En la provincia de Segovia hay más de 800 pueblos y aldeas fantasmas. Enclaves en su día poblados que desaparecieron en silencio. Odiseas personales, sagas, patrimonio, que se disolvieron con el paso de los siglos sin dejar otro rastro que las trazas de los muros. Quizá el caso más espectacular es el de Linares del Arroyo, pueblo náufrago cuyo esqueleto yace hoy bajo las aguas del pantano homónimo, en Maderuelo.
Pero, 70 años después de que “el desarrollo” anegara la última casa, Linares nos habla y nos cuenta su historia de la mano de La marca del agua, de Montserrat Iglesias. Estamos ante un sorprendente debut editorial, cargado de calidad y cuya prosa y ritmo recuerda a Llamazares, a Delibes, a Fernández Santos. “Mis abuelos tenían una fonda en Linares. Mi padre tenía 8 años cuando se fueron al pueblo nuevo, a La Vid, en Burgos. A los 18 emigró a Madrid, y es curioso, tanto le marcó lo del pantano que siempre se consideró segoviano”, explica esta autora, de 45 años y profesora de instituto en Vicálvaro.
Así que Iglesias es una mujer con dos pueblos, o tres considerando Madrid. Uno era La Vid, el poblado construido por el Instituto de Colonización para alojar a los desalojados de Linares. El otro estaba bajo las aguas. “Mi abuelo nos llevaba a mi hermana y a mí a orillas del pantano, nos contaba aquí está esto, allá lo otro, y nosotras solo veíamos una lámina de agua. El abuelo nos grabó a fuego esa nostalgia. Cuando murió, tenía yo 16 años, escribí un cuento, no lo terminé. Con 40 me apunté a la escuela de escritores, teníamos que escribir una novela, me dije, ahora o nunca”. La prestigiosa editorial Lumen acogió el manuscrito que se ha convertido en un fenómeno editorial.
La historia del pantano arranca en la Segunda República, con un proyecto que hubiera supuesto acabar con las Hoces del Riaza. Pero sería en la posguerra que, rediseñado, se empezaría a construir. En 1950 empezó a turbinar electricidad y el agua fue reptando casa por casa. “Le llamaban el Camino de chispa. frente a cada casa se ponía una piedra, cuando el agua llegaba a la piedra era tiempo de desalojar”, cuenta Iglesias. El agua llegó a la última piedra en 1953. Entre lo primero que anegó estuvo el cementerio. “Hoy es impensable. En España los pantanos obligaron a desalojar 300 pueblos, y Linares fue de los primeros. Tanto que se dejaron a los muertos allí, en el cementerio bajo el agua. Algo traumático que en posteriores pantanos se corrigió”.
Y también empieza allí la novela. Marcos está solo en el pueblo de Hontanar del Río -trasunto de Linares en la ficción- los pocos vecinos que quedan están a 20 kilómetros, en el “pueblo nuevo” donde se sortean los lotes de las nuevas tierras. Al regresar a su casa Marcos se encuentra a su hermana colgando de una viga. No hay cementerio. Será la última muerte del viejo pueblo y la primera del nuevo, así que toca cargarla en un carro en un viaje en el que Marcos hilvana recuerdos con personajes variopintos que le salen al paso.
Por encima y por debajo del relato late la tragedia de un pueblo sacrificado en aras del progreso y que naufragó entre la indiferencia general y la omnipotencia del totalitarismo. Era un precio a pagar por el riego, por la luz… “Ellos lo sabían, sabían que era «por el progreso”, pero sabían también que no fueron en absoluto bien tratados, que fue una imposición brutal, una devastación emocional que les inundaría de nostalgia para el resto de la vida”, cuenta Iglesias.
El pueblo, de unos 500 habitantes cuando fue devorado por el pantano, se dividió en dos, los que partieron a Madrid y a las grandes ciudades. A los que tenían casa en propiedad (los que no porque vivían en casas de familiares, nada de nada) Colonización les permutó morada y propiedades por una casa nueva en La Vid, y un lote de tierras, con su parte de secano, bosque y regadío. Todos iguales. “A algunos, que tenían muchas tierras, pues les fue peor, a los más pobres, pues mejor”. Para todos fue una vida nueva en unas casas diminutas sin luz ni agua presididas por la nostalgia de las raíces seccionadas.
El pueblo era un fantasma submarino cuando Montserrat nació. Con la sequía, a veces asomaba la torre de la iglesia. Pero la historia seguía latiendo en el corazón de los protagonistas. “Y yo he querido contar esa historia, de rabia, de injusticia, pero sobre todo de nostalgia. Además, sabía que tenía que hacerlo. Yo, mi hermana, los de mi generación, somos los últimos que hemos oído la historia directamente de nuestros abuelos”.
Albacea de la memoria emocional de un pueblo muerto, con todos estos elementos Iglesias aborda una ficción que cala hondamente en el lector y salva del silencio el asesinato de un pueblo. El 9 de diciembre la autora, junto con el librero y periodista Guillermo Herrero, presentan la novela en la Biblioteca de Segovia.
6 diciembre, 2021
Excelente artículo! Pongan mas de este tipo y de ciencia
6 diciembre, 2021
Qué suerte un libro así. Gracias a Montserrat Iglesias por esta obra necesaria,por su pasado y por el nuestro. Lo compraré y lo colocaré en el estante junto a “El adiós a Matiora”, indispensable en mi juventud, en la que también recorrí, en varias ocasiones, el entorno de Maderuelo, las orillas del pantano y me hice tantas preguntas.
6 diciembre, 2021
Buen artículo. Habrá que leer el libro.
No debemos olvidarnos de esa Segovia despoblada, abandonada o anegada en las aguas de un pantano como es el caso de Linares.
Al que le guste este tema le recomiendo “Dos maneras de mirar el agua” y “La Lluvia Amarilla” de Llamazares. En este último también se ahorca una señora, de los últimas moradores del pueblo, en la viga del molino de Ainielle, un pueblo pirenaico.
6 diciembre, 2021
En La Vid hay un monasterio espectacular que recomiendo visitar. Siempre encuentras en los alrededores algún paisano que te cuenta historias del pantano.
7 diciembre, 2021
Gracias por el artículo. La novela es extraordinaria.
7 diciembre, 2021
Muy emotiva la lectura del libro. al principio parece como si cosntarà seguirlo; pero al final todo se concluye con una triteza inmensa, en la que parece que ya todo da igual tras el deambular de Marcos por parajes y personajes tan singulares.
Es un libro para leerlo dos veces.