La cosa recuerda a la vieja y algo rijosa película de Steven Seagal. El FBI manda al nota a un pueblo dejado de la mano de Dios donde un malvado minero deposita los residuos como quiere y cómo le da la gana. Hasta que llega Steven. Más sofisticado es el drama de Ibsen, Un enemigo del pueblo. Anticipándose casi un siglo a este tipo de dramas (se estrenó en 1888), Ibsen nos coloca en el centro de la escena al honesto Stockmann, el amable doctor de una apacible y próspera ciudad que vive de un balneario de aguas curativas. He aquí que Stockmann descubre que las aguas están intoxicadas por una bacteria, que hay que cerrar el balneario.
No se entiende muy bien lo que está pasando en Fuentepelayo. Bueno, sí se entiende, lo que no se entiende es qué hace la Guardia Civil. Desde que José Luis Ordóñez, militante de IU, se dijera “hasta aquí hemos llegado” e iniciado la especie de cruzada que ha derivado en la plataforma No más mierda, constan agresiones denunciadas a plataformeros, amenazas, intimidaciones, ruedas pinchadas, retrovisores cascados… y por último, una enorme pintada. ¿A qué espera la Guardia Civil? ¿A que alguien plante una cruz, le cale fuego y se paseé con un capuchón blanco por el pueblo?
Es cierto, es dudoso que Fuentepelayo tenga una intensa red de televigilancia. Está claro que no se puede inculpar a la gente sin pruebas. Pero es de sentido común pensar que en Fuentepelayo se han rebasado los límites. Que las investigaciones deben dar frutos ya. ¿Por qué las hay, no?
Todos los del pueblo señalan a los mismos dos sujetos. Dos tipos que a chulos no les gana nadie y que van intimidando a diestro y siniestro porque, claro, que uno defienda el derecho a respirar aire sano a expensas del derecho a ganar dinero del otro, ¿dónde se ha visto?
Alguna vez han llegado a la redacción escritos de vecinos de pueblos muy muy pequeños, diminutos, denunciando la impunidad con que el chulo del pueblo se toma la justicia por su mano. Siendo apenas aldeas, se entiende la dificultad de actuar ahí, ¿pero en Fuentepelayo? ¿Debe Ordóñez aguantar que un día le pinchen les ruedas, al otro le pongan una pintada y al que viene le zarandeen por la calle?
Claro que en lo de Fuentpelayo la actuación de las administraciones le deja a uno ojiplático. Si no llega a ser porque un procurador de IU se plantó en medio del pueblo, llamó a la prensa, y el seguimiento que esta luego hizo de la cuestión (fenomenal trabajo al respecto de nuestro compañero de Cuellar7), y de que un centenar de vecinos decidieron arropar entonces la iniciativa, da la impresión de que lo mismo Ordóñez estaría ahora panza arriba flotando por la acequia.
Repasemos. Durante años la empresa en cuestión fue alquilando terrenos para verter ahí lo que se suponía eran deshechos de la planta de procesado de residuos. Es cierto, como dice el empresario en cuestión, que no solo es la planta lo que huele mal en Fuentepelayo. La concentración ganadera e industrial, los purines, convirtieron el hedor en parte del paisaje. Pero si la mitad de la mitad de lo que Ordoñez denunciaba es cierto -decenas y decenas de camiones al día, montones de despojos sin procesar campando al aire libre, nulo control de lixiviados- entonces no se entiende la inacción ni de la Junta, ni del Seprona, ni del ayuntamiento ni de Dios que lo fundó.
Recuerdo que según llegué a Segovia uno de mis primeros trabajos fue hacer el típico especial publicitario de la Feria del Ángel. Me sorprendió el talante emprendedor de Fuentepelayo, la existencia de una fuerte cohesión vecinal. También se apreciaba la problemática de los olores; en aquel entonces el ayuntamiento libraba un terca batalla administrativa por sacar del centro del pueblo las granjas. Pero la gente iba entrando en razón. Costaba, cuesta, pero la idea de que en el siglo XXI las cochineras ya no son un corralillo donde tienes al marrano que te comerás el año que viene, sino explotaciones altamente contaminantes, iba entrando.
Yo entiendo el resquemor de una parte del pueblo que vive del porcino a ponerse estrictos con la cosa del medio ambiente. Hacer las cosas como manda la UE es muy caro, no siempre hay pasta para tal, y con lo que las cárnicas pagan el kilo canal no se gana para disgustos. Entiendo que haya cierta predisposición a la manga ancha, incluso que haya cierta animadversión contra el que llega de fuera a “decirnos como lo tenemos que hacer”. Lo que no entiendo es la inacción administrativa en este caso. Y ya cuando se llega a la indefensión del denunciante, dan ganas de preguntar, ¿es que no es bastante el bonito espectáculo que han montado las administraciones hasta la fecha?
Y recuerdo como la Junta nos decía (antes de que IU llevara a las Cortes el tema) que “todo iba bien”. Las inspecciones “iban bien”, y que era una mera cuestión de hedores. Y el Seprona, que lo mismo. Y basta que la prensa tome fotos (cabezas de cordero, patas de animal y cientos de caramelos halls tirados por el suelo) y se monte el pollo, para, hale-hop, planta clausurada. Se calienta la cosa, y entonces, sí, inspecciones al canto y tres expedientes sancionadores, como anunciaba ayer el alcalde, Daniel López.
Venga, un mínimo de pundonor y acabemos ya con esta farsa.
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