Al tiempo de festejar a nuestro santo patrono el eremita San Frutos, modernamente llamado el Pajarero, que nació y fungió en estas tierras en los últimos decenios del reino visigodo de Toledo, allá por el siglo VII, me vienen a las mientes algunas reflexiones sobre nuestros ritos y tradiciones. O, mejor dicho, sobre los ritos en general, y su importancia en nuestras vidas. Hoy toca escribir de pensamiento, y que el lector me perdone si caigo en la prolijidad.
Los humanos somos seres rituales, y no me refiero solo a las grandes ceremonias de Estado o públicas. Nuestras vidas cotidianas son rituales: nos acostumbramos a la manera de ducharnos y secarnos al salir, a la manera de preparar el desayuno, a la manera de vestirnos cada día, a la manera de saludar, a la manera de organizar nuestros fines de semana y nuestras vacaciones…
Aparte están, claro, los ritos que adoptamos para festejar y para memorar. Algunos son ancestrales, verbigracia en Segovia nuestras danzas tradicionales y nuestra música de dulzaina y tamboril, para festejar a nuestros santos patronos. Otros son más modernos, casi coetáneos, como la manera silenciosa y solemne de memorar los lutos que son consecuencia de la violencia…
El ritual en honor de San Frutos es ya centenario: el nocturno Paso de la Hoja y sus sopas de ajo; la misa mayor en la Santa Iglesia Catedral de Segovia, presidida por el Obispo, a la que acude la Corporación municipal solemnemente reunida y escoltada por sus guardias y maceros; el bellísimo canto del Villancico de San Frutos, que ya cuenta con 125 años de antigüedad…
Cualquier persona medianamente cabal comprende perfectamente la importancia de los ritos y las tradiciones en nuestra sociedad, y los acepta de buen grado. Porque los ritos nos recuerdan quiénes somos y de donde venimos, y nos fortalecen como sociedad.
Y, sin embargo, algunos ‘progres’, en general dotados de una ignorancia vasta y de unas intenciones no siempre buenas, abominan de buena parte de esos ritos, porque entorpecen sus propósitos de dominación social mediante la llamada ‘cultura woke’. Y no son pocos ni de poca entidad los poderes del globalismo y del mercantilismo mundiales que secundan esas malas intenciones: es lógico, porque un pueblo desmemoriado, que no sabe de dónde viene, mal sabrá a donde va, y será mucho más fácil confundirlo y manipularlo. Y hacer que consuma más.
Por eso las élites de buena parte del mundo contemporáneo -las de Occidente, para ser precisos-, perciben los ritos como un estorbo, como una práctica obsoleta de la que es conveniente prescindir, porque dificultan sus planes.
Y, sin embargo, no es posible la vida humana sin que los ritos jalonen y señalen el tiempo. Un tiempo ‘continuo’, sin ritos, sin esos jalones, no es ‘habitable’, como nos señalan nuestros coetáneos Julio Iglesias de Ussel (catedrático de Sociología y académico de Ciencias Morales y Políticas), y Byung-Chul Han (el gran filósofo coreano).
Por eso mismo, el tiempo que se organiza mediante momentos rituales -la Navidad, el Año Nuevo, el Día del Padre, la Fiesta Nacional, el Día de Difuntos, et sic de ceteris-, va unido a las cosas, a nuestras cosas, que igualmente jalonan nuestra existencia cotidiana -algo se nos rompe por dentro cuando perdemos, rompemos o prescindimos un objeto que amamos, o que tiene un significado emocional para nosotros-. O que, simplemente, nos ha acompañado durante un largo tiempo, como nuestra silla o nuestra cama: las ‘cosas’, como los ritos, son elementos estabilizadores de nuestra vida y la hacen ‘duradera’ porque mantienen la repetición vital, como nos explicó la siempre luminosa Hannah Arendt. Según la pensadora rusa, esas cosas nos permiten demorarnos en ellas, usarlas y disfrutarlas, haciendo así nuestras vidas duraderas.
Pero estos conceptos chocan de nuevo con las malhadadas prédicas de la cultura ‘woke’ y ‘progresista’, y también con las prácticas mercantilistas, para la que la duración es contraria a la producción de nuevos productos, de nuevas cosas: véase la llamada ‘obsolescencia programada’, tan perniciosa para el medio ambiente pero tan lucrativa para los fabricantes de aparatitos… Se destruye intencionadamente la duración, para lograr una mayor producción. Así, nuestras vidas se prolongarán, sí, pero a costa de que no sean apenas ‘vidas duraderas’, porque perderán esa deseable durabilidad. Serían vidas dedicadas solamente a consumir, como quieren esos poderes opuestos pero aliados de los wokes y de los de los mercantilistas. Vidas no humanas.
Y, quien habla de las cosas, también puede referirse a las emociones, porque hoy se tiende a consumir por igual unas y otras. Y si las cosas son limitadas, las emociones no lo son: de ahí que todo vendedor quiera revestir las mercancías que vende, de emociones. Los anuncios de vehículos automóviles son paradigma de lo que estamos diciendo, y es así como lo económico parasita lo útil y hasta lo estético, en beneficio del consumo y de la producción.
De ahí la importancia que tienen para nosotros, como sociedad, los ritos. Todos los ritos, incluso los que parecen ser menores: así, la cortesía y los ritos sociales; así la delicada liturgia eclesiástica; así las buenas prácticas al volante. Hay que usar las cosas y las emociones, sí, pero no consumirlas ni gastarlas, porque eso contribuye a que nuestras vidas pierdan la calidad propiamente humana, y se desvanezcan y desestabilicen.
¿Y qué decir de los valores éticos y morales? ¿qué decir de la justicia, de la compasión, de la sostenibilidad, por ejemplo? También sobre ellos, y sobre sus rituales -que los hay- se ciernen esas amenazas de los aliados wokes y mercantilistas.
Cuanto llevo dicho quiere contribuir a que nuestros convecinos estimen en su justa medida los ritos del día de nuestro patrón San Frutos, y comprendan que no son solo espectáculos más o menos brillantes, más o menos llamativos, sino que su práctica trasciende ciertamente a cada una de nuestras vidas, y contribuyen a cohesionar nuestra Ciudad, hermanando a sus vecinos.
Por todo cuanto digo, yo creo de la mayor importancia social que Segovia y los segovianos sepamos conservar, y además promover, nuestros ritos y nuestras tradiciones. Porque ellos y ellas contribuyen a que nuestras vidas, las de cada uno de nosotros, sean verdaderamente ‘vidas duraderas’, propiamente humanas, y no un mero discurrir de compra en compra, y de consumo en consumo.
27 octubre, 2024
Estás bastante equivocado.La “cultura woke” lo que no quiere es la desigualdad social y por eso desvela los ritos y tradiciones que contribuyen a la dominación social. Por poner sólo un ejemplo segoviano,la tradición del voto a san Roque en la que el alcalde,de rodillas,da las gracias al santo por “librarnos de la peste”. Este rito no es de unión de los segovianos frente a un grave problema,es de sumisión ante la iglesia católica. Sobre todo ahora, que sabemos que las plegarias, procesiones,misas,etc. que se hicieron en la época sólo sirvieron para propagar la peste.Si recordáramos a algunas personas dedicadas a la sanidad que dieron su vida por erradicar la peste (seguro que hubo muchas) la tradición sería positiva.
27 octubre, 2024
A ver.. Dónde va a parar, mejor creer en la cultura woke, que termina en un feminista de pro, número dos de un partido que hoy gobierna, violando y maltratando mujeres.
27 octubre, 2024
En cuanto a lo que dices del mercantilismo estoy bastante de acuerdo pero no veo ninguna alianza entre “wokes”y mercantilistas sobre todo teniendo en cuenta que “woke”significa:”despierto, alerta frente a las injusticias en la sociedad ” o , según la RAE:”concienciado”. Una persona concienciada es la y se ha tomado un tiempo para reflexionar,ya sea sobre las injusticias,las tradiciones,etc.
27 octubre, 2024
Como Errejón. Ya ha dicho que la culpa de lo que él ha hecho la tiene el neoliberalismo y el patriarcado. Lo mismo que dicen todos los delincuentes en el juzgado, que la culpa no es suya. Que es de la sociedad.