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Tiempo de Navidad, de corderos, de lechones

La Navidad, y los ya tan próximos Año Nuevo y Pascua de Reyes, es un tiempo de alegría y fiesta, y así lo ha sido en toda Europa durante los últimos dos milenios. Porque memoramos el nacimiento del Hijo de Dios en Belén, la fiesta de la Navidad es la de la Natividad de Jesús, no las “fiestas de invierno” que los no creyentes insisten en imponer para desvirtuar su verdadero fundamento.

Es, también, un tiempo propenso a la añoranza de otros días que recordamos más felices -los de la infancia-, cuando abuelos, tíos y primos estaban todos con nosotros y los niños nos reuníamos con ellos, completamente ajenos aún a los sucesos del mundo y a los problemas de los mayores.

Y también es un tiempo de reflexión, de hacer balance del año que acaba y de hacer propósitos, y hasta augurar el año que empieza.

2023 ha sido un año complicado, con los coletazos de las plagas, las guerras terribles en Ucrania, en Armenia y en Palestina, los desastres naturales -terremotos, volcanes, inundaciones-, los desastres causados por las ideologías -la “Agenda 2030”, que nadie ha votado-, los desaguisados y abusos del mal gobierno, sus bochornosas mentiras, y como consecuencia la preocupante marcha de la economía -la marcha de la economía, excepto para las castas de los políticos y de los grupos multinacionales que les corrompen, siempre es de preocupar-.

Pero también nos ha traído 2023 la confirmación de los grandes valores que desde siempre han caracterizado a la especie humana: el coraje, la bondad, la generosidad, el altruismo, la resiliencia, la compasión. Son miles los ejemplos que los medios de comunicación nos han dado a conocer, y que nos animan a perseverar en nuestra lucha por lograr un mundo mejor y más justo para todos. Justicia: he ahí la clave de todo.

De entre los muchos sucesos acaecidos durante el 2023, permítaseme recordar tan solo dos, quizá menores, sí, pero sin duda gratos para todos los segovianos: la declaración de la Trashumancia como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y la inclusión del término “cochifrito” en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.

Nueve u ocho mil años antes de Cristo, en Mesopotamia, los humanos aprendieron a domesticar el ganado. Hace dos mil años, las crónicas romanas ya describían a los iberos y celtiberos como grandes pastores. Y en 1273, Alfonso X el Sabio estableció el famoso Honrado Concejo de la Mesta, para regular la práctica de la trashumancia y proteger sus cañadas, veredas y cordeles (largos de 125.000 km). Hasta cinco millones de ovejas merinas transitaban entre fríos y calores del norte al sur de toda Castilla, buscando los pastos. Gracias a aquellas ovejas merinas, y a la pureza de las aguas del Eresma, Segovia se convirtió en la capital industrial de Castilla, cuajada de fábricas que producían los mejores paños del mundo con las mejores lanas del mundo, exportados unos y otros a toda Europa y a las Américas. Desaparecidas las fábricas, convertida Segovia en una ciudad de servicios y de turismo, aún nos quedan algunos rebaños trashumantes, aquellos caminos, varios edificios y una gran tradición de folclor, como un precioso tesoro patrimonial digno de conservarse. Como vástago de varias familias de destacados ganaderos trashumantes de la antigua Segovia (los Contreras, los Tomé, los Herrera, los Salcedo, los Pérex, los Bermúdez), y como afortunado dueño del único rancho de esquileo que aún permanece en pie en toda España (el de Cabanillas del Monte, declarado bien de interés cultural), la noticia me ha sido muy grata.

Cochifrito, buena palabreja, y tan segoviana, es un término antiguo en nuestra lengua castellana, y acaba de ser integrada en el Diccionario. Pero notemos que ya figuraba en el célebre Diccionario de Autoridades de 1729, lo que delata una mayor antigüedad. Y la tenía: el jienense Juan del Valle y Caviedes, afincado en el virreinato del Perú, lo usa en uno de sus romances de finales del siglo XVII: olor de los cochifritos / que salen del bodegón. Poco más tarde, el coronel don Tomás de Puga hizo lo propio en su Compendio Militar de 1707; y en el mismo año Antonio de Zamora, en su comedia “La poncella de Orleáns”. También el ingenioso Diego de Torres Villarroel en sendos escritos suyos del 1731 y del 1745. Y, sobre todo: nuestra escritora Elena Fortún (Encarnación Aragoneses, oriunda de Abades), llamó Cuchifritín al famoso hermano pequeño de Celia, la heroína de sus célebres novelas infantiles, allá por 1935.

Podría parecer a algunos que son cosas insignificantes, pero de insignificancias está hecho el tejido de nuestras vidas. Además, no lo son tanto, porque vienen a recordarnos de dónde venimos y quiénes somos. Y el que sabe quién es y de donde viene, puede conocer mejor a dónde quiere ir –y a donde le quieren conducir-.

Con el recuerdo constante a los que ya no están con nosotros, y teniendo presentes a los que están enfermos y solos, a las víctimas de crímenes y abusos, a los perseguidos injustamente y a los inmigrantes necesitados de amparo, feliz Navidad a todos, lectores, con mis mejores deseos para el año 2024 que va a comenzar.


Author: Alfonso Ceballos-Escalera y Gila

Doctor en Derecho e Historia. Concejal de Vox en el Ayuntamiento de Segovia.

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1 Comment

  1. Buen artículo y bien documentado.
    No estoy de acuerdo en lo de que la “Justicia: he ahí la clave de todo.”
    Por encima de la justicia nos salvará “el amor”

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