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Nuestras otras vidas

Hace unos meses, en la verbena de las fiestas de san Juan y san Pedro, un tipo tres veces más ancho me mira a lo lejos y levanta la cabeza a modo de saludo convencido. Detrás hay cientos de personas que deberían ser destinatarias de la mirada antes que yo, hubiera sido lo más lógico teniendo en cuenta que el hombre no me suena de nada. Creo que me dice a mí, pienso, pero necesito más pruebas.

Se acerca… Espero que no me haga la típica de «¿qué miras?» y que me obligue a responderle que el que miró primero no fui yo; ya con 41 tacos esa pregunta ha pasado muchas veces por mis oídos y además si él buscara conflicto podría aplastarme como a una nuez igual que los del relato de la semana pasada si ustedes se pasaron por esta humilde sección. Llega hasta donde estoy y con un gesto contrariado —y la música de la orquesta a mil decibelios— sentencia:

—Te tengo abandonado, a ver si te llamo.
En décimas de segundo hay que tomar una decisión vital, una que puede cambiar el mundo: decirle con tacto que se ha equivocado de persona o hacer como que lo conozco y confirmar con el mismo pesar que yo a él también lo tengo olvidado. Lo lógico hubiera sido decantarse por la primera opción. Lo lógico…
—Sí, hace mucho que no nos vemos —corroboro su versión, tendríamos que llamarnos de vez en cuando y ponernos al día.
—He ido dejando lo de la boca y me duele cada vez más —se toca la mejilla y hace un gesto de dolor que casi me duele a mí.
—La verdad es que esas cosas, como las dejes, luego… —no termino la frase, detrás de ese ‘luego’ puede ir cualquier palabra. Le dejo libertad para que la complete al gusto.

Me mira extrañado, creo que esperaba más de mí, quizás un diagnóstico clínico sobre su problema o que le dijera en medio de la plaza «a ver, abre la boca que te lo soluciono en un momento». Me observa una vez más, afirmando levemente con la cabeza y con su dolor a cuestas, y yo, insensible de mí, le hablo de cómo está la calle de abarrotada, estoy intentando ganar tiempo y localizar al individuo en algún momento esporádico de mi vida, pero vuelve a la carga con más munición. No me deja hablarle de banalidades, con lo bien que sientan cuando no hay nada mejor que contar.
—Oye, ¿tú pasas consulta con Adeslas?

Y ante ese giro inesperado de los acontecimientos, me obliga de nuevo a tomar decisiones rápidas que no esconden una victoria detrás. Diga lo que diga pierdo. Podría contestarle que sí, y que con Sanitas y Asisa también paso consulta si hace falta, o retirarme. Me tiré un farol en la primera mano y esto sólo puede ir a peor.

—Creo que te estás confundiendo de persona, yo no soy dentista —le confirmo como si acabara de dar con el quid de la cuestión después de un diálogo de besugos que desde el principio estaba condenado al fracaso.

El caso es que me quedo con la sensación de haberlo estafado. Sorprendido y sin ningún interés por justificar su confusión, me da una palmada amistosa en el hombro que casi me manda al escenario, y se marcha a por una copa. No he estado a la altura, él sólo quería que le hiciera una endodoncia y yo le hablé de las fiestas de la ciudad. Ya no sé si querrá llamarme por teléfono como dijo al principio.

Hay una parte de nosotros que está formada por aquello que no somos, lo que fuimos de forma tan fugaz como un odontólogo en una verbena, y por lo que queremos decir y finalmente callamos por no estropear las cosas o por no querer arreglarlas. Cuando alguien nos está grabando un audio en WhatsApp y finalmente no lo envía y a cambio pone un «Ok» o un «gracias», cuando se le da mil vueltas a la redacción de ese correo electrónico importante en el que se corrige más que si estuvieras terminando una novela, cuando preparas una conversación importante y al encontrar a la otra persona sólo con verla te desbarata por completo tus planes… Son situaciones que forman parte de nuestras otras vidas, esas que están ocultas en un lugar que sólo nosotros conocemos y donde nadie más puede acceder. Unas veces son un escondite perfecto donde esperar a que amaine el temporal y otras un lugar del que huir rápidamente para salir a la superficie. De cualquier manera, queridos lectores, cuiden también de esas otras vidas, no son tan llamativas como la que enseñamos en el día a día, pero forman parte de uno mismo.

Y, sobre todo, disfruten de la Nochevieja, brinden mucho, cómanse a su ritmo las doce uvas y hagan un montón de planes que no van a cumplirse, que imaginarlos también es divertido. Feliz 2024, amigos/as.


Author: Alberto Martín

Profesor universitario y escritor

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