinos de Ortigosa del Monte y de Trescasas.


Author: Alfonso Ceballos-Escalera y Gila

Doctor en Derecho e Historia. Concejal de Vox en el Ayuntamiento de Segovia.

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8 Comments

  1. Gracias por esta bello relato e interesante complemento para la historia de Segovia, que se surte de personas que como tú padre, merecen el recuerdo de todos nosotros.

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  2. Vamos la historia de una familia poderosa y acaudalada. Las hay en la provincia con más mérito empresarial partiendo de la nada.

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    • Jesús, di cuáles son esas familias y haz un artículo reivindicando su hacer y homenajeandolas si se lo merecen.

      Es fácil criticar sin pruebas.

      Por otra parte no todo son luces en esa familia empresarial segoviana.

      Recuerdese como parte de la fortuna de “los Gila” procede de las concesiones gubernamentales por los apoyos a la Dictadura de Primo de Ribera.

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      • Estimado amigo, unas cuantas atendiendo a su naturaleza, facturación presencia y permanencia. Le citaré alguna, sin ánimo de polémica: Rodríguez Sacristán; Octaviano Palomo; ALVAC; Jose María; Dibaq Diproteg; Huercasa; Avícola Velasco, por citar alguna. La historia de muchas de ellas tiene un componente épico y mucho mérito por sus emprendedores. Se podría hacer un relato de cada una de ellas, pero eso se lo dejo al Sr. Ceballso, que para eso es articulista.

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  3. A mí chapó por la iniciativa y los puestos de trabajo, es fácil desde aquí opinar.
    También es cierto que recuerdo correr las caceras por el pueblo toda la vida y ahora en época estival hay que coger el agua de puente Alta.
    El agua entiendo es un recurso público, que se utilice por su nacimiento en su finca no significa que sea dueño y se lucre por cada litro.

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    • D. Alfonso:

      Un bonito homenaje a su familia que merece el recuerdo para un emprendedor y su lucha por salir adelante, siempre poniendo co orgullo el nombre de Segovia por delante.

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  4. Y después… el Cambrones en Palazuelos. Un genio: embotellar el agua, bien natural común (res communes omnium), y venderla a la plebe.
    Aunque como decimos en Castilla: “con buena eso bien se eso”.
    Salud majo!!!

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  5. El agua de un manantial o de un pozo no puede ser de un particular, aunque salga o se extraiga en una finca privada: es una concesión pública.

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