Se suscita una encendida controversia en el Whatsapp familiar a propósito del precio de los calcetines. Todo por cuanto mi hermana, legendaria andariega (la llamamos, no sin envidia, Dora la exploradora), interpelada por la salud de sus pies tras una de sus hazañas alpinas, refiere que “magníficamente” gracias a la adquisición de unos fantásticos calcetines. Sabedores de que mi hermana no escatima en material y sus dispendios al respecto entran a veces en lo extravagante (no siendo baladí que procedemos de una comarca -Les Garrigues- especialmente tildada de rácana en el resto de Cataluña, y ahí lo dejo), alguien se interesa por el precio de estos “fantásticos” calcetines.
90€ el par.
“Mosquis”, “Glups”, etc…
Noventa el par. Y ya ven a la pobre de mi hermana tratando de justificar cómo es que gasta tanto en calcetines habiendo quien se muere de hambre, cuando falta tanta inversión para curar el cáncer, que si el cambio climático y la libertad de los pueblos. (En honor a mi hermana debo decir que es de las que piensan, y no sin muy buenos motivos, que lo barato sale caro. Un año, viendo que mis botas seguían siendo las que me asignó la patria el siglo pasado por servir -obligado- de cazador de montaña, me regaló unas de 200€ de la época. Superbotas. Y sí, andar con ellas es como comparar un coche marca Yugo del Belgrado de los 70 con un Mercedes).
Zanja la cuestión mi hermano, que también es explorador, solo que más bien de salón (de internet), al pasarnos el enlace a unos calcetines de… de… 860€. Es la Luxury Line de la alemana marca Falke, tirada exclusiva de 10 calcetines al año. Y no, no es que te regalen los zapatos (que a esos precios se podría), es que al parecer son de vicuñas superselectas, recosidos a mano… El Jabugo de los calcetines, la trufa blanca de la ropa interior.
860, sí. Anonadados por el dato, muere ahí la controversia confrontados como quedamos a nuestra realidad de familia working class, puede que con ínfulas, pero astronómicamente alejada de esa otra realidad de cleptócratas rusos, emires saudíes y magos de internet que cabe pensar se dan de tortas cada año por poseer un par Luxury line y lucirlos ante las amistades. Megapijos.
Muere la controversia en las redes pero no en mi caletre. Que le sigue dando vueltas a la cuestión. Si hay quien paga cientos de pavos por unos calcetines -me digo- hay margen para inventar algún tipo de par que solvente uno de los problemas más acuciantes de Castilla y del secano ibérico. Problema que hornadas de consejeros, alcaldes y barandas no han sabido solventar.
Me refiero a las espigas estas dichosas que, mediada la primavera y hasta otoño, se clavan en los calcetines y zapatos. Flores con aguijón. Pinchan que no veas y son la pesadilla de todos los que andamos por vías periurbanas. Cierto, con buenas botas y equipamiento especializado se mitiga el problema, pero no somos pocos los que por, tener el trabajo en las afueras muy afueras o obligados a transitar campo a través a diario (pienso en esos 3.000 desdichados segovianos que siguen aparcando en las quimbambas para subirse al AVANT) terminamos la jornada extrayendo espigas de los calcetines con talones y pinreles rojos como sandías.
Un desastre. Digo yo, que habrá algún tipo de tela, que no sea de vicuña, más mundano y accesible, con los que tejer calcetines anti-espigas. Y entiendo que, bueno, vale, los arrancamoños y cardos seguirán ahí, pero algo se podrá hacer con rompesacos, rubias y demás espigas que, de manera incomprensible, acaban entre los dedos de los pies.
Además, biológicamente, esto de las espigas adherentes, bien que ingenioso (se dice que la Nasa se inspiró en ellas para inventar el velcro), no deja de ser un antisolidario mecanismo de reproducción. Las espigas se clavan en algún semoviente y así van colonizando nuevos territorios. O sea que son de estas especies insolidarias que para reproducirse no paran mientes en dar por saco al vecindario, que como mucho (un vecino que tuve), y en similares circunstancias, se limitan a dar la brasa camuflando jadeos y suspiros con música de mal gusto (Andrea Bocelli, en el caso del vecino, acompasando el increscendo a las exitosa culminación del acto). Urge, por tanto, convocar a los espíritus emprendedores y aprovecho estas líneas para postularme como socio en tan humanitaria invención.
18 junio, 2024
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27 junio, 2024
Me interesa