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El acoso escolar que no terminará nunca

Sobre el acoso escolar, uno, que viene aquí cada quince días a contar su visión, debería espolvorear frases para quedar bien de cara a la galería, en plan, «hacen falta más campañas de educativas», «el profesorado debe estar más alerta a lo que sucede en el centro» o «es un asunto que debe empezar en las casas sentándose los padres a hablar con los hijos». Muy bien, tema solucionado, todo el mundo de acuerdo con esa sesuda intervención y a otra cosa, que ya he quedado bien en las redes sociales.

Pierdan cualquier esperanza de erradicar una lacra tan devastadora como el acoso entre adolescentes, porque no va a pasar (lo sufren el 9’4% de los alumnos, ya sea físicamente o digital, modalidad esta que no para de crecer). La prueba la tienen en que es más probable —no tengo pruebas, tampoco dudas— encontrar en los hogares a adultos explicándoles a sus hijos que si les pasa algo malo tienen que contárselo inmediatamente a los padres y al tutor, que a adultos educando a sus hijos, en edad de descubrir la maldad, que como sean ellos los autores del maltrato, tendrán consecuencias, porque hoy en día la amenaza con fines educativos es facha y solo cabe el diálogo de igual a igual. También sospecho que en algunas casas es breve el tiempo que se dedica a advertir a un adolescente en que si ve a alguien en problemas lo que debe hacer es ayudarlo en vez de grabarlo, y si de verdad se hace no está calando el mensaje, que es peor. Hay un patrón que se repite: un chico o chica pasándolo mal siendo maltratado y un círculo repleto de compañeros mirando y sacando el teléfono para inmortalizarlo y continuar después con la agresión compartiéndolo con su entorno.

Educar no es hablar de un tema una vez, dos o tres, es hacerlo hasta certificar que el joven ha asimilado el concepto y va a saber aplicarlo. Y sé que muchas familias lo hacen bien, claro que los buenos son mayoría, pero no suficientes si unos pocos tienen capacidad de oscurecerlo todo. En la época en la que yo daba charlas en los colegios para prevenir el mal uso juvenil de las redes sociales, era frecuente encontrarme centros que rechazaban mi propuesta porque ya había estado la Policía Nacional dando una, como si herramientas a las que los chavales dedican cinco y seis horas diarias sin formación previa de un profesional puedan entenderse en una hora. No sé qué más tiene que pasar para que se deje de regalar móviles a edades tan tempranas.

Pero yendo más lejos, lo que es un ejercicio de fe es creer que los adultos que se dedican sistemáticamente a insultar, a difamar y a atacar a otras personas en las redes sociales, son las mismas que luego tendrán el criterio de guiar a un joven en el respeto. La educación parte del ejemplo diario y permanente, donde el mayor es el referente y el pequeño aprende entre otras formas por observación. Si lo que perciben es crispación e insultos, cómo ellos no van a hacerlo también, que por edad les corresponde ser transgresores.

Esos mismos adultos con la obligación de educar son los que copan X, Instagram o Facebook insultando a David Bustamante por su peso, a un concejal por dar una opinión, a Aitana por cambiar de novio, a un periodista por no coincidir con su ideología, a una cantante como Valeria Castro por no tener su mejor actuación, a un futbolista por fallar un gol cantado, a una niña de ocho años que entrevistan y da su opinión sobre una táctica de un partido, a Amaia Montero por volver a La Oreja de van Gogh, a un entrenador por no poner al jugador preferido, a dos influencers de sesenta años por estar muy morenas y delgadas, a un actor que verbaliza su rechazo a la corriente mayoritaria, a unos jóvenes religiosos que hacen canciones… Elijan el protagonista y la tipología, encontrarán los casos que quieran, por la derecha, la izquierda y por donde sea. ¿Es compatible tener la necesidad de machacar al prójimo en redes sociales, eligiendo las palabras más hirientes para conseguir más likes y más protagonismo, y ser a continuación los que le dicen a un hijo o un sobrino que debe ser respetuoso? Por supuesto que no, y más si en pleno 2025 todavía tienen el arrojo de recurrir a la frase «son cosas de críos» o «lo que pasa en Internet no es la vida real» para minimizar esta lacra.

Casos como el de Sandra Peña en Sevilla volverán a suceder, y las caras compungidas, los homenajes, y volverán a hablarnos de protocolos, y el ministerio de turno hará otra campaña publicitaria muy creativa con rueda de prensa de la ministra para presentarla… Así durante una semana. Después, cuando pase la moda y terminemos de mostrarnos inmaculados en las redes sociales, nos olvidaremos… como nos olvidamos de todo cuando se apagan los focos.

Feliz domingo, queridos lectores/as.

 


 

Author: Alberto Martín

Profesor universitario y escritor

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