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Siendo realistas…

Parece que en España lo pomposo está mal visto. En la Cadena SER, que viene a ser la Cope de los progres, comparan la coronación de Carlos III con una parada de disfraces. Y bueno, ¡es lo que hay! La coronación emula un tiempo mítico y sin duda falso de reyes y princesas, carrozas y lacayos, gallardos granaderos y leales súbditos fundidos en el triple hurra al baranda al mando. El locutor y sus invitados, fervorosos republicanos, no paran mientes en hacernos ver lo obsoleto, lo caduco, lo desfasado del ceremonial, con sus invocaciones a los dioses y su frontal oposición a la modernidad. ¿Cómo es posible que en el siglo XXI andemos en este plan? ¿Cómo es posible que tantos millones de personas se enganchen a algo tan demodée y reaccionario?

Decía que España no es país pomposo y lo mismo hay que matizar; la feria de abril, las procesiones de Semana Santa, ¿no son acaso también paradigma de la pompa y el boato? ¿Acaso que lo sean convierte un evento en algo negativo? Vanidad de vanidades, a todos nos gusta el pavo real y su cola de espectaculares colores por más que la finalidad de la exhibición no sea otra que un vulgar apareamiento. ¿Qué hay de malo en ello?

Bien, pienso que el rechazo a la pompa en el caso de la coronación tiene que ver con el sesgo republicano del que mira. Que cuando la pompa funciona en sentido contrario, por ejemplo en algún evento en Eliseo cargado de “grandeur” franco-republicana, entonces nada que objetar.

El caso es que en ocasiones se precisa de la pompa para revestir de especial solemnidad determinadas ceremonias. Para que no quede en lo de siempre, para que sirvan de hito generacional.  Para que resulten memorables en el sentido de recordable. Por la misma razón que de vez en cuando nos enfundamos el traje de las bodas. Cambiando radicalmente de aspecto -disfrazándonos- pretendemos salir de lo normal y dar énfasis a la importancia vital de un determinado momento de nuestra vida. (Normalmente, nacimiento, matrimonio y muerte, pero también la gala de bachillerato, de graduación, cuando marcamos un punto de inflexión en nuestra biografía). Ese es el sentido de la pompa.

De Inglaterra me gusta que este hecho pomposo se acepta con naturalidad y socarronería. En Benidorm, los súbditos de Charlie trasiegan cervezas vestidos con cachondas camisetas basadas en la Union Jack y ridículos gorritos. Es un ponerse pomposo socarrón y autoconsciente (a la par que ciego perdido). Dentro de unos años, mirarán las fotos y rememorarán la cogorza… ¡Que bien lo pasamos aquel día, qué manera de beber!

Y creo que esa es la clave del asunto. Para estos tipos de color gamba la corona ya no tiene nada que ver con la jefatura del Estado, con sesudas reflexiones político-filosóficas, del mismo modo que a la gran mayoría de los nazarenos, en el fondo, Dios les importa un higo. La corona ha trascendido. Es seña de identidad, nexo generacional. De algún modo modo, algo que en principio tenía que ver con el Poder Político queda en mero esteticismo castizo. Y caray, a mí me parece envidiable  conseguir ni que sea por un día, reducir el Poder Político a algo meramente lúdico-simbólico. Me parece lúcido. “Este es un reino de Hope and Glory“, reza el himno de coronación de Elgar mientras el personal se monta una cachonda coreografía. No, no lo es pero hacemos como si lo fuera y vivimos unos minutos de tonta hermandad británica.

Pues sospecho que en el fondo el poder es eso: mito.  Creemos erróneamente que existe el poder de la política en la medida que necesitamos creer que sí, que un gobierno puede hacer mucho por nosotros, nos puede hacer felices o infelices. Así que el vestirse de príncipes de cuento, de caballeros disfrazados, es una manera de manifestarse como soy en realidad: soy un cuento. Y el inglés que lo celebra, lo sabe. Está bien tener un rey que es un puro cuento; no hace daño a nadie. Pone color en la calle y sirve  de excusa para meternos una buena tajada. ¿Y si todos los políticos hicieran igual? ¿Se reconocieran como meras necesidades de nuestro pensamiento mágico? ¿Puro cuento?

Miro, por tanto, con envidia la comunión del pueblo con la institución; mientras la grey aclamaba a Charlie, ungido en santos óleos, sentado sobre piedras milenarias y envuelto en armiño,  en Sevilla, a Felipe VI le tocaba la esperaba la pitada del final de la Copa, en este caso deparada por buena parte de la afición osasunista. Porque parece que debemos ser políticos en todo momento y lugar. Hasta en el fútbol. Como si la política fuera, en el fondo, una cosa muy importante. ¿Realmente lo es?


Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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