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Una juventud condenada al postureo

Sería rico si me dieran un euro cada vez que escucho cosas del tipo “son unos bobos”, “menudas gilipolleces” referidas a los jóvenes de hoy y sus modas. Y definitivamente millonario si pasara otro tanto con expresiones tal que “esto antes no pasaba“. Gasté mi juventud entre los 80 y 90. Debería decir que sobreviví (no todos pudieron) a las curdas y a la droga que campaba  por las calles y a las burradas que perpetrábamos. De lo que aprendí en el instituto prácticamente no me acuerdo de nada. Como todos, memorizaba folios, que mágicamente desaparecían de mi vida concluido el examen (si aprobaba, que no siempre fue el caso). Yo era un trasto.

Pero maduré. Lo justo para ver que la juventud que me sucedió no se quedaba atrás en burricie. Para entonces, el abaratamiento de la cocaína y las anfetas (la aparición de coches más aparentosos) posibilitó fenómenos como la ruta del bakalao. Cada lunes, los sucesos daban cuenta de la resaca: tres jóvenes muertos en un accidente en la autovía de…. Y eso pasaba cada fin de semana en toda la geografía nacional. Chiquitan chiquititan tan tan que tun pan… Un matadero.

No. No fuimos mejores. Yo diría que la situación se fue reconduciendo para bien. Menos droga, menos delincuencia, menos vicio. Más vida sana. ¿El nivel cultural?, pues sin entrar en las brillantes excepciones, como siempre tirando a bajito, como el de los papás. Sin olvidarnos de problemas nuevos, como la incorporación de decenas de miles de chavales al sistema educativo procedentes de países con escuelas precarias (cuando las había), y consecuentemente, bajo nivel de conocimientos.

Si tengo que definir el hecho diferencial de la actual juventud diría que la parte negativa, o al menos para mí más sorprendente,  es la apabullante exposición pública en la que viven los jóvenes y sus pautas de consumo de información a través de redes. Nosotros vivimos encapsulados en la cultura pop; ellos están en la de Ibai Llanos e “infuencers” de todo pelaje.

Es una cultura definida por la imagen y, en consecuencia, el postureo. Nosotros nos pasábamos las horas en el bar; ellos en el gimnasio con los cascos puestos oyendo alguna perorata. Las razones son variadas, pero puestos a destacar alguna yo diría que han perdido la privacidad. Yo podía hacer burradas (las hice), y al día siguiente a buen seguro algún testigo lo comentaría, anda que el Besa… Pero ahí se quedaba la historia, en la privacidad de un bar y yo ni me enteraba. Hoy te sacan en el insta y te ponen caritas sarcásticas. Volvemos a una cultura de la reputación, donde unos centímetros de más en la cadera te amargan la vida. Una buena baza de “likes” y tu estima grupal pasa del menos cinco al +9.5: eres feliz.

La dependencia es bestial. Por poner un ejemplo, el ligoteo. Mi quinta ligaba mal y poco. Se intentaba echar mano de las amigas, y al final no quedaba otra que el ataque bizarro a puerta fría de “me preguntaba si eres tan simpática como guapa” (comprenderán que así, poca cosa hay que contar). Hoy se las tiran en las redes, poniendo estrellitas y deslizando insinuaciones. Tengo alumnos y alumnas que, esperanzados por algún comentario, no han parado mientes en largarse a un polígono de Madrid donde supuestamente han quedado con este o aquella para lo cual han completado verdaderas epopeyas en el transporte público.

Esclavos de las redes, suele decirse. Y en parte es verdad, y se intenta poner puertas al campo con legislaciones imposibles. En Australia, los menores de 16 años no accederán a Youtube, escucho en el telediario.  No faltan los pedagogos de salón que anuncian la imperiosa necesidad de “educomunicar” a las nuevas generaciones (y de inmediato lo propagan por X). En las escuelas deberíamos -nos dicen a la infantería docente de segundo y tercero de la ESO- educar a los chicos en el manejo de redes.  Claaaro… Y hasta algún lumbreras estará pergreñando un proyecto didáctico para que en lugar de citas en polígonos y comentarios insidiosos sobre el culo de este o la otra debatan de Spinoza o el problema leibniziano de la armonía prestablecida.

Llevan razón los sabios y no la llevan. Este “capitalismo salvaje” en el mercado de la reputación no es sano (y por ende, y también por sobrediagnóstico, tanta ansiedad y demanda de psicoterapia). Algo hay que hacer. Y por favor, espero que no sea una programación tipo LOMLOE con 77 parámetros competenciales y 55 operadores de evaluación.  El problema siempre es el cómo, y si una cosa no es el cómo es burocracia.

Yo creo, más bien, en la contención de daños. Hoy se sociabiliza a través del móvil y esto es un hecho. El contacto presencial, el fuera móviles, no está de más, pero no cambia la situación. Y en realidad lo que se hace en las aulas es encaminar al educando a procesos de sociabilización coherentes con lo que van a necesitar en el futuro. Y guste o no ellos vivirán en las redes o parecido el resto de sus vidas. Debería hacerse un uso ético de las redes, es verdad. Pero esto me suena tanto a pedagogía de salón que hasta me duele la garganta… ¿Se puede educar en la ética al personal? Recuerden que no es Sócrates El Que Educa, es la tribu entera. Y no veo yo a la tribu muy por la labor.

Podemos ayudar. Ayudarles a relativizar las cosas. A reírse de ellos mismos. A no tomarse en serio las melonadas y tampoco caer en la frivolidad. Combatir estereotipos. Aprender a medir las consecuencias de un “compartido”. A detectar y desactivar los mensajes de “compra y se feliz” que atestan nuestras vidas. En suma y como siempre, a superar la adversidad. Pero en el fondo el esfuerzo va a ser básicamente suyo, más que nada porque son ellos la primera generación expuesta a este nuevo (no tan nuevo)  estado de cosas. Están condenados a sobrevivir al postureo.


 

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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5 Comments

  1. Yo como joven que soy pido que vuelva la miki obligatoria.

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    • Sí, que vuelva la mili obligatoria pero también para las mujeres. Y que vayan las feministas las primeras.

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  2. Identifico totalmente mi juventud, con la que usted describe fue la suya, Sr. Besa.
    También coincidimos en el cambio de contexto tecnológico, de lo que los jóvenes no tienen responsabilidad; se lo han encontrado.
    Los peligros juveniles han cambiado en gran medida. En mi caso eran burradas tipo las que usted puede insinuar, en mi caso tipo un 127 lleno de colegas.. botellas tintineando.. cómo nos habremos salvado. Madre mía, sí existe el Ángel de la Guarda.
    Me ha gustado mucho su artículo.

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  3. Lecturas recomendadas para entender a esta generación.

    También recomendadas para esos que creen que el pasado siempre fue mejor y que ellos bien y tal.

    “La generación ansiosa” , de Jonathan Haidt.

    Lo pueden combinar con “Redes”, de Eloy Moreno.

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