(Entrada anterior: Laguna de Pájaros -1-)
“Al pie de la cúspide se muestra el abrupto circo rocoso, abierto a los accidentes geológicos y excavado por la acción de los glaciares de los tiempos anteriores a la Historia, lugar embellecido por las plácidas lagunas, de límpidas aguas, de los Pájaros y de Peñalara”.
Nuestro paseo desde el puerto de los Cotos nos dejó en la laguna de Pájaros. Espacio natural que ya en 1930 ostentaba la declaración de Sitio Natural de Interés Nacional. Tras pasar por la figura jurídica de Parque Natural de la Comunidad de Madrid, el 26 de junio de 1913, se elevó a la categoría de Parque Nacional.
El texto que encabeza esta entrada pertenece a la declaración de los años treinta.
Descansados y aposentados a la orilla de la laguna nos trasladamos a las primeras décadas del siglo XX. Años en los que incipientes grupos de montañeros y excursionistas particulares buscan en los paisajes serranos el contacto con la naturaleza al encuentro del bienestar físico. El sport de la montaña está de moda.
El puerto del Reventón, entre La Granja y El Paular, se convirtió en un camino muy transitado. Aunque para algún autor, como es el caso de Juan A. Meliá -uno de los ‘apostoles del guadarramismo’, fundador junto a Bernaldo de Quirós y otros ‘10 amigos’ de la Sociedad Peñalara- es camino poco aconsejable.
En 1919 escribe Meliá, “el paso de este puerto es una desgracia que aflige a los habitantes de Segovia y La Granja cuando quieren ir al Paular; hágase a pie o a caballo, el resultado es el mismo: se termina reventado de fatiga y aburrimiento. Sólo en caso de extrema necesidad, como, por ejemplo, huyendo de la Guardia civil, volveríamos a trasponer el Puerto del Rebentón”.
En 1924 encontramos un curioso texto que narra una excursión de la sociedad deportiva La Fiambrera. Con él nos solazamos junto a las cristalinas aguas de Pájaros –ver Nota 1-.
La Sociedad Deportiva la ‘Fiambrera’ estaba vinculada a miembros de los aristocráticos clubes sociales del Real Sitio de San Ildefonso -‘Blas Club’, ‘Club de Campo’-. Una insignia de la mencionada sociedad, con la que tropecé hace tiempo, nos pone sobre la pista del dinamizador de la misma: Juan Manuel Comyn y Allendesalazar. Su familia, vinculada al Real Sitio de San Ildefonso, posee el título de conde de Albiz, creado por Alfonso XIII en 1903. Su padre, Antonio Comyn y Crooke afamado hombre de negocios ligado a firmas comerciales de tecnología punta, fue senador en tres ocasiones y estuvo interesado por el mundo de la montaña. La casona familiar, hasta hace poco un hostal, ocupa el solar de lo que fuera fábrica de cristales labrados y entrefinos, cercano a la iglesia parroquial de La Granja. La ‘Fiambrera’ realizaba distintas y variopintas excursiones por el Guadarrama a principios del siglo pasado -a caminar y esquiar-
El relato que nos ocupa está protagonizado por el Conde de Albiz, dinamizador de dicha sociedad. Como veremos, al conde y sus miembros, no les asusta la recomendación de Juan Almela Meliá en referencia al paso del Reventón y serán protagonistas de la curiosa expedición que no nos resistimos a contar.
Según refleja la prensa local segoviana tiene como meta la laguna de Pájaros, “situada en una de las cimas de Peñalara”. Además las noticias incluían una novedad ¡el camping!
Incluso se corre la voz de que “habrá baile con gramófono en la susodicha ‘laguna de los Pájaros’ y en otros sitios de Peñalara, en las cuales alturas probablemente no se habrá bailado jamás”.
Nuestra pequeña historia comienza en el verano de 1924. La colonia veraniega de La Granja está expectante. La novedad anunciada en el ‘Blas Club’ para ese año es el sport del camping: “para excursionistas de ambos sexos”.
Las primeras crónicas que se hacen eco de la noticia indican que el conde de Albiz, presidente insustituible de la original sociedad denominada ‘La Fiambrera’, prepara tiendas de campaña, cocina y colchonetas para esta primera excursión.
Como comprobaremos de los clásicos vivac en cuevas, refugios en las rocas o las acampadas de exploradores en pequeñas tiendas de campaña, se pasaba a exportar la acampada con ciertas comodidades.
El plan de ataque se organizó para tres días. La primera noche, después de subir el puerto del Reventón, acamparán en los pinares de Rascafría. La segunda ascenderán los expedicionarios hasta la laguna de los Pájaros y la tercera “donde el buen humor de los que van pida”.
Conviene, para adentrarnos en el relato, trasladarnos a la época -1924-: “Las bellas excursionistas se encargarán de guisar y del arreglo de las tiendas; los jóvenes de levantar éstas, abatirlas y cargarlas en los mulos”.
Las andanzas, peripecias y las delicias del camping fueron recogidas igualmente por algunos medios de comunicación de la Corte.
Aunque La Fiambrera ya ha realizado otras excursiones a distintos puntos de la sierra, y en invierno suben a practicar el incipiente sport del esquí, la expedición a la laguna de Pájaros del verano de 1924, para conocer la novedosa modalidad del camping’, despierta gran interés en la colonia aristocrática de La Granja.
Las noticias comentan que incluso se pretende confeccionar un menú alpino en el que no faltarán las ricas truchas de El Paular. Se insiste en que buena parte de la excursión, salvo la subida del Reventón, se hará a pie. Lo normal era utilizar los famosos y autóctonos caballos blases –ver Nota 2-.
Blas es la denominación dada a los típicos caballos serranos de poca alzada, resistentes y acostumbrados a recorrer las trochas del pinar.
Para Juan de Contreras, Marqués de Lozoya, eran una especie de “híbridos de jamelgo y cabra montés”.
El nombre se debe al alquilador de los mismos de nombre Blas
El periódico monárquico La Época, editado en Madrid, destacó siempre por sus crónicas de sociedad. En esta ocasión publicó una nota, de la que se hizo eco la prensa segoviana. Estaba firmada por ‘Mascarilla’ -seudónimo de Alfredo Escobar y Ramírez, segundo marqués de Valdeiglesias, y director del periódico de 1896 a 1933-.
El encabezamiento decía: La vida en La Granja, las delicias del ‘Camping’. El cronista hace hincapié en la primera excursión de ‘Camping’ que acaba de realizarse y que ha constituido la novedad de la temporada:
“Ya es sabido que esta juventud aristocrática del ‘Blas Club’ y de las ‘Fiambreras’, sociedades en la que impera el buen humor, procuran dar a sus deportes y diversiones la posible originalidad, con objeto de aumentar su atractivo. Uno de ellos son los programas de conciertos que desde Londres les da la telefonía sin hilos, junto al gramófono y las verbenas con faroles de colores que se proponían organizar por las noches en los campamentos”.
Siguiendo con la expedición, tras cruzar el puerto del Reventón, alzan el primer campamento cerca de la cartuja de El Paular, “junto a una fuente que mana no lejos de la ermita”.
Explica el relato que para curiosear las trazas que se daban los novatos en el deporte, acudieron desde La Granja algunas de las familias de los excursionistas.
Es curioso constatar cómo, ya por aquellos años, se recoge alguno de los problemas que genera la masificación en un territorio y que al final hay que controlar por sentido común y equilibrio natural. El Anuario del Club Alpino Español de 1919 expone: “Tan placentero lugar, bien merece la preferencia que hacia él demuestran aficionados a esta clase de contemplaciones. Centenares de personas visitan actualmente el Paular al cabo del año y numerosas familias lo han elegido como punto de veraneo. De tal modo, que ya es imposible hacer allí la soledad y el aislamiento que antes buscábamos en él”.
En El Paular, los participantes en la expedición, pudieron departir con artistas residentes como el pintor Rafael Penagos, iniciador del movimiento pictórico naturalista junto a Frau, Roca o Esplandiú.
También conversaron con el poeta Enrique de Mesa (acompañante de Bernaldo de Quirós en el recorrido de Segovia a Sepúlveda incluido en este Blog), que vive esporádicamente en la celda del archivero de la cartuja. Muchos escritores han buscado la inspiración del Guadarrama, pero Mesa es uno de los privilegiados. Así percibe el entorno el denominado ‘poeta de la Sierra’:
“Allá, en el fondo, la llanura vieja: / lejos se pierden sus caminos albos; / verdes jirones, barbecheras pardas; / pueblos y frondas. / Y el monasterio de vetusta piedra, / rincón de paz y de ventura asilo, / con el andrajo de su torre mocha / pasto del fuego. Aquí, a la sombra de los pinos viejos, / descanso al repechar de la vereda, / quiero, mientras murmura el agua leda, / meditar la razón de tus consejos”.
Con los versos de Mesa comienza el despliegue de la parafernalia que conlleva la esperada y singular novedad del camping en el lugar elegido, cercano a la primitiva ermita que dio lugar a la cartuja de El Paular.
Volvemos a insistir en el año en el que nos movemos, 1924. El material de campamento, traído desde Londres por el conde de Albiz, es muy completo: “mesas, sillas, perchas que se atan a los palos de las tiendas, jofainas de caucho, etc.”.
No falta ningún detalle, desde la alfombra para la tienda al gramófono para el baile; luces de carburo y gasolina, perchas para atar a los palos, diversidad de latas, por si el arte de las cocineras dejaba algo que desear; hachas para partir leña, abrigos, impermeables… incluso “revólveres para defenderse de algún perro de ganado en las alturas”.
El mando de los expedicionarios y de la dirección de todas las evoluciones: colocación de la impedimenta en los mulos, su carga y descarga etc., la lleva a cabo el director de la ‘Fiambrera’, Juan Manuel Comyn.
Preparar un campamento para diez y ocho personas tras la penosa caminata es duro. Mas si tenemos en cuenta que los jovencitos aristócratas son, según el cronista de La Época, “poco disciplinados y con más afición al baile, que a la dura labor que supone levantar, desmontar un campamento”.
Hagámonos una idea de sus duras ‘penalidades’. La primera noche que les inició en las delicias del camping se sintió frío, narra el autor de los acontecimientos. “Las muchachas, con pocas ganas de dormir, optaron por encender una gran fogata para calentarse y preparar un té de madrugada, con ‘cognac’ para entrar en calor (un ‘four’ o ‘crock tea’), además de tocar el gramófono”. No está mal.
Pero el conde de Albiz, conocedor de la vida en la naturaleza y, suponemos, del agudo dicho que dice, “si no sabes mear, no bebas”, temprano toco diana para oír misa en El Paular.
Una vez desayunados “luego de levantar el campo, emprenden la dura ascensión, a pie, naturalmente, en demanda de la Laguna de los Pájaros, donde se había de pernoctar” –ver Nota 3-.
El geógrafo Carlos Vidal y Box, en la descripción geográfica-geológica del macizo de Peñalara, con motivo de la declaración de los Sitios Naturales del Guadarrama de 1930, comenta la subida desde El Paular hacia Peñalara por el camino del Reventón. Ruta elegida por los miembros de la ‘Fiambrera’ para llegar al monasterio. Pero Vidal nos previene sobre el recorrido: “Es más largo y duro, menos recomendable para el excursionista […] El recorrido es: Rascafría, fuente del Chorro y, por la senda de la derecha, al Carro del Diablo, la Redonda, La Cotera, hasta el mojón 26, desde donde se inclina la senda a la izquierda, y por esta al puerto del Reventón, y por la cuerda hasta Peñalara, que siempre se ve de frente. Excursión larga que conviene realizar con guía conocedor del terreno”. Incluso el experimentado montañero Meliá comenta que es recorrido “propio para probar la resistencia física del alpinista” –ver mapa 1– Por ello no creemos que fuera este el recorrido que realizaran los jóvenes aristócratas granjeños para llegar a la laguna de los Pájaros. (Sobre este interesante y, en su día, amojonado paso serrano del Reventón referiremos un curioso paseo protagonizado por Juan de Contreras, posteriormente Marqués de Lozoya, en 1912).
Si cotejamos el mapa de 1875 del Instituto Geográfico y Estadístico, con anotaciones de 1920 –en rojo-, y la primera edición de la hoja 483 -Segovia- de 1927, del Instituto Geográfico y Catastral, podemos pensar que la ruta elegida fuera el denominado camino del Palero, para posteriormente tomar alguna de las sendas paralelas a los arroyos que descienden de las lagunas del macizo, como la de los Pájaros –ver mapas 2 y 3–
La crónica de Mascarilla indica que el almuerzo posterior fue en el Reventón. Aunque no queda claro, hemos de suponer que ya estamos en el día del regreso a La Granja. Según el periodista fue menos cuidado que el de El Paular, “aunque no menos animado”.
Los expedicionarios –ver Nota 4– iban haciéndose todos cargo de lo que eran las delicias del camping, recalcando el corresponsal de La Época, que no les abandonó el buen humor ni un momento, “¡juventud, divino tesoro!”.
El regreso a La Granja, por el pinar espeso, fue fácil y alegre, y antes de anochecer estaban todos en su casa, sanos y salvos, un poco hinchados las caras y brazos por el implacable sol; pero satisfechos de haber realizado tan alegre y movida expedición.
30 junio, 2015
muy bien documentado. un abrazo.
1 julio, 2015
Gracias Jero, tenemos un paseo pendiente 😉