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Aplausos a la pericia de un conductor de autobús

Era joven y la primera vez que cruzaba el charco a bordo de un avión de esos grandes en los que viajan varios centenares de personas y que duran ocho interminables horas por lo menos.

Yo que —ya entonces— soy un chico modosito, procuraba mantener las formas venciendo nervios ante la inminente llegada a la metrópoli —luego no es para tanto: la Gran Manzana es como Segovia, con más calles y coches y encima no tienen acueducto ni cochinillo, así qué no sé bien de qué viven— y ese momento en el que las ruedas del aparato tocaban la pista, que dicen que es uno de los de más peligro.

Pues oiga. Según acabó la maniobra, el personal se puso a aplaudir como si Josep Carreras (por ejemplo) acabara de hacer su mejor actuación: ovación larga y cerrada y vivas al comandante. Me parecía un tanto ridículo, pero era por mi inexperiencia, que el personal es agradecido hacia quien logra abrirle paso en medio del peligro.

En Segovia he aprendido que palmear fuerte evita infartos y libera tensiones. Al menos si montas en el autobús urbano.

A ver, que me explico: casi las 17.00 horas del martes, 28. Quedan unas veinte personas en el urbano de la línea cinco —los más espabilados se han bajado en “La Loba”— que, cansino, encara la cuesta de San Juan, cuyos adoquines —los mismos que se levantaron, se repusieron y se hundieron de nuevo acto seguido hace diez meses— están algo húmedos y brillan por la lluvia caída durante el día.

El vehículo reduce su marcha, resbala, se escora hacia la derecha donde el pretil parece esperar paciente el encuentro con la chapa azul que sin embargo no llega. Corrige a la izquierda. Nuevo giro a la derecha… El personal que puede murmura, otros, con los glúteos apretados, empuñan con fuerza la primera barra que tienen a mano… “¿Esto es así siempre?” pregunta una novata. “O más, depende del día”, responde otra a la que la veteranía del día a día parece haber proporcionado cierta tranquilidad extra, aunque se aferra con ambas manos.

La cuesta es enorme, nunca se acaba y la línea recta se vuelve imposible. El conductor, concentrado, parece buscar una marcha por debajo de la primera que dé al vehículo la suficiente potencia para coronar el alto. Por fin lo logra y el personal, como aquellos guiris del JFK, rompe de forma espontánea en aplausos y algún viva.

No es un hecho aislado, que puede comprobarlo cualquier día de lluvia o alta humedad y desde hace demasiado tiempo, a pie de cuesta observando la trazada serpenteante que hacen en ese punto la mayoría de los vehículos del transporte urbano. O si lo prefiere, pregunte a los que viajaron en el tres o el cinco este miércoles por la mañana, por ejemplo, que les repetirán la historia de la tarde anterior.

Si le cuento esto es sólo para entretenimiento y observación sociológica de los segovianos, que no pretendo alarmarle, que si tiramos de estadística, los daños personales en el urbano no pasan, hasta ahora, de leves y que ya le han dicho mil y una veces desde el Gobierno municipal que el servicio va de la leche y que se comprarán nuevos buses y que la mecánica de los que hay está al día o mejor aún y que se limpian asiduamente…

Si me quisiera quejar, pues recurriría a lo fácil y me metería, por ejemplo, con el eléctrico. Ese que cuando no se está reparando con precios astronómicos en sus piezas, está circulando prácticamente vacío pero a diez por hora en las cuestas abajo generando colas de vehículos que para sí las querría el trenecito turístico aquel de tiempos pretéritos, al que tanto criticó el grupo socialista, entonces en la oposición municipal, junto a IU.

Si mi intención fuera reclamar que un servicio al que están obligados los municipios por ley funcionara correctamente, pues lamentaría las frecuencias de paso que “se saltan” en todas las líneas cuando uno menos lo espera y sin aviso previo para compensar retrasos acumulados.

Si quisiera mostrarme alarmado, diría que la degradación es más que evidente y que queda tanto aún para la nueva adjudicación que me temo que lleguemos al final en condiciones parecidas a las de antes de la contrata actual. O que me huelo que va a haber recortes de líneas. No sé, se me ocurren las de la estación Guiomar, que son carísimas y por tanto, susceptibles de recibir un severo tajo.

Pero no. No quería quejarme. Mi objetivo era relatarle como los segovianos nos conformamos con casi todo, celebramos cada minuto de nuestras vidas y como no vamos tanto como quisiéramos a Nueva York, coronar sin daños la cuesta de San Juan en autobús se convierte para nosotros en toda una fiesta.

Pues claro que sí. Aplausos, suspiros y vivas al comandante-conductor, que bastante hace.

Author: Fernando Sanjosé

Segovia (1967). Periodista.

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