Una niña pequeña camina con su madre contándole el día en el colegio. Como sucede en muchas ocasiones, la adulta va pensando en otra cosa, en otro mundo que poco tiene que ver con el de los niños y a la vez es el que lo sostiene en silencio con equilibrismos que no se enseñan en las universidades ni en las redes sociales, que cada vez parecen más sinónimas.
La cría, que tendrá entre seis y siete años, habla de sus compañeros y decide hacer un ranking de quiénes son los mejores de su clase sin especificar a qué parámetros infantiles está recurriendo. El primero es Ismael, de eso no hay duda. Lo afirma con la certeza de la inocencia, esa que te coloca un día como líder en cualquier clasificación y al siguiente eres el farolillo rojo y sin posibilidad de remontar. Ismael estará ya en su casa jugando o haciendo los deberes sin saber que ha ganado probablemente su primer premio y puede que el más valioso de los que reciba nunca.
En segundo lugar se va a poner ella, las medallas de plata se recuerdan poco, pero ya querríamos todos tener alguna en la vida, aunque fuera en una competición en la que participamos dos. Sin embargo, se le pasa por la cabeza que tal vez no está siendo justa y se corrige en voz alta mientras su madre mira a los lados para cruzar la calle. «No, Daniela segunda y yo tercera», así se completa un pódium, imponiendo el orden de los afortunados sin que ellos se enteren.
Hay en esa decisión de la niña de bajarse un escalón una mezcla de honestidad y humildad que ojalá la vida adulta no le arrebate. Nadie le habría reprochado autoimponerse el primer puesto, su profesora no la habría escuchado, su madre creo que tampoco y yo no se lo pensaba decir a nadie, salvo a ustedes que me leen. Siempre es tentador atribuirse ser el mejor en algo, sobre todo cuando no lo somos; es un deporte nacional, apunten si no me creen hacia el Congreso de los Diputados. Quizás inconscientemente también hay en ese bronce otra cualidad escondida: una ausencia maravillosa de ambición. Ya habrá tiempo de intentar ascender en la clasificación, porque llegar demasiado pronto a la cima supone perdernos algo por el camino, en este caso la imperfección, que es la mayor virtud de la que podremos estar orgullosos en el futuro, y las ganas de seguir progresando, de superarnos y pensar de verdad que hoy estamos en un sitio un pelín más alto que donde pisábamos ayer.
Feliz domingo, queridos lectores/as.
24 marzo, 2025
Me ha encantado! Enhorabuena, como siempre Alberto!
24 marzo, 2025
Maravilloso post. Grande, Alberto
24 marzo, 2025
Muy buen relato y, muy temporal.