free web stats

Escenas de invierno

En la mesa de al lado de una cafetería de Malasaña, cuatro universitarios hacen repaso del cuatrimestre a gritos. No les sale una palabra buena del grado que cursan, que no llego a enterarme cuál es. Uno de ellos afirma, liándose ceremonioso un cigarrillo que a los veinte da glamour y a los cuarenta pena, que la asignatura Ética le gustaría si no fuera porque tiene teoría y le obligan a leer. Según lo cuenta me dan ganas de esconder el libro que tengo en las manos, meterme en la conversación y decirle que tiene razón, que qué vergüenza eso de hacerles leer en la universidad, que más TikTok y menos literatura. Que vayan al rector, que seguro que le hace caso y reprende al profesor.

En eso creemos que consiste a veces la vida, en ir eliminando aquello que no nos divierte a corto plazo, lo que no da un beneficio directo y palpable, y quedarnos con lo superficial, con el titular de una noticia que jamás leeremos creyendo saberlo todo, cuando a estas alturas ya deberíamos tener claro que no tenemos ni idea de nada y que los más listos son los que van con pies de plomo a afrontar el día siguiente.

*Las novelas se deberían escribir a partir de las anécdotas que suceden en la cola de una frutería o de la pescadería. Abarcan todos los géneros: western, terror, humor, suspense… menos el romántico, claro.

Una señora entra en la frutería mencionando a los cuatro vientos el nombre del dueño. Eso ya le da un estatus superior al resto de mortales que esperamos pacientes para preguntar si las fresas están buenas en febrero, como si hubiera alguna posibilidad de que nos contestara «no te las lleves, que son malísimas, y ya se las encolomo a otro». Cuando la susodicha ve al que está a mi lado me adelanta y le pregunta por su mujer. Hay miradas y gestos a priori intrascendentes que anticipan lo que viene a continuación: en cuanto él la mira me doy cuenta de que no la está reconociendo: no tiene ni idea de quién es la buena mujer. Hay que tomar decisiones, y a corto plazo responder con un «quién eres» nunca es la mejor idea, aunque a la larga uno daría lo que fuera por volver atrás y optar por ese comodín. Me faltan las palomitas, «a ver cómo sales de esta, amigo». El hombre no es un principiante, sabe que la única salida es la de huir hacia adelante y optar por preguntas y respuestas genéricas, de la talla de «¿los tuyos qué tal, bien?», «hacía mucho que no os veía» (y tanto) o el clásico «con este frío no dan ganas de salir». Mientras, mira unas veinte veces al frutero rogando clemencia y que anuncie que ya le toca pedir, se le está acabando el repertorio y como le pregunte por el marido lo mismo se encuentra con que es viuda y se le cae el castillo de arena. Consigue salir airoso, se despide alegre de la señora sabiendo que ese combate lo ha ganado, y cuando pasa a mi lado ya con las bolsas en la mano me quedo con ganas de susurrarle al oído muy despacio «sé tu secreto».

*Dos niños de unos nueve años salen a la calle, la edad perfecta en la que deberían quedarse a vivir; las certezas ahí pertenecen a uno mismo y no se discuten. Uno afirma que está lloviendo y el otro le responde extrañado que no. En ese «me está cayendo agua» del primero y el «pues a mí no» del amigo, para una situación que no debería admitir dudas, se explican muchas cosas de la vida que aún no saben, las que se descubren de adulto cuando te das cuenta de que lo de querer ser mayor tan rápido tenía algo de regalo de feria envenenado. Los observo, necesito conocer el desenlace de la historia y saber si realmente llueve. Me hacen dudar, ambos suenan convincentes. No sé a quién apoyar —pese a que es evidente que chispea— porque probablemente tiene más que contar aquel que en su imaginación es capaz de esquivar hasta las gotas que caen al suelo creyendo que ni lo rozan. Ese superpoder lo terminará perdiendo con el tiempo, que va vaciando los bolsillos y no ofrece espacio a la imaginación, pero mientras tanto me deja convencido de que no está lloviendo… aunque mi abrigo empiece a estar empapado.

Feliz domingo, queridos lectores/as.


Author: Alberto Martín

Profesor universitario y escritor

Share This Post On

1 Comment

  1. La vida… Eso que se nos pasa mientras hacemos planes o nos distraemos, que a veces olvidamos vivir plenamente. Gracias Alberto por tus reflexiones.

    Post a Reply

Submit a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *