Siguiendo nuestra costumbre política de visitar barrios e instalaciones municipales, los concejales del grupo VOX hemos girado hace unos días una visita al Camposanto del Santo Ángel, el principal Cementerio Municipal segoviano, aunque no él único, pues recordemos que también los hay, aunque sean más pequeños, en las aldeas de la Tierra -hoy barrios incorporados- de Zamarramala, Hontoria, Perogordo, Torredondo, Madrona, Fuentemilanos y Revenga.
Recordemos, brevemente, que tras muchos cientos de años enterrando a los vecinos difuntos en las iglesias (o en sus alrededores, cuando había gran mortandad por las plagas y epidemias), la Ilustración recomendó, por razones sanitarias y de salubridad pública, que se designasen parajes fuera de las poblaciones para enterrar a los muertos. En las Españas europeas y americanas, fue Don Carlos III, nuestro gran monarca ilustrado, quien ordenó la creación de cementerios apartados de los núcleos urbanos, y el primero de todos se edificó en 1783 en su Real Sitio de San Ildefonso.
El primer camposanto segoviano se data en los días del Trienio constitucional (1820-1823), como nos tienen relatado los maestros Mariano Grau y Mercedes Sanz de Andrés. El Concejo escogió el llamado cerro del Ángel, en la colación de San Salvador, en el que había una ermita del Setecientos dedicada a dicha advocación, y a sus espaldas se edificó entonces nuestro primer cementerio, en el espacio del que hoy es el primer patio. Un edificio de una gran simplicidad, cuadrado, con nichos junto a los muros, y enterramientos sobre tierra en todo su centro, en el que se fueron levantando algunos panteones por parte de los vecinos más pudientes. La bendición e inauguración del camposanto, en agosto de 1821, provocó alguna oposición, tanto de los vecinos en general, tan acostumbrados a enterrarse en los templos, como de los huertanos de San Lorenzo, que creían que las aguas bajantes del cerro contaminarían sus huertas. Por cierto, que una de las primeras difuntas segovianas sepultadas allí fue mi trisabuela la Marquesa de Lozoya. Ya en 1860 hubo de hacerse una ampliación, alcanzando el espacio del actual primer patio, y englobando la antigua ermita-capilla. Hacia 1900, una nueva ampliación dio origen al patio segundo; en 1936 se amplió el patio tercero; y ya después de 1970, el patio cuarto.
Pero volvamos a nuestra visita de hace unos días, hecha en el contexto de la Ley de Bases de Régimen Local, cuyo artículo 25 atribuye la competencia en materia de cementerios y actividades funerarias a los municipios.
Se nos había advertido, por parte de algunos de nuestros vecinos, de la escasez de espacio sepulcral, y del mal estado de las instalaciones. Y hemos tenido la satisfacción de conocer, de mano de los empleados municipales que lo atienden, que hay espacio suficiente para seguir enterrando al menos durante unos veinte a veinticinco años -los entierros suman medio centenar cada año, pues han aumentado mucho las cremaciones-. También hemos comprobado que en las edificaciones del Cementerio se están haciendo inversiones, tanto de mantenimiento como de nuevas galerías de nichos funerarios.
Una de esas inversiones debería dedicarse a mejorar las tapias frontales, algo deslucidas, reparar la rejería de las puertas de acceso, una de ellas tiene su farol bien roto, y seguir invirtiendo en pavimentación, aceras, jardines y caminos.
Nos preocupaba también saber si en el Cementerio existía un espacio destinado a los enterramientos de los nonatos (muerte fetal intrauterina) y de los neonatos (bebés nacidos y fallecidos antes de los 28 días de nacer). Recordemos que entre el 10% y el 25% de las mujeres sufren abortos espontáneos, con unas secuelas que se ven reflejadas en reacciones físicas, psicológicas, emocionales y relacionales: el dolor de los padres, ante la pérdida de un bebé, se ve incrementado por la dificultad para poder despedirlo. Por eso cada vez más profesionales tratan de visibilizar el denominado ‘duelo gestacional y perinatal’, que es el que se produce tras la pérdida de un embarazo, y que hasta ahora se ocultaba o no se tenía en cuenta. También algunos hospitales tienen protocolos para ayudar a las mujeres y familias en estas circunstancias. De hecho, el 15 de octubre se conmemora el ‘Día Internacional del Duelo Gestacional y Perinatal’ para dar más visibilidad y conocimiento sobre este sufrimiento. Muchos padres que pierden a sus hijos antes de nacer, por cualquier circunstancia, pueden necesitar el sosiego y la paz interior de que sus restos descansen en un lugar digno y adecuado. Resulta que nuestro Camposanto cuenta con espacio para niños, pero a nuestro parecer no lo suficientemente digno, y echamos en falta un espacio específico para aliviar el duelo perinatal y gestacional En este sentido fue nuestra propuesta en el Pleno del pasado viernes a través de una moción para que nuestro Cementerio cuente con este espacio.
La visita al primer y segundo patios, que como historiador tengo frecuentados en busca de noticias útiles para mis investigaciones y trabajos, me ha producido sentimientos encontrados. Siempre he considerado esos espacios como monumentales y dignos de cuidadosa conservación, como una gran muestra del estilo ajardinado del siglo XIX. Y veo que, desde hace algunos años, el Ayuntamiento dispone la ‘monda’ de los restos de muchos de sus nichos, y su reventa, lo que es causa de la sustitución de las lápidas antiguas y características, algunas de ellas verdaderas obras de arte, por otras modernas y, por qué no decirlo, de peor gusto y apariencia. Todas estas sustituciones están siendo la causa de que nuestro bello cementerio del Ochocientos esté perdiendo a buen ritmo su carácter ornamental y burgués, y se esté transformando en algo mucho más feo, más propio del estilo brutalista. No es cuestión de gustos: es que no hay más que echar una mirada panorámica para que el ojo de cualquier espectador educado en el Arte, proteste por esos contrastes con la fealdad.
Algo parecido ocurre con los patios tercero y cuarto, donde el aprovechamiento del suelo para levantar galerías de nichos de varias alturas, están convirtiendo esa parte del cementerio municipal en un remedo de los enormes, impersonales y feos edificios de las ciudades soviéticas que hemos visitado. Son prácticos y funcionales, aprovechan el espacio, pero a costa de ganar en fealdad, pues suponen la supresión de las ‘llanuras’ de tumbas sobre tierra, las que en días señalados se mostraban bellísimas, merced a sus adornos florales: ‘más jardín joyante que recinto fúnebre’, en palabras de Mariano Grau. Y menos mal que a esas nuevas galerías de ‘vecinos’ se les han puesto soportales, lo que mengua esa pobre impresión estética.
La visita a la oficina resultó igualmente favorable: el rico archivo funerario, uno de los más importantes de Segovia, está bien ordenado y conservado. Y la capilla del Ángel, adornada por el soberbio retablo del Setecientos con las armas del Rey y las de la Ciudad que se trajo desde Santi Spiritu, sigue teniendo un gran empaque y vistosidad, que solo desmerece la pobre y moderna imagen de yeso que ocupa el lugar principal.
La visita a la zona de los panteones más relevantes, algunos de ellos lamentablemente algo abandonados, me ha traído un recuerdo de mi padre. Una vez, asistiendo con él a un entierro en el Cementerio de la Sacramental de San Isidro, el más elegante de Madrid, en el que hay panteones familiares que son casi del tamaño de catedrales, me contó que, allá por los años de 1950-1960, un amigo suyo se arruinó completamente, y tras perder su propia casa se refugió en el gran panteón familiar, que dispuso y amuebló como su propia residencia. Tanto la Sacramental como el Ayuntamiento madrileño quisieron, pero no pudieron echarle, por falta de ordenanza atinente al caso, y solo lo logró el gobernador civil cuando aquel único ‘vecino’ vivo de todo el camposanto, saltándose la severa normativa franquista, comenzó a organizar allí timbas de cartas, francachelas y fiestas nocturnas muy animadas. En fin, que como decía el sabio torero Rafael Gallo, ‘hay gente pa tó’.
2 febrero, 2025
Vamos a ver señores de Vox, ir al cementerio un día y al barrio de Nueva Segovia otro día, no es precisamente una “costumbre política” suya. Jamás se les ha visto en el barrio de San José, ni en barrio de La Fuentecilla, ni en una actividad cultural, ni mucho menos en el Titirimundi o en el Hay Festival. O sea, que mejor, sean moderados en las afirmaciones.