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Una triste historia de percebes

Venía con la idea de hablarles de la entrevista en TVE/Ferraz a Pedro Sánchez y de cómo pide tiempo para arreglar el problema de la vivienda, que siete años no son suficientes, no sean ustedes meteprisas, pero el honorable director de este medio me contrató para relatarles tonterías dominicales, no para enfadarles. Así que les contaré que Instagram me ha fallado. Acostumbrado a que en esa red social los ilustres influencers me regañen constantemente alertándome de que desayuno mal, que corro peor, que ato mal la bolsa de la basura, que duermo mal, que piso el suelo mal, que bebo agua mal, que me equivoco al comprar el pan, que la Coca Cola me va a asesinar, aunque sea Zero… no previó que necesitara consejo sobre un hecho puntual que nadie más ha vivido… espero. Y es que hay veces que uno no está preparado para afrontar ciertas situaciones, no hay manual de instrucciones.

Me encontraba este verano en una ciudad gallega, de esas que cuando uno llega suelta la frase rancia «qué bien se tiene que vivir aquí», y no pude resistirme a ese momento celestial de entrar a una feria de marisco que organizaban los propios pescadores. Del mar a la mesa sin pasar por las termitas de los intermediarios. Oro puro. Entre los platos que elegimos mis acompañantes y yo había, cómo no, una ración de percebes, ese suculento manjar que los de la meseta probamos un par de veces por década y le hacemos una foto para enseñar lo ricos que están a los pobres incautos que vean la imagen.

En estas ferias, como bien sabrán los lectores que han acudido y que aún se chuperretean los dedos con placer norteño, las mesas son alargadas y al lado se sientan desconocidos. Concentrado en las raciones que habíamos pedido, en que las zamburiñas tuvieran el final merecido y sobre todo en la buena conversación que nace a partir de una botella fría de Albariño, apenas reparé en que, a unos metros y en la misma mesa, se disponía a comer una familia de seis adultos… Bueno, en verdad eran cinco y un adolescente pegado a un teléfono móvil. Cuando paré para usar la decimosexta servilleta de papel, escuché a la abuela del chaval decirle que dejara el teléfono y comiera; había un enfado imperceptible en ella, ese que solo saben usar las abuelas, el que sucede sin levantar la voz ni mala cara. El nieto puso cara de acelga y cogió con desgana una sardina.

Lo que el chaval no sabía es que el viento se iba a levantar traicionero; yo reconozco que tampoco me anticipé. De lo contrario habría puesto algo de peso encima del plato de plástico con los restos de los percebes que habíamos pedido y que el aire lo llevó directamente —con la misma precisión que Zidane te ponía un balón al pie desde cincuenta metros— a la cara del chico para dejarlo bien pegado en su mejilla unos segundos. Ahí estaban mis percebes, ya sin nada que aprovechar, descendiendo lentamente del rostro de aquel imberbe que tardó en reaccionar porque no todos los días a uno le dan una bofetada con marisco desgastado. Tanto por parte de aquella familia como de nuestro grupo se hizo un silencio que duró entre dos milésimas y mil años. Alguien tenía que dar el primer paso, y como el más culpable siempre es el primero que habla, me levanté a retirar el plato ya de la mesa y a disculparme unas siete u ocho veces.

La madre del agredido hizo de portavoz quitando hierro y ácido úrico a la situación, y culpó al viento, que no podía defenderse. Sospeché que por dentro se estaba partiendo de risa. Rápidamente me adherí a su explicación, «sí, la verdad es que se ha levantado un aire que no veas» solté aspirando a un sillón de la RAE por la originalidad. Todos dieron por buena mi versión menos el chico, que no llegó a levantar la cabeza y que en venganza por el apoyo que recibí de su familia, volvió a sacar el teléfono, tal vez para tuitear que un cuarentón le había llenado el pelo de restos de percebes.

Así que ya saben queridos lectores/as, cuando se topen con un incidente gastronómico desagradable para el que no han sido entrenados, saquen una buena servilleta, culpen al viento y sigan disfrutando de los pequeños placeres que aún dependen de nosotros que se cumplan, que es de las pocas cosas que no van a robarnos nunca.

Feliz domingo.

Author: Alberto Martín

Profesor universitario y escritor

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19 Comments

  1. Y pagan por escribir estás ximplerias??..Donde hay que apuntarse..o apuntalarse,no se vaya levantar vento..

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    • Estimada Meiga.

      El director me paga 300 euros por comentario positivo (y una comida con cordero o cochinillo a elegir, nunca los dos) y debo abonarle 900 euros por cada comentario negativo, así que esta vez con el suyo me va a salir caro el artículo porque no suelo tener mensajes positivos de mis queridos lectores. ¡Una ruina!

      Gracias como siempre por la lectura y feliz domingo.

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    • A mí me encantan los artículos del señor Alberto.

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      • Encantado de contar con su apoyo, estimado Toño.

        Ojalá nos leamos muchas veces por aquí. Un abrazo.

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    • A mí el jueves se me pincho la bici.

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      • No desaproveche la oportunidad de relatarlo, Manin. Puede haber más que contar en un día de bici pinchada que en una sesión parlamentaria.

        Saludos y gracias por la lectura y el comentario.

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  2. ¿Y a cuánto le salieron las raciones de marisco?
    Porque en esos lugares te espabilan bien el bolsillo.

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    • Esta era de las baratas, estimado Comegambas, no estaba ni Pepe Álvarez por allí.

      Gracias por la lectura y buen domingo aún veraniego.

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  3. Antes las cáscaras de percebes procedían del viento que soplaba de la derecha, ahora vienen del viento de la izquierda, pero lo mas triste es que esas cáscaras siempre quedan pegadas en las caras de los pobres ciudadanos que sufren con infinita paciencia esos molestos vientos.

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    • Sutil forma de verlo, Ignacio.

      Gracias por leer el artículo y por comentarlo.

      Un abrazo.

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  4. Es un placer leerte siempre Alberto. Hay van mis 300 euros.
    Mira a ver si meigas es el director porque le sales muy caro….

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    • Investigaré por si el director estuviera usando pseudónimo para cuadrar las cuentas, estimado Juan 😉

      Gracias por pasarse por aquí. Un abrazo para usted.

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  5. Gracias Alberto por deleitarnos con tus historias cotidianas. Para amargarnos la vida e incluso normalizar la tensión ya están otros.

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    • Gracias a usted por la lectura, Juan Luis.

      La verdad es que el objetivo de este tipo de artículos es salirme un poco de esa crispación a la que alude.

      Un abrazo.

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  6. No sé si a destiempo, voy a tratar de cuadrar este balance que comenzó de modo tan negativo para el bolsillo de Alberto.

    Estamos hartos de tanta noticia terrible, de tanto comentario ácido en el que los españoles nos tiramos los trastos a la cabeza; de tanto “politiqueo” cainita…..
    Te felicito por este comentario intrascendente, fresco y trufado de fina ironía que ha sido capaz de arrancarme una sonrisa. Me quedo con eso Alberto.

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    • Siempre a tiempo, querida lectora.

      Como le comentaba a Juan Luis más arriba, la idea de este tipo de artículos es salirme de la política y de centrarme en lo malo, pero por supuesto entiendo que haya muchos lectores/as que les parezcan simplones, entra dentro de esta colaboración.

      Un abrazo.

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  7. Su artículo tiene más enjundia de lo que parece. La culpa no fue del viento, sino por usar platos de plástico, antes, en las romerías los ponían de loza y después, de Duralex; ahora, de plástico.
    Por lo demás, me ha gustado su artículo, es un artículo de domingo.

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    • Muchas gracias, gallego—segoviano. Es verdad que son incómodos y dan pie a pequeños accidentes como este, pero se perdona todo con lo rico que se come en su tierra.

      Gracias por su aportación. Un abrazo.

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      • Pues que quieren que les diga, a mi particularmente,la forma de hacer el fotomontaje con palabras sobre lo que quiere describir el autor,me parece que está solo al alcance de unos pocos privilegiados. En mi caso, me he imaginado sentado en la mesa alargada y siendo partícipe de la mariscada, y ya de paso,su lectura me enriquece el léxico y me ejercita el cerebelo,que ambas cosas me vienen bien. Prefiero esta temática a lo relativo a los asuntos del politiqueo patrio, o uncluso la politiquilla local, entre otras cosas porque de política escribe cualquiera, y siempre arrimando el ascua a su sardina, y en este caso Alberto ni siquiera ha arrimado el ascua a su percebe.
        Alberto, por favor,sigue escribiendo sobre la vida, ya que a diferencia de los gatos, sólo tenemos una.

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