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Cuando indigna el discrepar

Es un hecho, se ha judicializado la discrepancia. La pasada semana vi un informativo que era para llorar, de siete noticias cuatro eran sobre gente que amenazaba con “tomar medidas” por estar en desacuerdo con el discrepante. Socialistas andaluces quejosos de que otro socialista madrileño imitara el acento andaluz al reflexionar con sarcasmo sobre Susana Díaz, periodistas llorones (esto es fuerte) que tras lanzar todo tipo de artilugios informativos contra Podemos instan a tomar medidas. Colectivos LGTB que piden acciones judiciales contra unos descerebrados que pasean un autobús pintarrajeado con eslóganes contrarios al ¿transexualismo? Colectivos católicos tirando contra una carnavalada en la que un drag quenn emula una crucifixión y se viste de Virgen María. Españolisímos boicoteadores contra una actriz vasca que tilda a los españoles de “fachas y catetos”. Es un no parar. La feria del quejica.

¿Pero esto qué es? Nos indignamos con demasiada facilidad. Me indignan las opiniones contrarias a las mías. Me indignan tanto, y aquí entramos en terreno resbaladizo, que creo que un juez las debe ilegalizar.

Esta es la cuestión. Incapaz de “soportar” la ostentación de ideas ofensivas para con las mías pido a un juez que intervenga. Pongamos el tema del autobús homofóbico. No es que lo crea, que el sexo es mucho más que morfología. “Los niños tienen pene las mujeres vagina” no es una oración científicamente sostenible. Pero si en lugar de multar, prohibir, censurar, se aprovecha para debatir, exponer e informar ¿no creen ustedes que se defiende mejor la causa de la transexualidad? Yo pienso que sí.  Pienso que antes que un marimacho pidiendo cabezas resulta más eficaz un antropólogo pidiendo calma y explicando que el género tiene una base genética, y bioquímica y, claro está, cultural. Antes que un meapilas con las pupilas dilatadas soltando burradas contra los drag quenn, alguien que informe que la mediocridad suele ser hija predilecta de la transgresión y que la indiferencia es la mejor arma contra la tontería.

Se han cubierto de gloria los colegas de la Asociación de la Prensa de Madrid, a la que Carmena retiró en 2015 el “histórico” privilegio de contar con 8,5 millones para seguros médicos privados. No conozco el entresijo del tema, pero de entrada, que los periodistas de Madrid reciban del Estado 8,5 millones para seguros médicos y los de Segovia no, me parece mal (y los fontaneros, y los chapistas sean de Cuenca o Lugo…).  Lo digo porque me temo que aquí hay un subtexto importante. A lo que voy, vista la lista de agravios esgrimidos por los colegas de Madrid, a uno se le desencaja la mandíbula de estupefacción. O sea, que tras poner a parir (cuando no mentir a bocajarro) todo lo que tenga visos morados, ¿los de Podemos no pueden poner a caldo a los periodistas disidentes? ¿Pero esto qué es? ¿Corea del Norte?

La libertad es igual para todos, seas de Hazte Oír, drag-quenn o podemita riojano.

Yo lo tengo bastante claro, cuando optas por la libertad, das por hecho que habrá libertinaje. La red, lo digital, trae consigo un libertinaje expresivo. Así pasó en la transición, cuando los entonces adolescentes nos dimos de bruces con un mundo donde cualquier transgresión era legal —o al menos, a legal—. Pienso en el Víbora, en Kortatu efectuando llamamientos para matar a los pobres policías del Norte, en tantas y tantas bandas exaltando la heroína. Se optó por dejarlo estar. Por la libertad en sus máximos. ¡Y claro que no todo es bueno cuando optas por un máximo de libertad! Amigos nuestros murieron por mitificar las canciones que hablaban de la heroína.

El insulto público y sobre todo anónimo, la postverdad (o sea la mentira que una vez hace su efecto luego se retira), escuchar opiniones a veces terriblemente injustas y ofensivas, los memes falsos en los que todos picamos… Me resultan la penosa resaca de la libertad digital. Y no queda otra que sobrellevarlo. Afinar nuestro espíritu crítico, no dejarse llevar por la escandalera. Aprender a discernir el grano de la paja. Y actuar solo cuando realmente no queda otra, que es casi nunca.

Debemos endurecer nuestra piel so pena de entrar en la judicialización de las opiniones o, peor aún, instalarnos en la empobrecedora exclusividad del discurso público debidamente homologado. Dos pesadillas que son el sueño de todo dictador, por cierto.

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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2 Comments

  1. Muy buen punto de vista, felicidades. Si todos fuéramos capaces de hacer este análisis, cuanto mejor nos iría.
    El único pero, o limitación “el insulto, la vejación”, lo demás libertad máxima. Dejemos a la justicia tranquila que bastante tienen con lo suyo.
    Quizás los viejunos (mas de 50) somos capaces de ver las cosas así.

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  2. Demasiada ‘corrección política’ en el habla y en los ademanes y mucho cogérsela con papel de fumar, señor Besa. Demasiado pamplinas con muchos derechos y pocas obligaciones.

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