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Resumen de la verbena de anoche

Las orquestas verbeneras son la banda sonora de esta España en fiestas. ¿Cuántas habrá? ¿Cómo se desdoblarán y triplicarán los combos para surtir tantísima demanda? Misterio.

Justo estos días he terminado un libro muy recomendable que va precisamente de eso, las verbenas. Es de Miqui Otero y se titula “Orquesta”. Estamos en  un pequeño pueblo de Galicia, que por cierto, junto con Canarias tiene a gala el contar con las mejores fromaciones. A lo largo de la verbena van aflorar -y solventarse o no- diferentes crisis vitales que tienen que ver con la historia del pueblo. La hoy octogenaria abuela antaño criada preñada del señorito, el camionero sarasa que sale del armario, la guapa de la comarca confrontada a la pérdida de los sueños juveniles… Está muy bien. Llamativa y muy efectiva la original estructura de la novela, en la que los hilos van apareciendo y desapareciendo para juntarse en una coralidad que define el ser de la localidad.

Especial importancia en la novela tienen los tiempos de la verbena, articulados a través de los grandes éxitos verbeneros de las últimas décadas. Porque, y aquí uno de los hallazgos de la novela, la verbena es siempre la misma si partimos de la base de que los músicos solo son reflejos de los vecinos, estados de ánimo. Muy parecidos tanto en Galicia como en Canarias como en todo pueblo.

Se empieza suave, para que bailen arrimados abuelos y abuelas, madres y niños, padres y niñas. El estándar tiende a ser alguna ranchera, el Vals de las mariposas, acaso dos coplas. A medio gas, con la gente aún de sobremesa enchufándose copas.

Las orquestas miden el tempo por incorporaciones generacionales. Allá van treintañeros y cuarentones con hijos en crianza mascando el segundo cubata prestos a dar el relevo a la abuela. La orquesta empieza entonces con un pupurrí de los  80. Las mamás arrancan a bailar Mi gran noche. Los octogenarios se retiran;  les dan el relevo los adolescentes y se impone subir el flow con una de pelotazos del momento: Puedes salir con cualquiera.

Los hermanos mayores se hacen esperar. El alcohol corre a mansalva en estas peñas, cueva de Alibabá del vicio. Entran a ritmo de Gun’s N’Roses lindando ya con la media parte. Y hasta ahí puedo leer, porque tristemente hace años que no voy más allá del bingo; ya no llego al bocata de panceta del amanecer en la peña los Tremendos (lo cual dada mi afición al Dyc 8, que es progresiva, tampoco está tan mal).

Es así como se cocina una banda sonora intergeneracional. No es momento de efusiones estéticas ni de concesiones a los gustos mods del bajista. La banda dosifica el descontrol general con precisión sociológica a golpe de pelotazos que el personal sabe de memoria (o debería). Y por el medio quedan las preadolescentes lloronas por una crisis amorosa catalizada por los primeros cubatas; el cincuentón náufrago de peña y pasado de vodkas que larga la turra a todo conocido (¿sabes lo que le haría yo al Puigdemont?); la Lorenza, que se divorció en primavera y parece que busca venganza (se dice, cotorrea una vecina, que el Miguel Jesús la dejó por una colombiana, pero yo no digo nada…) y lo larga todo y mejor que el Jorge Javier porque todo lo sabe sin necesidad de cookies ni IAs gestoras de datos ni mandangas. Hay una pechera, dos tortazos con algún colgado del pueblo de al lado (porque los autóctonos, claro, son unos santos), tres vomitando. El alcohol pasa factura. Y ahí está, el vecino guardia civil trompa perdido dirigiendo la conga de Jalisco. No pasa nada, está fuera de servicio. Mauricio, a sus 60 años, se acaba de estampar contra una farola (haciendo el chorra cuando sonaba el Follow the leader), y eso que, según asegura, los cubatas no le hacen nada… “Mañana a las ocho he quedado para andar en bici hasta Navafría”, se jactaba en la barra a primera hora, y el camarero, que lo conoce, meneaba la cabeza: Noseyó, noseyó… 

La verbena le quita gravedad a la existencia. Nos iguala a la hora de las tonterías. Celebra la vida y se ríe de los trompicones del día a día. Nada que ver con un concierto y a la vez, mucho mejor que cualquier concierto…. Y encima gratis. 

Son las cinco: ¡Muchas gracias Aldeanueva, esperamos que os lo hayáis pasado tan bien como nosotros, la Gran Orquesta Acueducto!, miente el cantante. Los de allá parten a una discomóvil, los adultos a dormirla, que va siendo hora. Los más cívicos a ayudar a limpiar la peña. El náufrago turras ya no piensa en Puigdemont y se limita a flotar entre la masa en retirada. A la adolescente que lloraba ya se le ha pasado el berrinche;  su crisis amorosa ha durado una hora y cinco minutos. 


Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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