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Navidad no apta para hipocondríacos

Odio hablar de salud pero envejecer es eso: hablar de salud. Me lo dijo un charlatán en la barra de un bar, siendo yo joven y felizmente tontín. “Chaval, dejas de ser joven cuando empieces a hablar de salud. Entonces no hay vuelta atrás”. Y tal cual.

Treinta años después me había acostumbrado ya a las espeluznantes disertaciones de las amistades  ante un desganado ¿qué tal? Acongojantes problemas de padres y madres (octogenarios ya, en el mejor de los casos, eso al que le quedan). Tumores, deterioros cognitivos, inflamaciones, retenciones y desrretenciones de líquidos y sólidos. Amputaciones y operaciones que acaban en “tomía” de muy mala pinta. Para entonces mi cara adquiría connotaciones grisáceas, tirando al verde según la charla avanza -no cuajan mis intentos por introducir en la conversación el problema del ser en el siglo XX o de las probabilidades del Español de fichar en el mercado de invierno- hacia amigos o conocidos o conocidos de conocidos realmente apurados. Ahí va una andanada de pancreatitis, otra de neumonías, siguiendo con prostatismos varios, pañales de incontinencia, pólipos (momento en el que deslizo en balde otra vez el tema del mercado de invierno) intestinales, renales, hepáticos y pulmonares… A lo que sigue un sustancioso debate sobre probabilidades de supervivencia con un 80% de oxígeno. Hay quien dice que nulas, otros aportan sorprendentes testimonios de superación con nombres y apellidos.

Mal rollo multiplicado ahora por el factor covid. Les sonará. Un catarrillo, una secreción mucuosa, un estar regulero o poco católico suscita al punto la gran pregunta: ¿Habré pillado el virus? Así me he tirado yo la Navidad, atento a cualquier murmullo pulmonar, tosecilla o sequedad de garganta. ¿Ya? ¿Seré yo el 481 de las estadísticas de mañana? ¿Y si resulta que soy asintomático y me empiezo a cargar a madres y hermanos? Y como yo todos, de donde el sistema de atención primaria ha reventado para meses, convirtiéndonos en especialistas en hurgar narices propias y ajenas con el hisopo, remezclar mocos con catalizantes y gotear reactivos. Para mirar con desconfianza la barrita roja. ¿Se puede uno fiar de un papelín con una raya roja? Antes me atendía un amigable doctor y me prescribía dejar los vicios; aliviado, según salía, me enchufaba un Marlboro (listo que es uno). Ahora se ocupa de mí un cacharrín de plástico untado en mocos. Peor. Nos hemos convertido en una sociedad de hipocondríacos.

Siendo lo triste que motivos hay. Mucha gente cae. Va para el 4% de los segovianos en dos semanas, ergo confinados, que se añade a uno de cada cinco desde que empezara este tostón. Mil muertos, aunque hay que decir que en un 90% en la primera oleada. La letalidad ha bajado del increíble 20% del principio (cuando afectaba sobre todo a ancianos y residencias), a un 0,1%. Y el ingreso hospitalario en parecida proporción. Aunque claro, supongamos que es un 0.5% de riesgo de complicaciones, aplicado sobre los 4.500 segovianos cazados por el covid en diciembre suficiente como para dejar en jaque toda la programación hospitalaria estándar por meses. Lejos, pues, de la normalidad, ni que sea la “nueva” que nos prometían en 2020.

Reactivos para el test rápido.

Así son las cosas. Dicen los expertos que, al igual que los rinovirus, causantes de los catarros, el Sars-Cov-2, puede que se extinga (por la extensión de la vacunación) o puede que derive en otro virus a sobrellevar del tipo gripe (a lo peor) o del tipo catarro (a lo mejor). En cualquier caso eso puede llevarnos meses (¿años?) en los que la tensión sobre el sistema sanitario estará en máximos. ¡Menuda murga! y va para largo. Acelerando tendencias ya apuntadas en el pasado: digitalización, movildependencia, transformación -si no deterioro- de los servicios públicos. Más impuestos…  Entre tanto somos como aquellos índios taínos que cascaban a tribu llena por las flemas de los castellanos. ¡Qué mal sientan los cambios a cierta edad!

Llevo dos años sin ver la cara, por ejemplo, de mis alumnos. Doy clases y tengo ante mí 20 pares de ojos. Fugazmente, en el recreo, cuando sorben los batidos o devoran el bocata, les veo el rostro y me sorprendo. No se parecen en nada a la cara que mentalmente he dibujado como la suya. No les reconozco y me cuesta recordarles. El mundo me sabe a celulosa, a esos pelillos de algodón que se me meten por la boca. Ayer me vacuné. Hacía un día radiante como una canción alegre de Van Morrisson. Me encajé la gripe y el refuerzo, y el dengue porque no lo tenían. El pack completo.

Feliz 2022… A ver si puede ser…


Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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3 Comments

  1. Con otras palabras menos finas,
    la jota de Vegas dice algo parecido
    “Donde hay mozos, hay fachendas,
    donde hay mozas, alegria,
    donde hay viejos, setentones,
    sermones todos los días.”
    *Sermones VS quejidos

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    • El 0.5% de 4500 es 22.5…no 225

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      • ¡Ja, ja, ja!
        Buen ojo Arquímedes.

        225 alarma mucho más que 22,5. Cómo cambia el cuento simplemente dejando en el tintero una humilde y aparentemente insignificante coma.

        Qué cosas pasan en el periodismo. De vergüenza.

        Habrá que revisar con lupa el resto del artículo.

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