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Los primeros trabajos

Creo que los escritores menos nostálgicos son los que escriben sobre el pasado. Puede parecer una contradicción, pero revivir una anécdota o un momento concreto de la vida tiene algo de visitar el trastero, echar un vistazo a lo que hemos guardado sin orden y volver a cerrar la puerta porque en el piso de arriba queda mucho por hacer.

Con veintiún años tuve mi primer trabajo en un bar de copas y mi primera jubilación. Era la Nochevieja del 2003 y acababan de abrir un nuevo local en Segovia. Mi amigo Álvaro, que siempre iba dos pasos por delante planeando situaciones con las que podríamos haber acabado siendo protagonistas de algún programa de humor, me llamó por la mañana para ofrecerme ser portero de discoteca en dicho local. Mi primera respuesta fue avisarle de que se estaba equivocando de Alberto. «Que no, idiota, que te lo digo a ti. Vamos los dos, vigilamos un poco y nos llevamos una pasta gansa». Deduje que había adelantado las campanadas y andaba borracho. Medíamos lo mismo, la diferencia radicaba en el detalle insignificante de que él estaba cuadrado y yo tenía menos músculos que Fido Dido. «Hay que ir en traje, con la chaqueta parecerá que estás más fuerte» alegó. Con semejante razonamiento no podía negarme, en cuanto le cogiera la americana a mi hermano mayor sería una mezcla entre Stallone, Van Damme y Schwarzenegger.

Me comí las uvas, me puse mi disfraz de tío fuerte y allí que me planté, dispuesto a impartir más justicia que el Juez Dredd. Por una confusión del jefe aparecimos cuatro en traje, pero sólo había sitio para tres porteros y el cuarto sería el encargado de recoger los vasos y proveer a las barras. Nos pusimos en fila. El jefe nos testeó como si estuviera en una feria de ganado escogiendo las mejores reses. Viendo a los otros tres morlacos, yo tenía las mismas posibilidades de ser uno de los elegidos que un concursante de Gran Hermano de ganar una partida de Trivial infantil. Ya me veía vestido de etiqueta agachándome a recoger vasos del suelo. El dueño me miró, me comparó visualmente con el de al lado, me volvió a repasar y al verme el más delgado debió pensar que era primo de Jackie Chan. «Este debe repartir leches como panes», tuvo que imaginar para decantarse por mí en vez del otro chico. Era dejar a Zidane en el banquillo y sacar al que está comiendo pipas en el banquillo cuando juega la liga municipal con los colegas.

Nada más sentarme en el taburete de la entrada y empezar el trabajo, me quedé solo con mi amigo y de lejos vimos que se acercaba una legión de macarras dispuesta a colonizar el bar. Por el pinganillo nos avisaron de que nos encargáramos de que los quinquis no entraran, y en los veinte segundos que tardaron en ponerse a nuestra altura imaginé diferentes supuestos; el más leve era llevarme un navajazo de regalo de Año Nuevo; ríete del día de Reyes. Nos pusimos de pie, eran siete u ocho, pero a mí me parecían seis batallones de orcos salidos de Mordor. Álvaro se habría hecho con cuatro tranquilamente y yo con medio. «Lo siento, chicos, no podéis entrar» avisamos al unísono con voz grave. «¿Por qué?» respondió el que parecía el líder con aire retador. Se me ocurrió argumentar que porque era una fiesta privada y no vendíamos entradas. Los macarras se miraron entre ellos y en el mismo milagro de la Navidad que salvó al señor Scrooge, nos dieron las gracias por la explicación y se alejaron rumbo a otra discoteca. Llevábamos cinco minutos y ya nos habíamos ganado el sueldo, tal vez por eso el resto de la noche fue tranquila y aunque el local se llenó, no hubo incidencias. El jefe acabó contento y nos dijo que ya nos llamaría, y yo, en un ataque de cordura, le presenté los papeles para que me firmara la jubilación. Con jugar un día a la ruleta rusa era suficiente.

Cuando mis alumnos/as están a punto de acabar el grado de Publicidad y RR.PP. y muchos tienen la necesidad de querer saber pronto qué será de ellos en el mercado laboral, intento explicarles que tengan paciencia, que el primer trabajo, el segundo y hasta puede que el tercero, no serán los de sus vidas y que para encontrar su sitio previamente tienen que visitar otros que no lo son. Alcanzar la meta se consigue sin atajos porque casi más importante que saber qué quiere uno es saber qué no quiere, y eso sólo sucede a base de probar, equivocarse y volver atrás, pero no a la casilla de salida sino a una mucho mejor, una en la que se van acumulando experiencias que a veces no estaban en el guion, como ser portero de discoteca, pero que aportan tanto o más que el que atina a la primera.

Quizás más que enseñar a lograr éxitos, los profesores —y padres y madres— debemos centrar nuestro esfuerzo en inculcar a los jóvenes que hasta cuando las cosas no salen como esperan están acertando, porque todo suma y lo que más cuenta es el proceso hasta llegar al destino, no la foto que nos hacemos cuando pisamos la cima.

Si no nos leemos antes, queridos lectores, que disfruten de la Navidad y brindemos sobre todo por los que ya no están, que son los que más se lo merecen. Abrazos.


Author: Alberto Martín

Profesor universitario y escritor

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16 Comments

  1. Una agradable y divertida lectura con moraleja. Gracias por compartir su experiencia con nosostros señor martín

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    • Gracias a usted por pasarse por aquí y dedicar unas palabras al texto, Azul.

      Saludos y feliz Navidad.

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  2. Buena lección para los incipientes trabajadores. Los más jóvenes no deben caer en la resignación o en la depresión de verse incapaces ante los retos laborales. Casi siempre solemos encontrar una trayectoria profesional mejor que con la que comenzamos. PD menudo liante el Álvaro.

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    • Esa es un poco la idea que quise transmitir, Amadeus, que habrá cosas que no salgan como se esperan pero tampoco será un drama sino un aprendizaje.

      Eran buenos tiempos para dejarse liar con cualquier cosa, sí.

      Muchas gracias por su comentario y que disfrute de estos días navideños.

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  3. Últimamente es un gusto pasarse por aquí a leer.
    Gracias al autor y al medio.
    Feliz Navidad.

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    • Gracias a usted por leerlo, Frutos, y al medio por supuesto por dejarme hacerlo. Espero que ‘sigamos viéndonos’ por aquí.

      Saludos y feliz Navidad.

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    • Querido Alberto. Aquí Bryan Adams. Cuánta razón. Qué poco valor se le da a los trabajos que parecen no significar pero que suman y aportan más que muchos otros más estables. Espero pases una feliz Navidad. Un abrazo muy fuerte

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      • ¡Qué honor tener al mejor músico canadiense de los ochenta y noventa en este espacio! Muchas gracias por pasarte, Bryan. Otro abrazo para ti y feliz Navidad.

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  4. Se lee bien y los estudiantes conseguiran el grado, pero la lección degrada un poco a los ya marginados… me quedo con macarras que hay y muchos y no precisamente entre los trapicheadores quincalleros

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    • Muchas gracias por darme su valoración, Lector.

      No recuerdo muy bien quiénes eran, si le soy sincero, si los viera ahora no los reconocería, pero no creo que fuera una cuestión de clases ni nada parecido sino del mal comportamiento que solían tener dentro de los locales, ya eran conocidos. Aquella noche entraron personas de todo tipo y no se hizo distinción por nada en concreto, de hecho fue la única vez en nueve hora que recurrimos a aquello.

      Encantado de leerlo y feliz Navidad, Lector. Saludos.

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      • Que bonito artículo, jeje, yo fui portero de discoteca más de un año y, tiene V. razon, algún macarra paso por allí.
        En 1984, ya llovió, otra experiencia.
        Gracias por compartirlo.

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        • Ahora la gente joven piensa muy distinto, con el yo no he estudiado para trabajar en esto, en vez de voy a trabajar en esto hasta encontrar algo de lo mío.

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          • Es complicada la generalización, Andrés. Yo veo a muchos alumnos/as que trabajan de azafatas, bares de copas, cadenas de comida rápida, cuidando niños, en verano… para ganarse su dinero mientras estudian, y cuando acaban la carrera buscan esas prácticas mal pagadas que les lleve a mejorar su CV.

            ¡Gracias por leer el artículo y feliz Navidad!

        • Seguro que usted estaba más preparado que yo para ser portero, Juanito, jeje. A mí se me quedaba grande el puesto, pero aquellos años ya luego de camarero y demás fueron muy divertidos. ¡Ya ha llovido!

          Muchas gracias por pasarse por aquí.

          Un abrazo.

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  5. De camarero trabaje un sábado y un domingo a razón de 15 horas diarias, me dio el jefe 1.100 pesetas y, que me daba propina, por lo bien que habia trabajado, año 1979 y di mi palabra que jamás sería camarero, que experiencia perruna y de comer un pequeño filete, que casi me muero. Jejeje

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    • Jaja, si al menos el filete hubiera sido grande, ¿verdad?

      Me pasó igual en un hotel de Segovia secando platos, me pagaron una miseria y dije que no volvía, pero todavía me río de aquello.

      Gracias por pasarse y comentar, Juanito. Saludos.

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