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Al salir de clase

Son las 14:30 y suena el timbre dentro de un colegio que parecía aletargado. El silencio es aplastado por los gritos de los estudiantes que visualizan el fin de semana como un espacio de tiempo con crédito ilimitado. Es viernes y el lunes, cuando uno en la vida no tiene más obligaciones que ser feliz, queda tan lejos que nadie piensa que realmente llegue algún día.

El primer niño que pasa delante de mí lo hace con su abuelo. Van de la mano y el niño dice a gritos que este fin de semana tiene partido, lo repite tres veces. El abuelo le responde que allí estará, pero por un momento recula y pregunta si el horario coincide con el Barcelona—Real Madrid. El crío no sabe la hora, cuando la dijeron estaría visualizando en su mente los goles que va a meter y eso exige concentración; a los ocho años imaginar el partido es tan importante como jugarlo. El anciano levanta los hombros y sentencia que da igual, que si coincide con el Clásico ya lo escuchará por la radio. Esa es la grandeza de una relación entre abuelo y nieto, que ni los galácticos que cobran tantos millones pueden ganar a unos renacuajos a los que se les queda gigante la portería.

Tras ellos, un chaval de unos quince años sale con una compañera. Se paran delante de mí y él le enseña triunfante la chuleta escrita a boli que lleva en el brazo. Ha debido gastar un BIC entero, lleva tatuado medio libro de Historia. «Apruebo fijo, mira», y señala una parte de su brazo donde está la II Guerra Mundial escrita al detalle. El chico se da cuenta de que lo he escuchado todo, me mira, mira a su amiga, y duda si debe hacerme desaparecer para que su secreto no salga de ahí. Me río y lo toma como una prueba de fidelidad, su delito está a salvo conmigo.

Por el maletín y por su cara de felicidad deduzco que el siguiente tipo es profesor. No existe un sector profesional con una sonrisa más grande que el de los docentes cuando llega el viernes a mediodía y recuerda que durante dos días y medio dejará de tratar con adolescentes. Estoy por preguntarle si acaba de poner un examen y decirle que se le ha escapado uno, pero me da miedo que me coja de la pechera y me grite «¿no te has enterado? Es viernes, ¡viernes!»

Van saliendo alumnos de todas las edades. Pienso que ya muy pocos llevan a clase camisetas de fútbol. Veo una del Milán con el nombre de Seedorf, ahí hay un nostálgico prematuro. Los pequeños van mirando al frente y los de doce años para arriba lo hacen mirando al teléfono, unos callados y otros comentando algún vídeo. Después de cinco horas sentados deben comprobar que la vida sigue en el mismo sitio donde la dejaron a las nueve de la mañana. Un señor en el bar los sentencia caña en una mano y aceituna en la otra —«míralos, todos atontaos con las pantallitas, qué generaciones nos esperan», grita mirando al frente para que todo el bar comulgue con él. Si lo hubiera hecho a los lados, habría comprobado en las mesas de la terraza que los adultos están haciendo lo mismo, pero siempre es más fácil creer que lo nuevo, o lo joven, es peor que lo que otros ya vivieron.

En la esquina más alejada de la puerta principal, algunas parejas dan rienda suelta a su amor después de horas sin verse. Se encienden cigarros para aparentar por lo menos un año más, se abrazan y se juran amor eterno con fecha de caducidad. Por su lado, ajenos a esas cosas asquerosas que hacen los mayores, dos críos de unos diez años se despiden a gritos hablando todo el rato con la nariz tapada. Cada dos metros que se alejan uno se da la vuelta y le dice algo al otro, nadie quiere ser el último en hablar. Los imagino llegando a casa y llamándose para seguir riéndose hablando así. Desde fuera a nadie le hará gracia y seguro que sus padres les dicen que dejen de hacer el tonto, pero a los diez años la única manera de hacer el tonto es no haciéndolo, y encontrar un lenguaje secreto que sólo conozcan dos amigos, es uno de los grandes tesoros que disfrutarán hasta que caigan en la trampa y crezcan.

Es un viernes cualquiera, en una ciudad cualquiera, al salir de clase.


Author: Alberto Martín

Profesor universitario y escritor

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6 Comments

  1. Da gusto leerte Alberto. Gracias por escribir en este periódico.

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  2. ¡Qué capacidad de observación y análisis de la realidad tiene este hombre!

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  3. Bonito artículo.
    Esto sí que da gusto leerlo. Gracias.

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    • Gracias a ti por tu compañía en este espacio, Pardilla. Nos vemos en el siguiente.

      Saludos.

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