“Dos Romas han caído. La tercera se mantiene y no habrá una cuarta”. Así reza el mensaje enviado por el monje Filoféi al Gran Duque Basilio de Moscú, en 1510, con motivo de la caída de Constantinopla, asaltada por los turcos. Desde entonces, esta convicción ha impregnado el nacionalismo ruso. La Iglesia Ortodoxa reclama su herencia de los siete mil israelitas que según la Biblia (Reyes 19:18- 21) no doblaron sus rodillas delante del dios Baal y no besaron la boca del ídolo terrible. Rusia no llegó al cristianismo del brazo de Roma; recaló tardíamente en el seno de Bizancio. Al cabo del primer milenio, en la Rus de Kiev, madre y origen de todas las Rusias venideras, el Príncipe Vladimir Primero renegó de la religión de sus mayores. Cansado del enfrentamiento entre el día y la noche, entre el Perun celestial, señor del relámpago, del trueno y la tormenta, y la serpiente Veles, protectora de pastores y ganados, dueña del submundo, de los muertos, de la magia. No lo satisfacían esposas o concubinas. No lo maravillaron la crueldad ni la codicia. Desafió el porvenir que armaban las costumbres ancianas y los conjuros de su madre, la hechicera Malusha. Destinó emisarios para que explorasen otras religiones. Sus consejeros regresaron convencidos por la gravedad reconfortante del rito bizantino. Viajó Vladimir a Constantinopla. Sus ojos mortales comprobaron que el cristianismo era aún más hermoso y profundo de lo que había escuchado a sus edecanes. Abrazó la fe, recibió el bautismo en un lugar de Crimea, desposó a la hermana del Emperador de Constantinopla, ordenó que sus súbditos acatasen las nuevas palabras que brotan del Santo Espíritu, al que jamás debemos ofender.
Mil años después otro Vladimir, un antiguo espía soviético al que conocemos como Vladímir Vladímirovich Putin…
6 agosto, 2023
Articulo que refleja la realidad del pueblo Ruso.
MUY INTERESANTE.