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El país de los bedeles

bedeles3Sostengo que en la cima de la pirámide social segoviana viven instalados los bedeles. Entiéndaseme, no los guardias de seguridad que, amén de bedeles, abroncan a los adolescentes, ayudan a las abuelitas a cargar las bolsas y asesoran en spainglish a los guiris sobre cómo llegar a la estación de Guiomar. No. Hablo del Bedel con mayúsculas, el que curra en la administración pública, y no en cualquier administración pública: La española. Ecce Homo.

En tiempos mejores, cuando cobrar 2.000 mortadelos al mes no era un delirio, un amigo ingeniero dio la campanada. “He aprobado las oposiciones a bedel”, nos dijo. Le hicimos una fiesta. Al tipo no se le daba mal la ingeniería, pero quería “seguridad”, un trabajo de perfil modesto, horarios de 8 a 3, 14 nóminas de trienios acumulables y, ante todo, no vivir bajo el estrés de la paga por objetivos. Quería una silla en algún rincón sosegado del mundo; un jefe no muy tocapelotas que le dijera, “Braulio, prepara el salón Marmota para la rueda de prensa”; “Braulio, vete a Correos a retirar la correspondencia”, “Braulio, avisa a informática que el router del vice parece que no tira”. Quería Comodidad.

Inter nos, algunos amigos malévolos rajábamos. “Fíjate, cinco de años de carrera para acabar de bedel”. Eran buenos tiempos, no había paro en el sector de la ingeniería, la supuesta élite laboral española; para entonces, algunos colegas ya habían dado el paso de montar su propia empresa. Hoy, los que montaron su propia empresa se morirían literalmente de hambre de no existir la familia que paga la hipoteca y los caprichos de los críos. Braulio es feliz.

Si pregunto a mis alumnos de publicidad (veinte años y toda la vida por delante)  si les gustaría ser bedel en algún chiringuito de la administración , 1250 fijos y una vida tranquila, veo las lágrimas asomar a sus pupilas. “¿Existen trabajos así”? Si se lo pregunto a sus padres, la reacción es aún más bestial. De repente su mirada se enciende de esperanza: “¿la carrera de publicidad sirve para opositar a bedel?”, te replican emocionados, como bajo el shock, de un satori, de una ilumimación vital que cambia radicalmente la existencia.

Y no quiero ser malinterpretado. Lejos de mi faltar a la honesta profesión del bedel. Solo constato que quienes eligieron cierto riesgo vital, fracasaron, quienes por contra encaminaron su destino a un puesto gris y modesto, hoy son felices (a pesar de los recortes, congelaciones y mangoneos).

Veo a los notarios llorar. Los antaño reyes del mambo son sombras en pena que te abordan a la hora del café. “¿No necesitarás un testamento, hipotecas, un cambio de escrituras?” Te lo sacas de encima como puedes y el del bar te dice, “no seas duro, hace una semana que no le entra un cliente”.

El bedel, en cambio, se sabe en la cima del mundo. Alcaldes y políticos ganan más, cierto, pero viven en un mundo peligroso, con la sombra de Perogordo a un lado y al otro la posibilidad de un error estratégico que les lleve a pactar con la facción de la facción equivocada para terminar en la miseria. El bedel no. Y el bedel lo sabe, y cuando el político le recrimina por esto o aquello, el bedel se apresta cortesmente a arreglar el desaguisado desprendiendo un karma que claramente dice: “nos ha jodido el interino”.

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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