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Lo que no te cuentan de Franco

El Gobierno se apresta a celebrar “los 50 años de libertad“, evento concebido para reforzar la imagen de la dictadura franquista como etapa negra en la historia de España. Y es verdad. Todos los testimonios que oirán sobre torturas, represión y chanchullos son esencialmente ciertos. Pero me temo que será una verdad parcial. Pocos cuentan que el franquismo fue una dictadura popular.

Yo era un niño antifranquista. Extremadamente politizado por razones familiares. Y cuando murió Franco me llevé una tremenda sorpresa. ¿De dónde salía todo ese tropel de gente que guardaba cola en las puertas del Gobierno Civil para firmar sus condolencias por la muerte de aquel ridículo dictador? ¿De dónde los que llenaban autocares, sufragados por ese ente cuasi místico -El Movimiento- para desfilar por el palacio de Oriente ante una momia en uniforme?… Sentí que tal vez  ni a tanta gente le gustaba Paco Ibáñez ni mis padres y sus colegas no tenían tanta razón cuando sostenían que la gente estaba harta de Franco.

Segovia, multitudinario recibimiento a Franco en 1946.

Sensación que quedó objetivada en 1977 cuando la UCD, aquel movimiento renovador pero de génesis franquista, ganó las elecciones. El 34% de los españoles votaron a un personaje criado en el núcleo del franquismo. Es verdad que Suárez era una cara nueva (y guapa, arrasó entre el electorado femenino), que supo integrar a cierto antifranquismo moderado y sustanciar el anhelo de una gran mayoría de avanzar hacia una democracia europea. Es verdad que tuvo la suerte de contar a su derecha con otro franquismo, el de Alianza Popular, hoy PP, también renovador pero menos, que, con todo, obtuvo un 8% de los sufragios de aquellas primeras elecciones libres. El franquismo involucionista de Blas Piñar consiguió un escarnecedor 0.37%, y menos aún los dos partidos falangistas. Pero si van sumando queda claro que el antifranquismo de las fuerzas progresistas quedó por debajo de la línea oficialista que impulsaba el régimen.

Moraleja. Una mayoría de Españoles quería cambios pero no se reconocía como antifranquista. ¿Por qué? Para mí esta pregunta es fundamental. Francisco Franco tal vez no fuera muy popular, pero tampoco resultaba impopular a muchos de sus sufridos vasallos.

La historia es multicausal. El franquismo se asienta en una opinión pública modelada por años de dictadura. Esto es innegable. El personal se nutría de boletines de radio, Nodos y telediarios que durante décadas y a golpe de censura articularon una imagen del Generalísimo como un eficiente patriota que “no tuvo otra”  que poner coto a los desmanes de una República que fracasó y sumió al país en un baño de sangre. “Franco el pacificador”. Este era el relato oficial y muchísimos intelectuales abonaban tal mentira  por activa o por pasiva. Por ejemplo Camilo José Cela, por citar uno que siempre se me viene a la cabeza, pero hay infinidad.  Suárez supo aprovechar esa maquinaria mediática para visualizarse, junto con el franquista rey Juan Carlos, como “la gran esperanza de renovación”. Y les aseguró que a tal fin no se ahorraron minutos de TVE.

En aquella España estaban también las “víctimas de los rojos“. Que las hubo, circunstancia que se suele ignorar y que no fueron ni mucho menos “casos puntuales”, como parece empeñarse en sostener la historiografía postfranquista de izquierdas. Quizá no fueran tantos como los  reprimidos por el franquismo totalitario (cosa que dudo) pero en aquella España se contaban por decenas de miles las viudas y huérfanos de los ejecutados por el bando republicano, y los más de ellos no pertenecían tanto a la burguesía como al bando clerical, “gente de misa”. Añadan a eso familiares de soldados muertos en el frente, ex-combatientes, bien presentes entonces en la sociedad… El resquemor a los rojos (diría que a determinados rojos) seguía bien presente.

Por supuesto hay que hablar de los aprovechados del sistema. Toda dictadura precisa colaboracionistas, que los había, y a miles. Desde grandes y pequeños capitalistas que chuleaban el franquismo, cargos intermedios,  hasta  personas realmente humildes que se sacaban unos duros como monitores deportivos de los niños de la OJE, o enseñando a bailar jotas a las chicas. Esto es así, aunque en 1975 digamos que el papel de Falange, como se vio en las elecciones, era ya residual.

Pero no podemos cerrar este capítulo sin hablar de cierto progreso en las condiciones de vida de la clase trabajadora española. Con el franquismo se consumó el paso de una España rural a una España urbana. Podrá discutirse hasta qué punto el régimen fue un acelerante o un retardante en ese proceso, pero lo cierto es que bajo la dictadura hubo una efectiva modernización del agro que tuvo un doble efecto. Por una parte tecnificó y rentabilizó cultivos y ganado. Y no debe olvidarse que hasta los años 60 España era un país donde lo agrario representaba hasta el 50%, sino del PIB, si al menos de la población. Por otra, generó un brutal efecto ola sobre las grandes ciudades. Los excedentes poblacionales del campo pasaron a la ciudad (y a la inmigración). Y no sé exactamente cómo pero este segmento poblacional desclasado y carne de izquierda, que sustituyó el arado por trabajar en las cadenas de las fábricas, el pico y la pala de la modernización urbana, limpiar casas de la clase media urbana y servir “cuba libres ” y croquetas a los turistas, no devino el lumpen proletariado detonante de las revoluciones que cabía prever. Más bien, y he aquí una gran paradoja, quedó integrado en el sistema, o cuando menos, neutralizado en su capacidad de cambio político.

Personalmente creo que los franquistas sabían entonces  que la subsistencia del régimen pasaba por evitar -en lo posible- una depauperación de la clase trabajadora. Y que hasta cierto punto lo consiguieron metiendo mucho dinero público en la industrialización,  la vivienda (cutre, imperfecta, lo que quieras, pero vivienda), y también en la universalización de servicios públicos como la educación, la sanidad gratuita o un muy incipiente sistema de pensionar la vejez.

Que me perdonen los historiadores porque soy consciente de que el debate es mucho más amplio. Que los avances no siempre cabe verlos como avances y que por supuesto abundaron momentos de sangre, sudor y lágrimas. Que la neutralización (más que neutralidad) política de la clase trabajadora a la que me refiero, no estuvo para nada exenta de una dura represión, como bien me consta por razones familiares. Y sí, mucho me temo que muchos lectores se quedarán con la copla de que, anda, este Besa se pone ahora a defender los logros del franquismo (lo que me repatea) y que no faltarán tampoco los que vean esta mención a la mejora de la clase trabajadora bajo el franquismo como un inoportuno blanqueamiento de la dictadura.

Pero es que uno ya padeció en su día las historias oficiales, las que legitiman el presente por el pasado con visiones sesgadas, interesadas e incompletas de los hechos. Y como ya lo padecí me resulta un deber moral que no se repita.

 


2 Comments

  1. La historia se debería escribir así: desde la honestidad y la objetividad y, añadiría, la distancia en el tiempo.

    Todo tiene unas causas y unos efectos y la historia no es una sucesión de “buenos” y “malos” como la vida misma.

    Me ha gustado su análisis, francamente.

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  2. Franco tuvo sus luces y sus sombras.

    De las sombras ya se encarga el gobierno actual y sus medios informativos de recordárnoslas a diario.

    De justicia es reconocer que también hizo cosas buenas para el país como las mencionadas por el articulista.

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